Los dioses de Bal-Sagoth capítulo 1

 Como fans de la literatura pulp que somos, ya hemos explorado a varios icónicos personajes creados por uno de los mejores exponentes del género, el tejano Robert E. Howard. Hoy le ha llegado el turno al celta Turlogh Dubh O'Brien, terror de los mares del norte y guerrero implacable. 

Esta novela corta que abre el ciclo va a ser presentada en entregas, un capitulo a la vez. Que lo disfruten. 




Por Robert E. Howard

Traducido por Ema U.

Capitulo 1. Acero en la tormenta

 Un relámpago centelleó en los ojos de Turlogh O’Brien y sus pies resbalaron sobre los charcos de sangre mientras se tambaleaba sobre la cubierta.

El choque de acero rivalizaba con el rugir de los truenos y los gritos de mortales estocadas a través del rugido de las olas y el viento. Los incesantes relámpagos iluminaban centelleando los cuerpos ensangrentados que se amontonaban unos sobre otros, las gigantescas figuras cornudas que rugían y azotaban como inmensos demonios de la tormenta de la medianoche, el mascarón de la proa que observaba amenazadoramente desde arriba.

La escena era rápida y desesperada, en el breve momento de iluminación un feroz rostro barbudo apareció frente a Turlogh, quien blandió su hacha con rapidez, asestando un feroz golpe en el mentón. En la breve y completa oscuridad que siguió al resplandor, un ataque imprevisto le arrancó el casco a Turlogh y él respondió ciegamente el asalto, sintió su hacha hundirse en la carne y escuchó el aullido del hombre. De nuevo, los fuegos del cielo embravecido centellearon y le revelaron al galo un anillo de rostros salvajes, una cubierta de acero resplandeciente que lo había acorralado.

De espaldas al mástil principal, Turlogh se defendió y contraataco, entonces, en medio de la demencial batalla se escuchó una atronadora voz, el galo pudo ver entonces, gracias a un instante de iluminación, la fugaz figura de un gigante, un rostro extrañamente familiar. Entonces, el mundo quedo sumido en la mas absoluta oscuridad. 

Su conciencia regresó lentamente. Turlogh captó rápidamente el movimiento ondulante que mecía todo su cuerpo aunque no podía confirmarlo. Un dolor punzante en la cabeza lo hizo retorcerse, y cuando intentó levantar sus manos descubrió que estaba atado de pies y manos, una experiencia para nada novedosa para él. Cuando su vista se aclaró pudo ver que estaba atado al mástil de la nave dragón que transportaba los guerreros ante quienes había caído abatido. Por qué habían perdonado su vida, no lo sabía, porque si lo conocieran sabrían que es un forajido, un exiliado de su clan, clan que no pagaría rescate ni para salvarlo del mismísimo pozo del infierno. 

El viento había amainado bastante pero el mar seguía agitado y mecía la enorme nave  como una astilla rompiendo contra la cresta de una ola. Una luna redonda y plateada espiaba a través de las nubes quebradas, iluminando el oleaje furioso. El galo, criado en la salvaje costa oeste de Irlanda,  sabía que la nave serpiente estaba dañada. Pudo notarlo por la forma en que le costaba remontar la espuma, se hundía con el peso del oleaje. Bien, la tempestad que se había desatado violentamente en estas aguas sureñas había sido suficiente para dañar hasta un navío tan solido como la que hacían los vikingos.

El galo había capturado la nave francesa en la cual había sido pasajero, lo hizo sacándola de su curso y llevándola hacia al sur. Días y noches sumidos en un caos ciego y aullante, durante el cual la nave había sido aventada como un ave herida frente a una tormenta. Y, en el momento mas álgido de esa tormenta, un mascaron de proa  se había avecinado rápidamente sobre la nave mas baja y ancha y sus ganchos de abordaje cayeron rápidamente en su lugar. La sed de sangre que hervía en los corazones de estos hombres del norte no era humana, eso era seguro. En el horror y el rugir de la tormenta, dieron un salto, aullando violentamente hacia la batalla, y mientras los cielos estallaban y volcaban sobre ellos toda su furia, y cada sacudida de las frenéticas olas amenazaban con engullir ambas naves, estos lobos de mar saciaban su furia sobre los hijos del mar por excelencia, una furia tan salvaje que había hecho eco en sus propios pechos. Había sido mas una masacre que una pelea, el celta había sido el único capaz de pelear a bordo de la nave condenada, y ahora recordaba la extraña familiaridad del rostro que había visto antes de ser abatido. ¿Quién...

¡Salve, valiente dalcasiano, ha pasado mucho tiempo desde la ultima vez que nos vimos!

Turlough miró al hombre que se paraba ahora frente a él, con los pies apoyados sobre el soporte de la cubierta. Era de una estatura imponente, le sacaba mas de una cabeza a Turlough quien a la vez media un poco mas de metro ochenta. Sus piernas eran como columnas, sus brazos como roble y hierro. Con una barba dorada brillante que hacía juego con una gran cantidad de brazaletes que usaba. Una cota de malla sumaba junto a su casco con cuernos, que lo hacia ver aun mas alto, y le daba la apariencia de un verdadero guerrero. Sin embargo, no había furia en pacíficos ojos grises que ahora miraban tranquilamente directo a los ardientes ojos azules del galo.

¡Athelstane, el Sajon!

Asi es... ha pasado mucho tiempo desde que me hiciste estodijo el gigante señalando una fina cicatriz sobre su sien.Parece ser que estábamos destinados a encontrarnos durante noches de furia, la primera vez que chocamos acero fue la noche que quemaste el skalli de Thorfel. Después caí ante tu hacha y me salvaste de los Pictos en Brogar, junto a todos los demás que seguían a Thorfel. Esta noche he sido yo quien te ha abatido, dijo llevando su mano a un inmenso mandoble que colgaba de su hombro y Turlough lo maldijo.

No, no me injuriesdijo Athelstane con una sentida expresión. Podría haberte matado en la gresca, te golpeé con el lomo de la espada, pero sabiendo que ustedes los irlandeses han sido maldecidos con cráneos duros, te golpeé con ambas manos. Has estado inconsciente durante horas. Lodbrog te hubiera matado junto al resto de la tripulación de la nave mercante pero yo he reclamado tu vida. Pero, los vikingos solo accedieron a perdonar tu vida si te ataba al mástil. Tu reputación te precede.

¿Dónde estamos?

No tengo idea. La tormenta nos saco del curso. Íbamos camino a hostigar las costas de España pero cuando el destino nos arrojó sobre tu nave aprovechamos la oportunidad, claro, aunque el botín era bastante escaso. Ahora estamos a merced de la corriente, con rumbo incierto. El timón esta dañado y toda la nave cruje. Podríamos estar navegando sobre el mismísimo filo del fin del mundo y no saberlo. Jura unirte a nosotros y te soltaré. 

¡Juro unirme a las huestes del infierno!gruño Turlough.

Te hundirás con este barco y dormirás por siempre bajo estas aguas verdes aun atado al mástil. ¡Lo único que lamento es no poder enviar a mas de esos lobos de mar a unirse a los cientos que ya he enviado al purgatorio!    

Bien bien, dijo Athelstane con toleranciaun hombre tiene que comer, toma, te soltaré las manos por el momento, hinca tus dientes sobre este trozo de carne.

Turlough se inclinó y devoró vorazmente la pieza de carne. El sajón lo observó por un momento, dio media vuelta y se fue. Un hombre extraño, reflexionó Turlough, este sajón renegado, que cazaba con la manada de lobos del norte, un guerrero salvaje en batalla, pero con una fibra de cordialidad que lo distinguía de los hombres con quienes se asociaba. 

El barco se desplazaba a ciegas durante la noche, y Athelstane, regresó con un enorme cuerno de cerveza espumosa, señalo que las nubes volvían a juntarse, obscureciendo el furioso rostro del mar. Dejo las manos del galo desatadas pero lo dejo atado al mástil por el cuerpo y las piernas. Los piratas no le prestaron demasiado atención al prisionero, estaban demasiado ocupados intentando evitar que la destrozada nave se hundiera bajo sus pies.

Finalmente, Turlough creyó oír un profundo rugido sobre el sonido de las olas. Este se hizo cada vez mas fuerte, e incluso los nórdicos con pobre audición pudieron oírlo, el navío dio un salto como un caballo espoleado y cada tabla del barco se resintió. Como por arte de magia, las nubes, iluminadas por la luz del amanecer, se abrieron de par en par, revelando un desolador panorama de aguas grises agitadas y una larga linea de rompedores directamente frente a ellos. Un poco mas allá de la locura espumosa que era ese arrecife, se asomaba tierra firme, una isla aparentemente. El rugido se incrementó hasta llegar a proporciones ensordecedoras, mientras que la larga nave, atrapada en el remolino se dirigía directamente a su perdición. Turlough vio que Lodbrog corría de acá para allá, con su larga barba flotando en el viento mientras agitaba su puño y vociferaba ordenes en vano. Athelstane llegó corriendo por la cubierta.

Hay pocas esperanzas para cualquiera de nosotros dijo gruñendo mientras cortaba las ataduras del galo, pero tendrás las mismas oportunidades que el resto...

Turlough se incorporó de un salto¿dónde está mi hacha?

En el gabinete de armas. Pero, por la sangre de Thor, hombredijo asombrado el inmenso sajón no estarás pensando en... 

Turlough arrebató su hacha del gabinete y la confianza fluyo como el vino por sus venas al sentir el suave y fino mango.

Su hacha era tan parte de su cuerpo como su mano derecha, si iba a morir, iba a morir empuñando su arma. Se la colgó rápidamente del cinturón. Lo habían despojado de toda su armadura cuando lo capturaron.

Hay tiburones en estas aguasdijo Athelstane mientras empezaba a quitarse la cota de malla, si tenemos que nadar...

La nave se estrelló y con un estruendo atronador, el mástil se partió y la proa estalló como si fuera de cristal. El dragón de la proa salió disparado por el aire y los hombres sucumbieron y rodaron por la cubierta inclinada. La nave se calmó por un segundo, agitada como si fuera un ser vivo, entonces empezó a deslizarse a través del arrecife oculto y se hundió en medio de un asfixiante burbujeó.

Turlogh había abandonado la cubierta lanzándose al agua con clavado que lo alejo del hundimiento.

Cuando emergió luchó contra la succión y las olas durante un desesperado momento, entonces alcanzó una pieza del naufragio mecido por las olas.  

Mientras trepaba sobre la pieza, una figura lo golpeó y se hundió. Turlogh sumergió su brazo hasta el fondo y lo tomó del cinturón de la espada y lo subió a su balsa improvisada. En ese preciso momento reconoció al sajón, Athelstane, agobiado por la armadura que no había alcanzado a quitarse. El hombre parecía estar inconsciente, flácido, con los miembros colgando.

Turlogh recordaría ese viaje, navegando sobre la rompiente como una caótica pesadilla. La marea los superó y llevó su frágil balsa hasta las profundidades y luego hasta los cielos. No había nada que hacer mas que resistir y confiar en su suerte. Y Turlogh resistió, aferrándose al sajón con una mano y con la otra a la balsa, con sus dedos a punto de quebrarse por el esfuerzo.Una y otra vez estuvieron a punto de hundirse, y entonces, por algún extraño milagro, lograron pasar, encontraron aguas en comparación calmadas y Turlogh vio una delgada aleta cortando la superficie a unos metros de distancia. Remolineó junto a ellos y Turlogh descolgó su hacha y atacó. Las aguas se tiñeron de rojo al instante, y un alboroto de figuras sinuosas sacudió la balsa. Mientras los tiburones masticaban a su hermano, Turlogh uso sus manos para remar y arrastro la balsa rápidamente hasta la costa y no paró hasta que pudo sentir tierra firme. Se tambaleó hasta la playa, cargando al sajón como podía y entonces, aun siendo de acero como era, Turlogh O’Brien se desplomó, exhausto y se quedó profundamente dormido.

Continuará... 


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