La cosecha del guardián de la cabra

 

Por Tobi Ogundiran

Publicado originalmente en The Dark Magazine, septiembre 2020.

Traducido por Ema U.

El viento ruge furioso mientras sacude la casa, la sacude como a un niño con rabieta, y nosotros, insignificantes mosquitos en este contenedor de ladrillo y barro, nos amontonamos en el suelo junto a la mesa. El espantoso rugido alcanza la cúspide de su furia y en él puedo oír las abominables voces de las hijas de Eleran.

Ebun entierra su rostro en mi pecho, su aliento caliente y húmedo contra mi piel.

 -Tengo miedo mamá.

Yo también tengo miedo. Miedo al viento y de lo que representa, a la oscuridad y a lo que trae consigo. Temo por el ultimo trozo de leña en la hoguera y lo rápido que se consume, el humo espeso en el aire como un manto opresivo, nos sofoca y huele extrañamente a cabra.

Todos lo oímos, el rasguño frenético  de uñas (o pezuñas) sobre la madera. El cuerpo de Ebun se endureció, y los ojos de Teju se abrieron grande mientras alguien se acerca a la puerta.

-Soy yo.¡Abran, rápido!

Ebun se libera de mis brazos y corre hacia la puerta a toda velocidad antes que yo pudiera reconocer la voz.

-¡No!¡Detenla!-grité.

Teju se lanza contra Ebun cuando pasa junto a él y la tira al suelo, ambos caen con sus cuerpos enmarañados.

-¡Rápido!-dijo la voz-.Traje ayuda, como lo prometí. Abre la puerta, no tenemos mucho tiempo.

Ebun está llorando en el rincón. Yo también quiero llorar, daría lo que fuera por hacerme un ovillo y unirme a ella. Pero soy su madre,y es el trabajo de una madre proteger a sus hijos, mostrar su rostro mas valiente y hacerlos sentir lo mas seguros que sea posible.

Me volví hacia la puerta, forzando una alegría que no siento en mi voz.

-Hola, Yomi.¿Los ancianos están contigo?

-¡Si!Ahora abre la puerta.

Mas rasguños en la madera. Frenéticos. Enloquecidos.

-Usa la llave, Yomi.

Silencio. Incluso el viento había amainado, por alguna razón, como si guardara silencio para escuchar también.

-¿Qué?

Levanté la vista hacia el amuleto que colgaba sobre el lintel, un pequeño paquete cilíndrico oscuro con sangre seca. Mientras esté ahí, estaremos seguros. Sin importar que tan fuerte el viento sacuda la casa, lo espantoso de los gritos, las criaturas fuera de casa no pueden entrar... a menos que les abra la puerta.

A menos que las invite a pasar.

-La llave-,le dije casi sin aliento, con el corazón retumbando en mis oídos-.Me dijiste que nunca abriera la puerta a nadie,ni siquiera alguien que suene como tú. Te di una llave, Yomi.

-¡Ah si, es verdad!-dijo la voz (¿será Yomi? Por favor que sea Yomi)-.Me alegra que recuerdes mis recomendaciones. Pero perdí mi llave...

Un gemido profundo y demoníaco opacó su voz. Ebun grita y entierra su cabeza en sus piernas y Teju corre a su lado para confortarla.Mi mano se desliza hacia la cerradura. Si es Yomi ahí afuera no puedo dejarlo solo. Yomi seguía hablando, con la voz distorsionada por el terror, por la desesperación, ¿o es que acaso es todo un engaño? ¿una brillante estratagema? Nunca se sabe de lo que son capaces las hijas de Eleran, pero Yomi me dijo explícitamente que nunca abriera la puerta...

La puerta da un salto y yo retrocedo mientras Yomi grita. “¡ABRE LA PUERTA!¡POR FAVOR!¡ELLAS ESTAN...!”

El atronador sonido de las pezuñas opaca su voz y no puedo distinguir si el grito que escucho es del viento o si viene de Yomi.

#

-¿Pensaste que era Yomi?-pregunta Teju.

Nos amontonamos en la habitación de arriba, el pequeño cuarto que compartían los niños antes de que Teju decidiera que ya era un hombre y no podía compartir su habitación con una niña. No parecía demasiado hombre ahora, sus ojos preocupados buscaban respuestas en los míos, necesitaba consuelo.¿Cómo puedo decirle que no tengo respuestas para darle?¿Que yo también necesito consuelo? Que desearía que hubiera alguien aquí para que todo esto terminara. Que desearía no haber matado a esa cabra.

-No lo sé-dije.

Ebun está arrollada bajo las frazadas, con el pulgar en la boca, duerme para ahuyentar el miedo, mientras Teju y yo nos acurrucamos junto a ella para protegerla. ¿Quizás sea impresión mía pero la corona de cabello parece un poco mas brillante y alisada? Sacudo mi cabeza y me froto los ojos. El viento ya no mece la casa agresivamente, pero el silencio es aun peor, no es natural. Sumado a que todas las ventanas de la casa están tapiadas con tablas, lo que sume la casa en una oscuridad perpetua, y no nos permite ver hacia afuera, verlas a ellas. La casa se siente como un ataúd.

-Ese no era Yomi-, dijo Teju, intentando ser valiente. Con convicción. Nos sentamos ahí escuchando a Ebun respirar, observando como la lampara se consume poco a poco.    

#

Estoy en un granero inmenso, acopiando los tubérculos de batata recién cosechados en prolijas hileras para almacenarlas. Es trabajo duro. Estoy cubierta de mugre y tengo los antebrazos llenos de profundos y sangrantes arañones donde los tallos se pusieron rebeldes . Esas cosas me aterraban cuando era niña,la forma en que crecían, como si fueran las antenas de una criatura extraterrestre, purpuras y retorcidas. Ahora solo son un estorbo, algo a separar de los tallos antes de almacenarlos.

Las viejas bisagras crujen en señal de protesta cuando la puerta del granero se abre, seguido de un ráfaga de aire caliente de un ardiente mediodía. El granero fresco, construido especialmente con adobe y roble para preservar las batatas el mayor tiempo posible,se ve afectado por ese aire caliente, esperaba escuchar como la puerta del granero volvía a crujir al cerrarse pero nunca sucede; las puertas abiertas, exponiendo el granero al ardiente aire matinal. Estoy segura que Teju y sus inadaptados amigos están detrás de esta travesura, como de costumbre.      

Un apresurado repiqueteo de pisadas en el suelo cubierto de cortezas confirma mis sospechas, respiro profundo para gritarles cuando escucho el balido.

-Ah ah...

Dejo lo que estoy haciendo y atravieso rápidamente las interminables hileras de batatas en dirección al sonido, el balido y el traqueteo sobre las cortezas, al llegar a la curva, veo a cinco cabras comiendo.

Las cabras, incomprensiblemente flacas, se las habían ingeniado para de alguna manera desatar los nudos de una pila de batatas,los deshilachados extremos de la soga que habían mascado colgaban como una arteria rota. Por un momento, me quede ahí parada, estupefacta, mirando a los animales mientras se daban un festín con mis vegetales, empujandose unas a otras, agazapadas sobre las batatas, con las mandíbulas moviéndose en esa forma particular de masticar lado a lado.

En todos mis años en este pueblo nunca he visto una cabra. Oke-Aanu es un pueblo de granjeros y alfareros y carpinteros. Pero nadie tiene ganado, ni siquiera aves; si alguien quiere comer carne debe subirse a un camión y viajar durante dos horas hasta Maraba donde los mallam intentan sacarte hasta el ultimo centavo por un kilo de carne rancia.A pesar de eso, he aquí cinco cabras negras, comiendo despreocupadamente de la cosecha que tanto trabajo me ha costado. Una cosecha que es inusualmente pobre debido a esa extraña podredumbre.

-¡Yuu yuu!-grito, agitando mis brazos-.¡Fuera!¡Lárguense!

Es como si no estuviera ahí, como si no pudieran oírme, las cabras seguían comiendo desaforadamente. Solo una se digno a mirarme y en sus ojos negros no había nada mas que desprecio.

-¡Lárguense!Volví a gritar pateándolas. Balaron en señal de protesta y se movieron letargicamente, chocándose estúpidamente unas contra otras, danzando sobre las ruinas de los tallos de batata. Pero no corrían en dirección a la puerta. Solo esquivaban mis patadas y seguían comiendo. El descaro. La falta de respeto. Son criaturas repulsivas estas cabras, intrusas, me pusieron furiosa.

Hay un rastrillo en una estantería junto a un mar de herramientas de granja oxidadas. Lo tomo por el extremo dentado y lo agito en dirección al cúmulo de invasoras.

Un crujido satisfactorio se escucha cuando el largo mango del rastrillo golpea a una en las piernas. Chilla, un sonido espeluznantemente humano en agonía, y sale corriendo del granero.

Las cabras se dispersan. Balan, trepan unas sobre otras en su afán de escapar del ataque del rastrillo.

-Eso es-,grito yo-,corran pedazo de porquería y no vuelvan por aquí.

Las persigo hasta las puertas del granero donde encuentro a una mujer vieja de pie, apoyada sobre un bastón de pastoreo.Una túnica ankara gastada de una sola pieza le cubre el torso. Las cabras se esconden detrás de ella como niños petulantes, asomando y balando en diferentes tonos. Se siente casi como si le estuvieran  informando lo que había sucedido, comunicándole su descontento. 

-¿Qué es esto?-pregunto jadeando. El ejercicio me había dejado corto de aliento-.¿Son tuyas estas cabras?

-Mis niñas-dijo ella.

-¿Qué?

-Estas son mis niñas.

Las cabras dibujaban un circulo alrededor de los pies de la mujer, luchando por un lugar cerca de ella, casi como... niñas.En todo momento sus ojos negros nunca dejan de mirarme, miradas siniestras agobiándome, casi como si dijeran, ahora si estás en problemas.

-Bueno, madame, sus... niñas se metieron en mi granero y estaban comiendo de mis batatas. ¿No debería, no sé, vigilarlas?

-Tienen hambre.

Abro la boca indignada pero la vuelvo a cerrar. Intento de nuevo.

-Así que las trajo aquí deliberadamente. ¿A comerse mis batatas?

La mujer estaba parada a una buena distancia mía, por lo que recién en ese momento pude notar que tiene ligeros mechones de cabellos negros y gruesos sobre los labios y en la barbilla. Algo no está del todo bien en el rostro de esa mujer. Demasiado angular, quizás, o demasiado desproporcional... no puedo identificar que es.

 -Mis niñas son muchas-,dice ella-.Son miles.Siempre tienen hambre. 

Algo sobre su tono de voz, las palabras en sí,siento un escalofrío recorrer mi columna.

Se mueve repentinamente,pasa muy cerca junto a mi y me deja inmovilizada. Cuando me recupero ella ya está dentro del granero y desaparece al doblar la esquina.

-!Ey! No puedes...

Corro detrás de ella, cada momento que pasa me ponía cada vez mas nerviosa, no puedo sacudirme la sensación de que algo muy serio se avecina. La encuentro en la curva donde sus cabras (sus niñas) habían estado profanando mi tan esforzada cosecha. Y ahí, entre las batatas a medio comer y las cortezas de arboles yace una cabra muerta, como si fuese una especie de ofrenda.

-Mataste a mi niña.

-¿Qué?¡No!-.Fue entonces que vi la sangre en mis manos, espesa y con mechones de pelo de cabra en mis antebrazos, en mis jeans sucios y en mi delantal de cuero-.¿Qué es, qué,qué...

La fuerza abandona mis brazos y el rastrillo cae al suelo, los dientes cubiertos de sangre son la prueba de mi culpabilidad.¿Cómo sucedió esto?

-¡No!¡Yo no hice esto!

 Cuatro cabras negras se amontonan alrededor de su hermana caída (¿de dónde salieron? no las vi volver a entrar al granero)Hay algo en su comportamiento, organizado, impropio de un animal. Quiero gritar pero algo se ha comido mi voz. 

La mujer se inclina y alza a la cabra muerta en sus brazos, la alza como una madre amorosa alzaría a su hija muerta.

-Una cabra por otra-dijo ella, entonces da media vuelta y se marcha, con sus hijas escabulléndose detrás suyo. 

#

Me despierto con el sonido de los gritos. Me toma un segundo reorientarme,identificar el atestado cuarto de los niños, la lampara tenue, la tensión en la nuca de Teju al gritar. 

Me levanto de un salto de la silla mecedora y caigo al suelo ya que los músculos de mis piernas, tiesos, se contraen de un espasmo. Mis ojos se pusieron llorosos del dolor, pero me las arreglo para preguntar “¿qué sucede?”Por un breve momento creí que habían entrado a la casa, que Eleran y sus miles de hijas inundaban la casa. Pero Teju estaba mirando a la cama, con sus ojos invadidos de terror y confusión mientras parlotea y señala a su hermana dormida.

-¿Qué...

Ebun está arrollada en posición fetal, con el pecho que sube y baja mientras duerme, completamente ajena a todo el alboroto. Luce exactamente igual excepto por dos montículos espiralados que asoman de su enmarañado cabello, negro,brillante y...  

Eran cuernos de cabra.

#

La sangre fluye formando patrones en el agrietado cuenco mientras me lavo las manos. Hay tanta sangre. ¿Pero de dónde ha salido? Nunca maté a esa cabra. Sé que las perseguí, las golpeé con el mango del rastrillo. Pero yo no maté a esa cabra.

Un golpe suave suena en la puerta cuando salgo de la cocina. Me seco las manos en el delantal y abro la puerta.

Yomi está de pie en el porche de mi casa. No es un hombre muy apuesto, es un joven bastante promedio. Pero ha venido de visita dos veces por semana desde que mi esposo falleció. Es particularmente bueno con Ebun, y nunca deja de deleitarla con pequeños gestos y baratijas cuando sea que pase de visita.Aunque nunca lo ha expresado explícitamente, sé que tiene intenciones de conquistarme. Y aunque es demasiado joven para mi, me he estado sintiendo bastante estimulada, me descubro mirando con anhelo el sendero que lleva a nuestra granja,esperando que venga de visita. Siento un vergonzoso rubor adolescente ante la vista de esa sonrisa torcida.

No está sonriendo ahora. Parece como si hubiese visto un fantasma. Y así como así, sé que se entero de lo que ha sucedido.

-Cuéntame-dijo él.

-Habían cabras en mi granero.

Yomi se retorció de dolor.

-No son cabras. ¿Las alimentaste?

-Yo...-se me cierra la garganta-.Las ahuyenté. Una... una de ellas. No sé como paso pero, murió.

Los ojos de Yomi casi se le salen de la cabeza.

-¿Se murió?

-Ella dice que, que yo la maté. Pero no lo hice.¡Lo juro!

-Ay no-decía Yomi sacudiendo su cabeza de lado a lado como un perro intentando alejar las moscas-.No, no, no, no,no.

-¿Qué pasa?¿Qué está sucediendo?

Yomi se masajea el cuello como si se estuviera asfixiando y se pasa la mano por el cabello.

-Yomi, me estás asustando.

-Lo siento-dijo-.No lo sabías...

-Dímelo.

-No, será mejor que yo...

Lo tomé de la remera.

-Por favor, dímelo.

-Está bien, está bien-dijo él, quitando mis manos de su remera.

-Toda esta área solía ser un desierto rocoso. La historia dice que este pueblo fue fundado en el siglo catorce por una familia de exiliados.Exiliados de dónde, no lo sabemos. Pero bajaron de las montañas y llegaron a esta tierra, pasaron mucha hambre y estaban cerca de la muerte. El patriarca decidió que no podía ver morir a su familiar, y en su desesperación pidió a gritos la ayuda de la naturaleza. Lo hizo durante tres días y tres noches, para que alguien, algo lo ayudara. Y en la tercer noche, algo respondió.

-El guardián de las cabras-, murmuré-.Eleran.

-Uno de sus muchos nombres-dijo Yomi temblando-.El patriarca, le rogó a esta criatura comida para su familia. Comida para todos ellos, para que nunca les falte, para que pudieran sobrevivir en el desierto.Desesperado, con los suspiros de su familia moribunda aun sonando en sus oídos, hizo un Pacto con esta criatura, los primeros frutos de su cosecha a cambio de una cosecha abundante. Mientras vivamos en esta tierra, y dejemos los primeros frutos de nuestra cosecha para Eleran y sus hijas, nunca pasaremos hambre.

Ahora recuerdo todas las veces que mi esposo separaba las primeras batatas de la nueva cosecha. Nunca entendí por qué lo hacia, pero nunca continué con la tradición. Y ahora estoy pagando por eso... con una inusual peste en la cosecha de este año, mas de la mitad de los cultivos arruinados...

Casi como si hubiera hecho enojar a alguien.

 

-Nunca me lo dijo-murmuré, estrujando sus manos-, mi esposo, ¿por qué nunca me lo dijo?

-Solo los hombres saben de esto, y solo cuando cumplen la mayoría de edad-dice Yomi-.Como fue el patriarca el que hizo el Pacto, es la carga de los hombres honrar ese pacto en cada generación.

-Esa es la razón por la cual has estado viniendo a la granja por lo últimos tres años-le dije-.Ayudando con la granja. Has estado separando los primeros frutos.

-Me asignaron para hacerlo-Yomi me miro a través de sus largas pestañas-. Lo siento. Esto es todo mi culpa. Debi haber estado aquí para ayudarte con la cosecha. Me quede varado en la ciudad...

-¿Qué es lo que vamos a hacer?

-No lo sé-dijo él-.Pero iré a buscar a los ancianos. Ellos sabrán que hacer. Mientras tanto, reúne a los niños y cubre todas las ventanas. Mantén la puerta cerrada.

Estoy demasiado petrificada para hablar así que asiento.

-Voy a necesitar una llave para cuando regrese-dijo Yomi-.Escuches lo que escuches, no abras la puerta, ni siquiera si suena igual que yo.¿Entiendes?

Asiento temblorosamente y le entrego una llave extra.

Se detiene por un momento, mete las manos en sus bolsillos y amasa un pequeño fardo y lo cubre con sangre seca.

-Cuelga esto sobre la puerta. Las mantendrá afuera.

#

Teju retrocede, con los ojos abiertos y desorbitados como un caballo asustado, entonces da media vuelta y huye  rápidamente del cuarto. Oigo sus pisadas bajando pesadamente por las escaleras pero no puedo ir tras él. Solo tengo ojos para mi hija, esa pequeña y adorable criatura que ahora esta criando cuernos.

-Mamá-empezaba a limpiarme las lagrimas de los ojos cuando vi que Ebun me miraba. ¿Había estado despierta todo este tiempo?-¿podes abrazarme?

-Claro que si querida, claro que si-me deslice dentro de la angosta cama muy silenciosamente. Pero mientras corría las mantas siento una ráfaga penetrante de hedor animal. Me pican los ojos y me dan arcadas pero no retrocedo cuando Ebun me abraza y me pincha las costillas con sus cuernos.

Puedo oír a Teju enfurecido en el piso de abajo.

-Me siento mal-dice Ebun-¿Me voy a morir?

-No-no si yo tengo algo que decir al respecto. Pero son palabras vacías, pensamientos vacíos. No sé qué hacer, y eso me aterroriza-.Yomi regresará y vas a estar bien-.¿Pero dónde está Yomi? Un pensamiento involuntario invade mi mente: ¿y si era Yomi el que tocó a la puerta mas temprano?¿Y si realmente había perdido su llave?¿Qué habrá pasado con él si resulta que lo deje ahí afuera con Eleran y sus hijas?

 Pero otro pensamiento surge en mi mente. Yomi nos abandonó. Nos encerró en la casa para salvarse a sí mismo.

-Tengo hambre-dice Ebun.

-Si, claro-le digo, secando mis ojos-.Todavía queda un poco de eko de esta mañana. Sé que te gusta...

-No-dice Ebun-.Quiero batatas.

-¿Batatas?-tendría que ir hasta el granero para buscar una buena, pelarla, lavarla y picarla-.¿La querés hervida o...?

-Cruda-dijo Ebun mientras me miraba con ojos de cabra hambrienta-La quiero cruda.

Ahí fue cuando supe que la había perdido.

 

#

 

El viento comenzó a sacudir la casa nuevamente, seguido por un chillido espantoso. Puedo oír las pezuñas como tambores sobre el techo, ¿acaso hay cabras en el techo? Pero no son realmente cabras, eso lo sé ahora. Y no son realmente sus niñas. Son algo mas.

Me abro camino a través de la casa, con la lampara ardiente a través de la oscuridad, proyectando todo tipo de cosas al rango de visión. Siento que hay formas merodeando en los extremos del haz de luz, evadiéndola.

Bajo las escaleras, paso el comedor y recorro el angosto pasillo que lleva hasta el granero. Hay cosas creciendo en la casa, filtrándose a través de las grietas de las tablas del suelo y los espacios entre las paredes, serpenteando como raíces. Purpúreos, enormes, retorcidos...

Zarcillos de batata. Excepto que nunca había visto zarcillos crecer de esa manera, abriéndose paso a través de la casa, destrozándola.

Las puertas del granero han sido arrancadas de los goznes y el interior es un bosque caótico. Donde antes había prolijas hileras de batatas apiladas ahora era un maraña que ocupaba todo el granero, raíces y zarcillos (tentáculos), las batatas atrapadas en el medio como insectos en una red de su propia creación.

A duras penas, me meto entre el matorral y arranco la batata mas cercana. Para mi sorpresa sale muy fácilmente, la guardo bajo mi brazo y me apresuro a regresar a la habitación donde aguarda mi hija en plena transformación.

El comedor es un nido de lianas. Gruesas y malévolas cosas cubren las paredes y el suelo y la puerta está partida a la mitad y medio abierta.

Dejo caer la batata mientras empujo la puerta, intentando cerrarla. Una ráfaga de aire helado se filtra por la fisura y lo veo...

Veo al Guardián de las cabras, parada en el claro frente a la casa, una silueta de pie contra un cielo purpura, un ocaso eterno. No es la encorvada figura que vi en el granero, sino su verdadera forma.

Medía dos metros y medio, vestía un vestido negro con broches a la altura de las pezuñas. Su cabeza de cabra asomaba de lo que debería ser el cuerpo de una mujer, pero era algo mas. Un esperpento. Una aberración. Y aunque se encuentra a varios metros de mi, sé que esta mirándome.

Mientras la observa, veo como espectrales alas negras se desenrollan como velas detrás suyo y forman un toldo que cubre la multitud de cabras que se amontonan a sus pies. Las cabras, que eran flacuchas y demacradas cuando asaltaron mi granero, ahora eran robustas, con el pelaje brillante y los ojos centelleantes, hambrientos. Estaban ahí, simplemente estaban ahí. Esperando.

Una cabra por una cabra.

Un grito atraviesa la casa, y yo, despego mis ojos del guardián de las cabras y sus hijas, esquivo tambaleante las extrañas plantas y corro rápidamente por las escaleras hasta la habitación.

-¡Teju! ¿Qué estas haciendo?

Por un momento crei que Teju estaba mancillando a su pequeña hermana; estaba sentado encima de ella mientras esta se retorcía sobre las sabanas, la cama se mecía con la fuerza de sus movimientos, ¿o era la casa la que se movía? Es solo cuando miro detenidamente que veo que ella yacía boca abajo sobre la cama, con sus brazos aplastados por las rodillas de Teju, con la cabeza hacia atrás, mientras él sostenía uno de sus cuernos (ahora tan largos como mi antebrazo) mientras intentaba desesperadamente cortarlo con una rustica sierra que tomo de la caja de herramientas de su padre.

-¡Ayúdame mamá!-Teju pausó lo suficiente para mirarme con los ojos brillantes y enloquecidos-. Sostenla. Si puedo quitárselos, quizás no se transf...

-¡Detente, detente muchacho! ¡La estas lastimando!

Pero Teju no me escucha, solo gruñía con cada impulso de la sierra

-Tenemos... que ....

Me arroje contra Teju pero siempre ha sido grande. Con huesos grandes como su padre y su abuelo. Una luz explota en mis ojos cuando me aparta de un manotazo y me envía trastabillando a caer sobre la mecedora. Mis oídos resuenan con el estrépito de pezuñas, el aullido del viento, los gritos agonizantes de Ebun que cada vez sonaban menos como los de un ser humano.

Me incorporo, escupo un chorro de sangre y un diente. La sierra está ensangrentada y por un momento pienso en el rastrillo ensangrentado.Las gotas de sudor volaban de los brazos de Teju mientras éste desempeñaba su mórbida tarea, serruchando con el singular compromiso de un carnicero mallam de Maraba. No sé qué se había posesionado de él, estaba sordo a mis suplicas. Pero esa es mi hija, incluso si huele horrendo e incluso ahora que veo una delgada capa de pelos negros que empieza a cubrir su piel, incluso ahora que ya no está gritando sino balando.

Me arrojo por segunda vez contra Teju, me cuelgo de su cuello, le suplico que suelte a su hermana.La suelta el tiempo suficiente para gruñirme como un perro y asestarme un puñetazo en el rostro.

#

 Un dolor abrazador se apodera de mi cuando recupero la conciencia. Me duele el rostro. Lo siento destrozado, con fragmentos de hueso cortándome la piel con cada movimiento que hago. Por un momento, espero oír los gritos de Ebun, ver con dolor el horrible chillido de la sierra. Pero la habitación está en silencio. Excepto por ese húmedo y absorbente sonido.

Abro los ojos y me encuentro cara a cara con Teju. Mi primer instinto es encogerme (¿cómo y cuándo empecé a temerle a mi propio hijo?). Pero ya no está embravecido, su rostro ha regresado a ser el del niño amable que conozco y amo. El brillo enloquecido de sus ojos ha desaparecido, no hay nada en sus ojos, solo una mirada vidriosa y muerta.

Sobre la cama hay una bestia inmensa ; una cabra de seis patas, con su pelaje negro brillante ante la pálida luz, sus poderosos cuernos surgen retorcidos de su desgreñada cabeza que ahora estaba inclinada, enterrada profundamente en el torso de mi hijo muerto.

Finalmente pude gritar.

La cabra levanta la mirada, con el hocico  reluciendo de sangre, sangre roja. Sus labios retroceden y revelan hilera tras hilera de imposibles y afilados dientes, para luego emitir un largo y abominable sonido. El sonido es replicado una, dos, diez, miles de balidos guturales que se mezclan para formar una demoníaca armonía. La cabra se apoya en sus piernas traseras y me escabullo mientras salta sobre mí, el sonido de sus pesadas pezuñas atraviesan la casa y salen por la puerta del frente.

Fin.


Inspirados en sus raices nigerianas. Sus obras cortas están publicadas en revistas como The Dark Magazine, Beneath Ceaseless Skies, Shoreline of Infinity y Fiyah entre otras. Actualmente reside en Penza, Rusia donde estudia para convertirse en doctor. Seguilo en tobiogundiran.com and @tobi_thedreamer en Twitter.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

The midnight club, temporada dos según Mike Flanagan.

 Con la cancelación de la serie, el creador de la serie Mike Flanagan publicó en Tumbler un pequeño descargo contándole a los fans cómo pret...