El satélite Jameson- Primera parte.

El día de hoy, tenemos la primera parte de una genial historia de aventura espacial, la primer entrega de una larga saga galáctica.  Junto a Ray Cummings, Jack Williamson y tantos otros autores, Neal R. Jones fue un pionero del space opera que tanto prolifero en la literatura pulp de los años 20, 30, y hasta mediados de los 40. 

Al igual que los autores mencionados anteriormente, Jones introdujo un elemento novedoso, fantástico para la época y con superficiales detalles técnicos. No adelanto mas, los dejo con la primera parte de esta emocionante historia... 

¡Qué lo disfruten!

Por Neil R. Jones

Publicado originalmente en Amazing Stories, julio 1931.

Traducido por Ema U.

Los mamuts del mundo antiguos se han preservado maravillosamente en el hielo de Siberia. Solo a unos pocos kilómetros en el espacio, el frío es mucho mas intenso que en las regiones polares y su poder de preservación  de los cuerpos muertos probablemente sea proporcionalmente mas efectiva. Cuando el científico/héroe de esta historia sabía que estaba a punto de morir, concibió una idea brillante para la preservación de su cuerpo y el resultado excedió sus expectativas. El qué, cómo, y por qué, está brillantemente explicado en esta historia.

 

Prólogo

El cohete satélite.

En lo profundo del espacio, a unos treinta mil kilómetros de la Tierra, el cuerpo del profesor Jameson viaja en un contenedor dentro de un cohete en un viaje interminable, girando alrededor de una gigantesca esfera. El cohete era un satélite del inmenso y giratorio mundo alrededor del cual orbitaba. En el año 1958, el profesor Jameson había buscado la forma de preservar su cuerpo en forma indefinida después de su muerte. Había trabajado muy duro y durante mucho tiempo en ello.

Desde los tiempos de los faraones, la raza humana ha estado buscando los medios para proteger a los muertos de los estragos del tiempo. El arte egipcio de embalsamar a sus muertos había sido una maravilla, una práctica que la humanidad ha perdido en el despertar de la era mecánica, y nunca ha sido redescubierta. Pero incluso embalsamar el cuerpo del profesor Jameson a la egipcia resultaría infructuoso, en vista que en millones de años, la disolución de los cuerpos sería tan efectiva como cremar uno inmediatamente después de su muerte.

El profesor había buscando la forma de preservar su cuerpo por toda la eternidad. Pero eventualmente había llegado a la conclusión de que nada en la tierra es imperturbable mas allá de un cierto limite de tiempo.

Por lo tanto, mientras siguiera buscando una forma terrenal de preservación, estaría condenado a la decepción. Todos los elementos terrestres están compuestos de átomos, que están eternamente en descomposición y recomposición, pero nunca se destruyen a sí mismos. Un fósforo puede arder, pero los átomos siguen imperturbables, se convierten en humo, dióxido de carbono, cenizas, y otros elementos básicos. Estaba claro para el profesor que nunca podría lograr su propósito si pensaba en utilizar un sistema de estructura atómica como el fluido embalsamador o cualquier otra composición para preservar otro sistema de estructura atómica, como el del cuerpo humano, cuando toda estructura atómica está sujeto a un cambio que es universal sin importar que tan lento sea.

Entonces, hablando para si mismo, evaluó la posibilidad de preservar el cuerpo humano en el mismo estado de su muerte hasta el fin de la vida en la Tierra, hasta ese día en que la Tierra finalmente regrese al sol desde donde se desprendió originalmente. En forma casi repentina, así como así, se le había ocurrido la respuesta al dilema que lo había obsesionado, la respuesta lo dejo maravillado, las potencialidades eran impresionantes.

 

Enviaría su cuerpo al espacio dentro de un cohete para convertirse en un satélite de la Tierra hasta que el planeta deje de existir. Ese fue su razonamiento lógico. Cualquier sustancia, ya sea de origen orgánica o inorgánica, arrojada a las profundidades del espacio existiría indefinidamente. Había visualizado su cuerpo muerto dentro de un cohete, volando hacia las infinitas fauces del espacio. Se preservaría en perfectas condiciones, mientras que en la Tierra, millones de generaciones humanas vivirían, morirían y sus cuerpos, descompuestos, regresarían al polvo y serían cosa del pasado. Persistiría, inalterado, hasta el día en que la humanidad, bajo una fría estrella, se desvanezca para siempre en la gélida y delgada atmósfera de un mundo en agonía.

¡Era una magnifica idea!

Al principio lo asaltaron las dudas ¿Y sí su cohete funerario aterrizaba en algún otro planeta, o era atraído por la inmensidad del sol y arrojado a las llamas de la esfera incandescente? El cohete podría fijar rumbo fuera del sistema solar, sumergido en el interminable océano del espacio durante millones de años, para finalmente entrar en algún sistema solar de alguna lejana estrella, al igual que los meteoros entran al nuestro. ¿Y si el cohete se estrellará en un planeta de ese sistema o en la estrella misma, o se convirtiera en una satélite de algún cuerpo celestial?

Fue en este punto donde se le ocurrió la idea de convertir su cohete en un satélite de la tierra, e inmediatamente lo incorporó al esquema. El profesor había calculado el impulso necesario para llevar el cohete a una distancia lo suficientemente lejos de la tierra para que no terminara cayendo y se estrellará, pero lo suficiente para que la gravedad de la tierra evitara que éste abandone la órbita terrestre y el sistema solar. Al igual que la Luna, giraría por siempre alrededor de la Tierra.

Eligió una órbita para su cohete a cien mil kilómetros de la tierra. El único miedo que tenía en este punto eran los enormes meteoros que vagaban por el espacio a grandes velocidades. Pero superó ese obstáculo, y eliminó las posibilidades de una colisión con estos titanes estelares. Instaló propulsores en el cohete para desviar cualquier meteoro que se acerque a la trayectoria de la nave. El anciano profesor se había preparado para todas las contingencias y se preparaba para descansar de sus tareas y deleitarse con los increíbles e inigualables resultados que obtendría. Su cuerpo jamas se descompondría, y sus huesos jamas se convertirían en polvo, polvo de donde todos los hombres se han originado y a donde todos eventualmente regresan.

Su cuerpo permanecería en perfecto estado durante millones de años,  inalterado por periodos de tiempo que solo geologos y astrónomos podrían concebir.

Sus esfuerzos superarían incluso a los mas salvajes sueños de H. Rider Haggard, que representó la maravillosa practica de embalsamar de la antigua nación de Kor en su inmortal novela, Ella, en la cual Holly, acompañado por la incomparable Ayesha, contemplan la magnifica, realista y magistral forma de embalsamar de la desaparecida civilización de Kor.

Asistido hábilmente por su sobrino, quien desempeño sus instrucciones y deseos después de su muerte, el profesor Jameson partió a su peregrinaje espacial en el cohete que él mismo había construido. Su sobrino y heredero mantuvo el secreto guardado por siempre en su corazón.

 Generación tras generación siguieron su rumbo. La humanidad gradualmente murió y terminó por desaparecer de la faz de la tierra. La humanidad fue mas tarde reemplazada por otras formas de vida que dominaron el globo por un periodo determinado de tiempo, hasta que eventualmente también se extinguieron. Los años se apilaban uno sobre otro y se contaban por millones, pero el satélite de Jameson seguía su solitaria vigilia alrededor de la tierra, la distancia entre el satélite y el planeta se fue cerrando gradualmente, cediendo involuntariamente a la poderosa atracción de éste ultimo.

Cuarenta millones de años después, su órbita había caído hasta los treinta mil kilómetros de la tierra mientras que el planeta muerto se acercaba cada vez mas al frío sol cuyo esfera roja y apagada cubría gran parte del cielo. Alrededor de las llamas, podían verse muchas estrellas a través de la enrarecida y delgada atmósfera terrestre. A medida que la tierra se movía lenta y gradualmente hacia el sol, la luna hacia lo propio hacia la tierra, y se veía como una inmensa gema, resplandeciendo ante el cielo del crepúsculo. 

El cohete con los restos del profesor Jameson continuaba su interminable travesía alrededor de la tierra, cuya rotación ahora se había detenido por completo, con una cara mirando eternamente al moribundo sol. De ahí continuó su solitario camino, un ataúd cósmico, acompañado por un cortejo fúnebre repleto de centelleantes estrellas entre el profundo silencio de la eternidad del espacio que lo envolvía. No había compañía para el solitario cohete, excepto por meteoros que ocasionalmente pasaban junto a él a una velocidad excepcional con destino incierto a través del vacío del espacio entre mundos distantes.

¿Será que el satélite del profesor seguirá en órbita hasta el fin del mundo? ¿O será que el suministro de los impulsores se agotará al cabo de eones y convertirá al cohete en presa fácil del primero meteoro que se cruce en su camino? ¿regresaría alguna vez a la tierra cuando su órbita se hubiera acercado demasiado y la gravedad lo hiciera estrellarse en la superficie del desolado planeta? ¿y cuando el cohete finalmente termine su carrera, será que el cuerpo del profesor se habrá conservado en perfecto estado o será apenas un puñado de polvo? 

Capítulo I

40.000.000 de años después.

En las fronteras del sistema solar, una inmensa, oscura y puntiaguda nave acelera a través del espacial en dirección al pequeño punto de luz emanado por la esfera roja y opaca del moribundo sol, estrella que algún día yacería fría y oscura para siempre.  Como un gigantesco meteoro, la nave atraviesa el sistema solar en dirección al gran sol rojo desde algún lejano sistema planetaria en los mas recónditos extremos del universo. 

En el interior de ese viajero estelar, extrañas criaturas de metal operaban los controles del leviatan que se abría paso hacia el centro luminoso del sistema. Atravesó rápidamente la órbita de Neptuno y Urano en dirección al sol. Los cuerpos de estos extraños seres eran bloques cuadrados de un metal muy similar al acero sostenidos por cuatro extremidades articuladas que habilitaban su movilidad. Seis tentáculos, todos de metal, como el resto de su cuerpo asomaban de la parte superior del cubo. Sobresaliendo por encima de todo estaba su extraña cabeza metálica se elevaba en el centro del cuerpo y estaba equipada con un circulo de ojos que la rodeaba completamente. Las criaturas, con ojos mecánicos y pestañas de metal, podían ver en todas direcciones. Y un solo ojo coronaba el extremo de la cabeza puntiaguda, descansando en una suave cavidad craneal.

Eran Zorianos del planeta Zor, mundo que orbitaba alrededor de una estrella a un millón de años luz de nuestro sistema solar. Los Zorianos habían alcanzado, hacia unos cuantos cientos de miles de años, un nivel de desarrollo científico que los había llevado a buscar la inmortalidad y alivio para sus agotados cuerpos, atiborrados de imperfecciones de la carne y de la sangre. Habían buscado liberarse de la muerte, y lo habían conseguido, pero al mismo tiempo habían destruido su capacidad de nacer. Fue así que, durante varios cientos de miles de años, la historia del planeta Zor no registró nacimientos y apenas unas pocas muertes.

Esta extraña especie de individuos había construido sus propios cuerpos mecánicos, y,   operándose los unos a los otros habían trasplantado sus cerebros a sus cabezas metálicas desde donde dirigían las funciones y movimientos de sus inorgánicos cuerpos. Las muertes por desgaste de la carne eran cosa del pasado. Cuando una parte del cuerpo mecánico se rompía, se reemplazaba, y así, los Zorianos tenían prácticamente vidas eternas con muy pocas excepciones. Desde el avance tecnológico, hubieron apenas un puñado de accidentes en los que la destrucción de las cabezas y por ende de los cerebros, resultaron irreparables. Fueron pocos, sin embargo, y la población de Zor había disminuido. Los hombres maquinas de Zor ya no necesitaban su atmósfera, y de no ser por el frío del espacio, podrían haber vivido tanto en el vacío como en la superficie de algún planeta. Sus cuerpos de metal, especialmente la cabeza que contenía sus cerebros, requerían de cierta temperatura aun cuando podían sobrevivir cómodamente en lugares donde sus cuerpos originales hubieran muerto congelados.

El pasatiempo mas popular entre los hombres de Zor era la exploración del universo. Esto les proporcionaba una fuente inagotable descubrimientos, desde las mas variadas formas de vida hasta las mas diversas condiciones planetarias a los cuales bajaban a descansar. Cientos de naves espaciales habían sido despachadas en todas direcciones, muchas de ellas habían emprendido expediciones que duraban cientos de años antes de regresar a su distante planeta natal de Zor. 

Esta nave Zoriana en particular había ingresado a un sistema solar donde sus planetas cerraban cada vez mas sus órbitas alrededor de una opaca esfera roja, un sol moribundo. La tripulación de la nave, que era de alrededor de cincuenta individuos, examinaba cuidadosamente los variados planetas de ese sistema tan particular con sus poderosos telescopios.

Estos hombres maquinas no tenían nombres y se identificaban con letras y números. Conversaban los unos con los otros a través de impulsos de pensamiento, y no eran capaces de de producir sonidos vocalmente ni de escuchar uno pronunciado. 

-¿Adónde vamos primero?-preguntó uno de los hombres en la consola de mando a otro parado junto a él examinando la cartilla de navegación.

-Todos parecen ser mundos muertos, 4R-3579-respondió el otro-, pero el segundo planeta desde el sol parece tener una atmósfera que podría albergar vida, y el tercer planeta también puede ser interesante ya que tiene un satélite. Examinemos los planetas interiores primero, y exploraremos los exteriores al final si determinamos que valen nuestro tiempo.

-Demasiado esfuerzo por nada- apresuró 9G-721-.Este sistema planetario es igual a tantos otros que hemos explorado antes. El sol es tan frío que no podría sostener ni a las formas de vida mas comunes que generalmente encontramos en nuestros viajes. Deberíamos visitar sistemas con estrellas mas brillantes.

-Hablas de formas de vida comunes-resaltó 25X-987-¿Y qué hay de las poco comunes? ¿Qué acaso no hemos encontrado vida en mundos muertos, fríos, sin luz solar ni atmósfera?

-Si, es verdad-admitió 9G-721-.Pero ese tipo de hallazgos son increíblemente raros.

-Pero sin embargo, la posibilidad existe, incluyendo a este sistema-le recordó 4R-3579-, y qué si pasamos un poco de tiempo improductivamente en este sistema,¿qué acaso no tenemos vidas inmortales por delante? La eternidad es nuestra. 

-Empecemos por el primer planeta-comandó 25X-987, que estaba al mando de esta particular expedición zoriana-y en el camino inspeccionemos la superficie del tercer planeta a ver si alberga algo que sea de nuestro interés. Si es así, después de visitar el segundo planeta podemos volver al tercero. El primer mundo no vale la pena. 

La nave espacial zoriana pasó a toda velocidad a unos cuantos miles de kilómetros sobre la superficie terrestre en dirección al planeta que conocemos como Venus. Mientras avanzaba, redujo drásticamente su velocidad para que los zorianos pudieran examinar el tercer planeta de cerca con sus instrumentos.

De repente, uno de los hombres maquina entró corriendo al cuarto donde 25X-987 observaba la topografía del mundo bajo sus pies.

-¡Encontramos algo!-exclamó.

-¿Qué es?

-¡Otra nave!

-¿Dónde?

-Inmediatamente delante nuestro, cerca. Venga a la cubierta delantera y podrá verla con el telescopio.

-¿Qué curso lleva?

-Se comporta en forma extraña-respondió el hombre maquina-.Parece estar girando alrededor del planeta.

-¿Crees que hay seres inteligentes, como nosotros, en ese mundo muerto y que esa es una de sus naves?

-Quizás es una nave de exploración como la nuestra pero de otro mundo-sugirió.

-Pero no una de las nuestras-dijo 25X-987.

Juntos,los dos zorianos se dirigieron rápidamente a la sala de observación de la nave donde mas hombres maquina examinaban ansiosamente la misteriosa nave. Sus impulsos mentales volaban de acá para allá como balas incorpóreas.

-¡Es muy pequeña!

-Va muy despacio.

-Es una nave con capacidad para apenas unos pocos hombres-observo uno.

-No sabemos el tamaño de las criaturas-recordó otro.

-Quizás haya miles de ellos en esa nave. Pueden ser tan pequeños que hasta podríamos no verlos a primera vista. Hay registro de seres así.

-Pronto lo averiguaremos.

-¿Me pregunto si nos han visto?

-¿De dónde crees que vengan?

-Del mundo debajo-sugirió alguien.

-Quizás.


No se pierdan la emocionante conclusión de este relato.

Muy pronto.


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