El sótano de la biblioteca principal de Ciudad Satélite tenía muchos niveles que llegaban profundo bajo la tierra. Aun siendo muy temprano, varias horas antes del amanecer, los niveles estaban llenos de académicos revisando viejos documentos, estudiantes yendo de aquí para allá y sirvientes y mucamas atendiendo sus necesidades. Alia exhibió su cartucho al administrador de turno y se abrió paso por la serpenteante escalera que descendía hasta el nivel donde se conservaba una de las mas extensa colecciones de literatura pre-catástrofe del territorio.
La escalera estaba abarrotada de personas que subían a los niveles principales o bajaban a las cavernas subterráneas. En los primeros pisos del sótano, las paredes estaban revestidas en ladrillo y los pisos alfombrados, pero a medida que uno descendía, el ladrillo se convertía en roca solida y el suelo era desparejo y cubierto de rocas y escombros. El aire se hacia cada vez mas frío y Alia tembló mientras continuaba su descenso.
En el fondo, donde terminaban las escaleras, los muros rocosos estaban humedecidos y el techo cavernoso era tan alto que se perdía de vista en la penumbra. Las pequeñas luces incrustadas en las paredes iluminaban pobremente el lugar. Eran las victimas mas recientes de la crisis energética de la ciudad. Los gigantescos generadores que alimentaban las ciudad estaban fallando lentamente. Nadie sabía por qué, y mucho menos cómo arreglarlos. Algunos temían que las maquinas climáticas que hacían posible la vida bajo el domo eventualmente fallarían. Pero Alia estaba convencida de que en algún lugar entre la inmensidad de ese archivo en esa caverna subterránea estaba la respuesta; solo necesitaba saber donde buscar.
Saco su anotador y su bolígrafo del bolso que llevaba cruzado en su espalda y se arremango. Miró a su alrededor para asegurarse que estaba sola. En los cuatro años que llevaba bajando a la bóveda mas profunda de la biblioteca nunca había visto otra alma. Los textos estaban escritos en un antiguo dialecto de su tierra natal, Zahabad y ningún académico se había tomado el trabajo de aprenderlo. Apretó su puño izquierdo y flexionó un musculo mental. Su mano se encendió en llamas, pero no se quemó. Con un movimiento circular, convirtió la llama en una pequeña esfera de fuego y la lanzó al aire. Se quedó suspendida en lo alto, a una altura donde no habia riesgo de que incendiara algún antiguo manuscrito, pero lo suficiente para iluminar todo a su alrededor. Se ajustó el bolso firme en su hombro y se sumergió en las profundidades de la caverna.
Para cuando Alia salió del sótano de la biblioteca el sol ya estaba muy bajo en el horizonte. Estaba cansada, hambrienta y con una necesidad urgente de darse un baño. Pero no había tiempo para nada de eso. Una alarma en su IA le indicó que Shiloh Kestrel quería verla de inmediato. Suspiró.
***
Las residencias familiares de las Grandes Casas estaban ubicadas en una parte de la ciudad conocida como el Distrito de los Siones. Ahí, las residencias eran modestas pero impecablemente construidas y rodeadas de arbustos cuidadosamente podados con intricados diseños arábigos. Los senderos de grava se abrían paso entre arbustos de lavanda, rosas, hibiscos y lilas. Incluso las bancas, bajos los arboles llama eran acolchados y cómodos. La falta de muros y cercas era indicio de un placentero espíritu comunitario, pero cualquiera que supiera algo sobre la política en Ciudad Satélite sabía que las Casas estaban enfrascadas en una feroz competencia la una con la otra. Quienes caen victima de esta rivalidad cuidadosamente camuflada no vuelven a cometer semejante error.
Alia recorrió rápidamente los senderos del jardín, su corazón dio un salto cuando vio una figura familiar. Gilead Dos Torres era un hombre solido, de altura media pero daba la impresión de ser mas alto de lo que era. Sonrío cuando la vio, sus ojos grises brillaban, estaba de buen humor, ella tuvo que luchar para contener el calor que empezaba a arder en algún lugar de su vientre.
-Buen día, profesora-dijo él. Ella le devolvió el saludo en forma fría y cuidando de no mirarlo a los ojos. Al igual que ella, era profesor de antigüedades. Pero a diferencia de ella, no enseñaba en la prestigiosa Universidad de la Ciudad. Aunque alguna vez había sido un brillante erudito,Gilead había abandonado la Academia después de un escándalo que involucraba a la esposa de otro profesor. Ahora se especializaba en procurar objetos exóticos para coleccionistas. No era apropiado que ella como miembro de la Academia se mostrara demasiado cordial con un erudito rebelde, por lo menos no en público.
Y ciertamente tenía la apariencia de un rebelde. Su cabello negro azabache necesitaba de un buen corte con urgencia. Su gruesos y desarreglados rulos le llegaban hasta los hombros, lo que le daba el aspecto de uno de los salvajes de las Tribus del Bosque. Su túnica era del material mas fino que había pero estaba arrugada y abierta en el pecho para exhibir sus musculosos pectorales. Su chaleco negro de erudito estaba lleno de polvo y vestía un par de pantalones sueltos y viejas sandalias de cuero.
-Te extrañamos en las ultimas evaluaciones-dijo, bloqueándole el paso-¿estuviste enferma?
-Si, así fue-dijo con firmeza. La evaluación anual de inteligencia era una prueba que solo quienes no fuesen Siones debían tomar obligatoriamente. Tuvo que fingir estar enferma para ahorrarse la humillante experiencia, aun cuando sabía que le costaría el privilegio de dar clases. Apenas si la dejaban dar clases de todas formas así que no había mucha diferencia.
-¿Confío en que se ha recuperado bien?
-Tan bien como se podría esperar-respondió mientras lo rodeaba.
-Yo debería saberlo-y mientras ella pasaba junto a él se inclinó para susurrarle, con su aliento caliente sobre su cuello-ya que yo fui tu cuidador.
La leve llama de su vientre se encendió repentinamente y casi deja caer su bolso. Eran momentos como esos en que agradecía su herencia Zahabadi. Su piel morena era lo suficientemente oscura para ocultar el rubor de su rostro.
Gilead rió-. Buen día, profesora- le dijo mientras se alejaba. Pero Alia estaba demasiado nerviosa para responderle. Agradeció por la penumbra que había ocultado su encuentro. En ese crepúsculo, nadie podría ver el vapor que salia de sus ropajes por la temperatura que había levantado.
Ese hombre, pensó, por todos los dioses...
Cuando llegó a la Casa Kestrel se tomó un momento para recomponerse. Los pensamientos de aguas tranquilas eran lo que mejor le funcionaba. Pocos conocían su verdadera naturaleza, o los poderes que la acompañaban, y no tenía intención de cambiar eso. Ademas, no era prudente mostrar debilidad cuando se estaba entre Siones. Mucho menos con este.
Finalmente, subió los escalones del frente y tocó la campana que colgaba sobre la puerta. Una chica sirvienta la recibió y la guió por la casa, hasta el porche del patio interno, donde encontraron a Shiloh Kestrel. Era alto, incluso entre su pueblo,y su kimono de seda no ocultaba en lo mas mínimo su poderoso físico. Como todos los Siones de sangre pura, era calvo, su cabello plateado afeitado hasta el cuero cabelludo. Pálido, su piel incolora que parecía brillar en la penumbra había iniciado el rumor de que los Siones no eran humanos. Pero Alia sabía que no era verdad.
-¿Lo encontraste?- preguntó Shiloh sin voltear a verla.
-No-dijo Alia con sequedad-.Si lo hubiese encontrado, lo sabrías-. Si a Shiloh le molestó el tono de su voz, no lo demostró.
-Escuché rumores de que algunas de las otras Casas se han unido a la búsqueda-dijo él. Alia gruñó internamente. No era un secreto que todas las Grandes Casas estaban desesperadas por encontrar la siguiente gran fuente de energía para la Ciudad.
-Quizás, si aun tuviera mi equipo...-comenzó ella, pero Shiloh la silenció con un impetuoso gesto. Se volvió hacia ella y la mira con severidad.
-Quizás mi madre haya tenido los recursos necesarios para complacer tus fantasías académicas, pero yo no. La única razón por la cual no te he cortado los fondos y enviado de vuelta a tu tierra natal es por respeto a su frágil salud. Pero mi paciencia se está agotando. Si este libro del que hablas realmente existe, necesitas encontrarlo y pronto.
Alia luchó para contener su enojo. En Zahabad, había sido la principal referente en literatura pre catástrofe de la Torre de Marfil. Fue la madre de Shiloh, Ramah Kestrel, quien la reclutó personalmente para ir a Ciudad Satélite. Sin embargo, pocas personas en la ciudad compartían la visión de Ramah. Alia todavía recuerda los gestos de desaprobación de los Escribas en la universidad durante sus evaluación de inteligencia el año anterior. A pesar de sus credenciales y su constante y estelar desempeño en esas pruebas, muchos de sus colegas seguían sin convencerse de que una mujer nacida fuera del domo pudiera ser digna de estar entre sus filas. Si Alia perdía el apoyo de la Casa Kestrel, tendría que volver a su hogar con la deshonra. Un escalofrío recorrió su cuerpo de solo pensar en lo que le pasaría si tuviera que pasar por esa vergüenza.
-Si las demás Casas se están involucrando, es una señal-dijo ella.
-Una ilusión compartida no la hace realidad, profesora.
-El Mecanicron es real, Shiloh. Los Antiguos tenían una fuente de energía ilimitada que alimentaba todos sus artefactos. Los detalles están escritos en un texto que solo era accesible para los Maestros Constructores, todos sus registros así lo indican-dijo Alia irritada. Tenía que explicarle lo mismo cada vez que se veían.
-Este texto debió haber estar escondido para protegerlo de la destrucción de la Catástrofe. Debía haber sido demasiado valioso para dejarlo desprotegido.
-Entonces encuéntralo- dijo bruscamente-. Tienes una semana.
Mientras salía por la puerta principal, Alia echaba humo. Ni siquiera había tenido la oportunidad de decirle lo que había descubierto ese día: una referencia en un texto pre-catástrofe que mencionaba una instalación del Maestro Constructor en las proximidades. Estaba ubicada, sin embargo, fuera del área protegida por el domo de la Ciudad, en un lugar conocido como el Peñasco del Cuervo. Sin un equipo de seguridad, salir del domo era un suicidio,pero ¿qué otra opción tenía?
***
Era bien pasada la medianoche cuando Gilead llegó a casa. Alia se había quedado dormida en su sillón plegable cuando escuchó el pitido de autorización de su código de acceso. Dio un salto y corrió hasta la puerta frontal al mismo tiempo que las luces automáticas del apartamento se encendían. Estaba esperándolo cuando entró.
-¡Por la espada!-maldijo sorprendido cuando la vio-.¿Qué estás haciendo aquí?
-¿Dónde has estado?- los Zahabadis siempre respondían una pregunta con otra. Las luces se atenuaron rápidamente, pero era lo suficientemente brillante para que ella pudiera ver su rostro magullado y la manera en sostenía su brazo izquierdo.
-¿Qué te paso?
-Me encontré con un viejo cliente-dijo agotado mientras pasaba junto a ella y se sentaba dolorosamente en el sillón-.Prefiero no hablar de eso-. Alia fue a buscar el kit de primeros auxilios. No era la primera vez que tenía que atender las injustificadas heridas de Gilead. Se movía en un mundo peligroso y Alia se había acostumbrado a no hacer preguntas.
Cuando ella regresó lo vio sentarse en el suelo, evidentemente el sillón había sido demasiado para él, y quitarse la remera. Pudo ver que su cuerpo no estaba en mejores condiciones que su rostro.Tenía tres cortes profundos en el hombro derecho. Deslizándose en el sillón detrás de él, le pasó una vara ultravioleta sobre las heridas para desinfectarlas. Entonces lo rocío con una formula en aerosol que al endurecer formará una especie de injerto símil carne que sirve para suturar los cortes. El resto de sus golpes sanarían con el tiempo.
Cuando terminó, Alia se recostó y lo estudió.
Estaba recostado contra sus piernas con los ojos cerrados, su pecho se hinchaba y deshinchaba suavemente. Con ternura, empezó a acariciarle las mejillas con sus dedos recorriendo la áspera sombra de su barba. A pesar de su misterio, era el hombre que ella amaba. ¿Se animaría a incluirlo en la desventura que implica encontrar el Mecanicron?
Salio de detrás suyo y se levantó para guardar el kit de primeros auxilios, pero él la tomó por la mano y la subió arriba suyo.
-Gracias-murmuró mientras la envolvía con sus brazos-. Déjame devolverte la amabilidad.
La besó con pasión y ella se dejo llevar. A menudo bromeaba diciéndole que estaba hecha de hielo, porque le había tomado meses de incansable flirteo de su parte antes de ella le mostrara algo de afecto, pero la verdad es que ella había ardido de deseo por él desde el momento en que lo conoció. Su lucha constante para controlar ese fuego la había hecho dudar. Incluso ahora que estaba con él, debía tener cuidado. El desapego funciona bien. Observó sus caricias con el ojo de un artista,notó el contraste entre sus pieles, su cuero curtido y su rica tierra. La forma en que sus manos angulares, cubiertas de cicatrices exploraban las profundidades ocultas de su cuerpo. Escuchó sus gemidos de placer, mezclados con los de él, y los clasifico por tono y volumen mientras se elevaban hasta el climax. Pero siempre terminaba perdiendo el control, y al final debía retirarse forzosamente antes de que las llamas de su deseo los prendieran fuego a los dos. Fue solo en después de finalizada su unión, mientras el incendio en su interior se apagaba y se convertía en ascuas, que recordó su propósito.
-Llévame al Peñasco del Cuervo.
-¿Qué?-sus ojos se abrieron grandes-. ¡Definitivamente no, es muy peligroso!
-Tengo que ir al Peñasco del Cuervo y eres la única persona que puede llevarme ahí.
-¡Por los siete infiernos! ¿Por qué quieres ir a ese lugar?
-No puedo decirte eso. Solo debes saber que es importante-Se puso firme-.Seras bien recompensado-agregó.
-No tienes dinero, a menos que la Academia de pronto haya empezado a pagarte con algo mas que dulces títulos-pero algo en su rostro debe haberle dicho que hablaba en serio.
Suspiró y se recostó hacia atrás.
-Como quieras. Solo reza para que los dioses nos despejen el camino.
****
Les tomó dos días preparar todo; cartuchos falsos, suministros para el viaje y, lo mas importante, el texto antiguo de la biblioteca donde Alia había encontrado la referencia al Peñasco del Cuervo que tuvo que sacar de contrabando. Era un volumen ligero y entró fácilmente bajo la cubierta de otro tomo, ambos libros eran antiguos incluso antes de que su pueblo se asentará en el Territorio. Si la atrapaban con él la exiliarían al instante. Pero era su única pista sobre la ubicación del Mecanicron.
Salir de la ciudad había sido mas sencillo de lo que había anticipado. Un escaneo rápido para que asegurarse de que no llevaran tecnología de contrabando y los dejaron abordar la caravana rumbo a los reinos del norte. Todo el mundo decía en broma que irse de Ciudad Satélite era fácil, lo difícil era volver a entrar.
-¿Dónde estamos?-preguntó Alia cuando bajaron en un valle superficial varias horas después.
-Al este de las Planicies-dijo-. El Peñasco del Cuervo está a medio día de distancia-ella asintió. Medio día de caminata no sería demasiado agotador.
Faltaban algunas horas para el amanecer y el aire se sentía como escarcha. Aquí afuera en el mundo, sin controladores climáticos, era casi invierno. Desde ahí veía los hilos blancos del domo semi transparente de la ciudad en el horizonte. Se dio vuelta y siguió su camino.
-Para ser un académico, pareces conocer mucho esta zona- dijo ella bromeando-.¿Te escabulles seguido de la ciudad?
-Lo suficiente-dijo encogiéndose de hombros-.Supongo que al no tener estudiantes tengo mucho tiempo libre. También ayuda no tener al Concejo de Escribas respirándome en la nuca.
-Si, son buenos en eso...-dijo Alia como sin ganas-.¿Es por eso que abandonaste la Academia?
-Seguro has oído los rumores.
-Quiero escucharlo de ti.
Gilead lanzó un bufido. -Si quieres saberlo, no estaba casada cuando nos conocimos. Nos conocemos desde que eramos niños e hicimos un juramento, si yo llegaba a ser profesor titular de la Academia nos casaríamos.Mantuve mi palabra, pero cuando nos presentamos ante su familia, se opusieron a nuestra unión. Ella era hija de una Gran Casa y yo, un bastardo sin nombre de la Tribu del Bosque. Ella se casó con otro y por mi impertinencia, me quitaron mi posición.
Un pesado silencio cayó entre ellos y por un largo rato lo único que se escucho fue el crujir de sus botas en la grava.
-Fue injusto lo que te hicieron-dijo Alia finalmente-.¿Qué importancia tiene si tu madre no nació en la ciudad? Llegaste a ser titular en una de las mejores instituciones del Territorio. Eres mas que un par para ellos.
-No necesito que tú me lo digas-dijo con aspereza-. se volvió hacia ella y se ruborizo cuando vio como lo miraba-.Pero si sirve escucharlo de vez en cuando- dijo guiñando un ojo.
Alia rió y levantó la vista al cielo azul despejado que les esperaba mas adelante. Lo que vio le dejo la mente en blanco.
-¿Qué es eso?-preguntó Alia luchando para el miedo no se apoderara de su voz. Nunca había visto dragones en su vida, pero había visto muchas imágenes de los derruidos restos de sus victimas, devorados, según dicen, mientras seguían con vida. Una bandada se asomaba en el horizonte. Gilead maldijo en voz baja.
-¿Sabes usar un arco?
Sin esperar por su respuesta, sacó una ballesta y un carcaj lleno de flechas con punta de acero de su enorme mochila de suministros y los puso en sus manos. Ella coloco una flecha en posición y levanto el arco sobre su hombro. Gilead miro fijamente a la bandada y lo invadió el pánico; iban directamente hacia ellos. Saco su cuchillo de caza de su cintura.
-Corre
Él corrió hacia la acumulación de rocas mas cercana desperdigadas por todo el suelo del valle. Alia apretó el mango de la ballesta y lo siguió. Años de trotar por la ciudad y una complexión larga y ágil le permitió seguirle el ritmo con facilidad. Le rezó a todos los dioses, los nuevos y los viejos para que llegaran a tiempo a resguardo.
Pero no fue así.
Repentinamente, el aire se lleno con el batir de las alas y el estridente rugido de las criaturas. Desde el cielo se abalanzo hacia ella una criatura negra como la tinta, alcanzo a ver el resplandor de una garra segundos antes de que pudiera desgarrarle el hombro derecho. Se arrojó al suelo de espaldas para alejarse, apuntó su ballesta y disparó. La flecha dio en el blanco. La criatura aulló de dolor, un sonido que sonaba extrañamente humano, antes de alejarse volando y dejarla ahí, tirada en el suelo. El contacto apenas ralentizo a los demás que pasaron volando sobre ella. Finalmente, cuando el ultimo de ellos había pasado, se incorporó y miró a su alrededor. No vio señales de Gilead.
-¡Gilead!-gritó, pero lo único que escucho fue el piar de aves extrañas como respuesta-.¡Gilead!-volvió a gritar, luchando contra el pánico que la invadía rápidamente. Si algo le había ocurrido, ella nunca se lo perdonaría. Antes de pudiera gritar por tercera vez, escucho un gruñido detrás suyo. Casi lloro de alivio cuando lo vio salir de detrás de una piedra.
-¿Estás bien?-preguntó cuando éste se acercó.
-¿Tú estas bien?-preguntó. Ella asintió, ya que no confiaba en el tono de su voz para entonces.
-Bien-dijo suavemente. Entonces, ella lo vio mirar su hombro derecho y hacer un gesto. Vio la sangre, la ropa desgarrada y se dio vuelta. Eso la lastimo de una manera que no podía siquiera nombrar.
-Sigamos- dijo bruscamente. Y se alejo caminando.
*****
Llegaron al Peñasco del Cuervo justo cuando el sol se ponía en el cielo. El Peñasco era un torre solitaria de roca roja que se alzaba muy alto en el cielo, como un dedo acusador señalando a los dioses. Era un monolito tan inmenso que les tomó una hora entera rodearla. A diferencia de las colinas que la rodeaban, la superficie de sus flancos eran lisas como el vidrio, apenas perturbada por unas pocas salientes de roca que asomaban. La leyenda local decía que el peñasco había sido hogar de los Antiguos y que en sus profundidades yacían los secretos guardados desde antes de la Gran Catástrofe. Alia creía que mas que una leyenda.
En el camino, tuvieron que combatir a mas criaturas salvajes y escapar de una banda de merodeadores. Completamente agotados cayeron rendidos en la base arenosa del peñasco y observaron la roca con el sol poniéndose detrás. El aire se enfriaba rápidamente y Alia lo sintió en los huesos. Su hombro herido le dolía mucho y tuvo que apretar la mandíbula para dejar de temblar.
Utilizo su voluntad para levantar la temperatura y calentarse. Como de costumbre, debía tener cuidado de no calentar tanto como para prenderse fuego.
-Necesitamos prender una fogata-dijo ella cuando se sintió lo suficientemente fuerte para hablar. Gilead asintió cansado. No se había recuperado completamente de los golpes que había recibido días atrás y ella pudo ver que el camino recorrido había hecho estragos en su cuerpo. Estaba pálido y temblando y sus ojos completamente demacrados. Se puso de pie con mucho esfuerzo y fue a buscar leña.
Ella aprovecho para asegurarse de que el pequeño volumen que había sacado de contrabando de la biblioteca seguía ajustado a su pecho y para atender sus heridas. Aparto su ropaje de su hombro herido e ilumino los enormes tajos. Le parecieron extrañamente familiar. Casi dejo caer su antorcha cuando entendió por qué era. Había visto heridas exactamente igual a esas pocos días atrás. En el cuerpo de Gilead.
Espero hasta bien entrada la noche y que encendieran la fogata antes de hablar. Había tenido mucho cuidado al manipular la leña pero no pudo resistirse a jugar con el fuego. Mientras Gilead dormitaba frente a ella, secretamente, ella manipulaba las llamas para formar criaturas que solo habían existido en sus pesadillas.
-¿Hace cuanto sabes acerca del Mecanicron?-Preguntó finalmente. No fue realmente una pregunta y Gilead no parecía sorprendido de oírla. Se incorporó y se estiró con un suspiro. El calor parecía haberle devuelto sus fuerzas y su rostro ya no estaba tan pálido.
-Hace poco mas de un año.
-¿Entonces para quién trabajas realmente?
-La Casa Crow-dijo simplemente, casi con tristeza-. Mi madre fue una guerrera de las Tribus del Bosque Omin y mi padre es Obed Crow.
Ella asintió bruscamente, respirando profundamente para combatir la conmoción. Había estado durmiendo con el hijo del rival mas importante de la Casa Kestrel-.¿Entonces por qué me estas ayudando?
Se encogió de hombros-. Porque eres una académica brillante a quien jamas podría igualar. Y porque, a diferencia de Shiloh Kestrel, sé que tienes razón.
Sin querer, recordó la primera vez que se habían conocido en los jardines de las Residencias Siones. Ella recién había llegado a la ciudad y estaba tan absorta en el paisaje que no lo vio venir por el sendero. Se chocaron en esa forma cómica que solo sucede en el teatro. La forma en que sonreía cuando se disculpaba... Sintió una puntada de dolor que era casi físico y tuvo que luchar para contener sus lagrimas. No iba a llorar delante de él. No lo haría.
-Entonces, todo ha sido una mentira-dijo tajante-. ¿Alguna vez me quisiste?-. Detestaba el tono de suplica que se había colado en su voz. Él apretó su mandíbula concienzudamente y desvió la mirada. Se volvió para mirarla y dejo escapar un fuerte suspiro.
-Ambos somos peones en este interminable juego entre las casas, Alia-dijo suavemente-. Tú deberías saberlo mejor que nadie.
****
A la mañana siguiente encontraron el camino al interior del peñasco. La entrada tenía forma de arco en ruinas y era difícil detectarla si uno no sabía donde buscar. Mas allá había una escalera tallada en la roca que ascendía en la oscuridad. Apretando sus puños, encendió una pequeña llama que luego convirtió en una enorme bola de fuego que flotaba sobre ellos.
-Eres una incendiaria-dijo Gilead casi sin aliento.
-Y tú un nocturno.
Su rostro se oscureció en ese instante-. ¿Cómo lo supiste?
-Oh vamos, ¿pensaste que no notaría que buena es tu vista durante la noche?¿lo tenues que son las luces en tu residencia? Los modificados genéticamente nos reconocemos los unos a los otros.
-¿Crees que esto cambia algo?
Alia se encogió de hombros. Tenía razón, revelar sus poderes había sido tonto de su parte. Pero por alguna razón ella quería que él lo supiera. Quería que él la viera como realmente era. Quizás había una parte de ella que esperaba que si hiciera la diferencia.
-No eres el único que tiene secretos-le dijo ella con frialdad. Entró al túnel sin importarle si él la seguía o no.
Los escalones seguían ascendiendo en forma implacable, ocasionalmente bifurcándose a la izquierda o derecha, o desembocando en alguna entrada de piedra. Tan lejos de todo lo conocido, dependían por completo de su conocimiento en el lenguaje de los Antiguos para descifrar las tecnologías de seguridad que custodiaban cada entrada y así fueron penetrando cada vez mas en las profundidades de la instalación.
Encontraron la cámara casi de casualidad. Viraron a la derecha cuando deberían haber girado a la izquierda y ahí estaba, detrás de un portal; una biblioteca.
Dentro de la cámara, Alia redujo el tamaño de la bola de fuego para evitar que quemara algo pero a la vez la hizo mas brillante, como un pequeño sol, como cuando bajaba al sótano de la biblioteca de la ciudad. Bajo la aguda luz vieron que la habitación en realidad consistía en varios niveles de balcones con paredes cubiertas con libros. Cada nivel estaba unido por un serpenteante tramo de escaleras en el centro de la habitación que bajaba y se perdía en la oscuridad. Alia se acercó al estante de libros mas cercano y leyó los títulos del lomo. Se sorprendió al descubrir que reconocía el idioma en el que estaban escritos. Era uno de los dialectos mas populares entre los Antiguos, justo antes de la Catástrofe. Ella tenía razón; el Peñasco del Cuervo le había pertenecido al Maestro Constructor, y era muy probablemente un repositorio de una gran parte del conocimiento de los Antiguos. Indagando un poco mas descubrió que el sistema de archivo era similar al que aun se utilizaba en el Torre de Marfil de Zahabad.
El mismísimo Mecanicron estaba guardado entre dos volúmenes de filosofía de la ingeniería. Una felicidad inmensa invadió su cuerpo cuando tuvo el libro entre sus manos. Después de tanto tiempo, era real. Era pesado, la cubierta estaba hecha de un material tipo madera que probablemente había desaparecido junto a la civilización que la creo. Con mucho cuidado, lo abrió y empezó a leer la primera pagina, pero apenas tuvo tiempo de dar vuelta la pagina cuando sintió el frio de una navaja en su garganta.
-Entrégamelo- murmuró Gilead en su oído. Ella cerró el libro y se lo paso por encima de su hombro. Algo ardiente cobro vida dentro suyo y por un momento se vio tentada para prenderlos fuego a ambos. Como si pudiera leer sus pensamientos, envainó su cuchillo de caza y se paro frente a ella.
-Por todos los dioses, desearía que no hubiera llegado a esto-dijo con un nivel de tristeza que ella casi le creyó.
-No tienes que hacer esto, Gilead. Tú lo has dicho, somos peones. No les importamos. Podemos abandonar la Ciudad y desaparecer.
-¿Y a dónde crees que iríamos eh?¿A la choza de mi madre en el Bosque de las Tribus? ¿O al páramo desolado que llamas hogar? Si llevo el Mecanicron, me devolverán mi puesto en la Academia; mi padre incluso podría reconocerme como su legitimo heredero.
-¿De verdad crees que te aceptaran? Eres como yo...
-Soy nacido en la ciudad, tengo sangre Sion en mis venas. ¡No somos iguales en absoluto!-gritó Gilead interrumpiendo su oración.
La brutalidad de su respuesta la tomó por sorpresa, en ella sintió el mismo desprecio que había visto en los rostros de los Siones cuando creían que ella no los veía. Entendió entonces por qué nunca le había hablado de sus padres. No era un intento de parecer misterioso, era vergüenza. Por primera vez, Alia entendió que estaba viendo al verdadero hombre detrás de las sonrisas y las bromas. Sintió como si le hubieran volcado un balde de agua helada en la cabeza, y todos sus pensamientos incendiarios se apagaron.
-No. Tienes razón-dijo ella-. No somos iguales.
Una vez dicho eso, la golpeó con el libro.
***
Cuando abrió los ojos, estaba en el exterior y el suelo debajo era duro y rocoso. Levantó su vista y el sol brillaba con la fuerza del mediodía. Le dolía la cabeza, se tanteó y pudo sentir el hematoma que se le había formado cuando Gilead la dejo inconsciente. Con cuidado, se puso de pie y examinó sus alrededores. Tuvo que llevarse la mano a la boca para no gritar.
Frente a ella, a menos de un brazo de distancia, el suelo terminaba dramáticamente en una vertiginosa expansión de cielo. Estaba en una de las salientes de granito que asomaban de los alisados laterales del inmenso peñasco rocoso. Sobre su cabeza, el precipicio continuaba en linea recta y su cumbre estaba oculta a la altura de las nubes. La invadió una repentina sensación de vértigo y por un momento pensó que iba a desmayarse. Alia retrocedió y se alejo del borde hasta que sintió el frio contacto de la piedra de entrada detrás suyo y respiro profundo varias veces hasta que la sensación la abandono. Tenía la boca muy seca y necesitaba orinar con urgencia.
Se volvió y examinó la puerta de roca detrás de ella, no había botones ni paneles para abrirla. Estaba en el lado equivocado de la entrada. Se desplomó contra la roca desesperada. Gilead Crow le había mentido, le había robado el trabajo de su vida y la había dejado a morir. Se había ido, de eso estaba segura. Pensó en como se sentían sus labios contra los suyos y espero por el calor que acompañaba el sentimiento. Pero no sucedió. En vez de eso se sintió fría, como que algo había muerto en su interior, como si nunca mas pudiera volver a sentir ese calor.
Se envolvió las rodillas con sus brazos y escuchó el crujido de un papel. De entre sus vestimentas saco el pequeño libro que la había llevado hasta ese lugar en primer lugar. No le había dicho a Gilead lo que noto al leer esa primera pagina del libro. Se había equivocado. El Mecanicron en realidad estaba compuesto por dos volúmenes que describían un único mecanismo. El libro que Gilead se había llevado solo contenía ilustraciones del mecanismo en sus distintas etapas de ensamblaje. Los papeles que ella tenía eran el manual de instrucciones de la maquina.
Reflexionó sobre los pocos años que paso en Ciudad Satélite. Construida por los últimos de los Antiguos para protegerse de los efectos de la Catástrofe, la ciudad se había convertido en un oasis de tecnología en un mundo que aun vivía por la espada y la piedra. Pero quizás era el momento para que las maquinas perecieran. Quizás si el domo fallara, los orgullosos Siones se verían finalmente forzados a abrir su ciudad. Quizás, con el tiempo, lleguen a apreciar la riqueza de los mundos mas allá del suyo y a entender que no eran mejores que aquellos a los que despreciaron.
Fin.
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