Hoy presentamos un relato totalmente nuevo de una autora nueva (nueva para el sitio, claro).
María Moravsky, escritora de origen ruso y radicada norteamericana llegó a los EEUU. poco después de la revolución del 17. Si bien escribía poesía en su país natal cambio radicalmente hacia la ficción corta que publicó en tanques del género como Amazing Stories y Weird Tales.
Hoy presentamos "Mas allá del marco", publicado originalmente en Weird Tales de julio 1940.
Por María Moravsky
Traducido por Ema U.
Los resplandecientes edificios de oficinas luchaban por un lugar en el marco contra una antigua ciudad con dorados chapiteles y coloridos techos. El pasado prevaleció.
Helena Wolna, una joven bibliotecaria polaca de la división eslava, sentada en su escritorio, miraba una vieja pintura con tristeza.
La pintura colgaba frente a una ventana que miraba a una plaza céntrica. Las luces de un rascacielos distante se reflejaban en el cristal que protegía los pergaminos, y las antorchas de una antigua procesión se mezclaban con el reflejo de las lamparas eléctricas.
Helena observó la pintura, y vio, detrás del resplandor del cristal, la imagen contrapuesta de la luz de las velas de la catedral polaca y el radiante edificio de oficinas que luchaban por un lugar dentro del marco.
Impaciente, bajo las persianas de la ventana. Desprovista ahora del reflejo intruso, la pintura se reveló en toda su extraña belleza. Husares alados galopaban a ambos lados de un carruaje dorado, y escoltaban a una mujer muy joven y frágil hacia la catedral. Sus rostros, iluminados claramente por las antorchas, estaban plenamente animados y habían sobrevivido al paso de los siglos.
Todo lo que Helena sabía sobre ese fragmento de la historia de su antiguo país venía de los libros de historia. Pero tenía una obsesión romántica por verla. Su memoria racial parecía saber algo sobre esa escena casi olvidada...
La pintura parecía ahora un poco borrosa. Quizás el cristal se había nublado por el vapor de la niebla matinal. La miro de cerca y vio que el cristal había desaparecido por completo.
La antigua escena parecía muy distante ahora. Una gruesa cortina de niebla apareció entre la joven y la pintura. Helena estiró sus brazos hacia la borrosa figura, inconscientemente le hacia señas para que se acercara... y entonces, las antorchas parpadearon.
La pintura estaba gradualmente cobrando vida. El carruaje se movía y avanzaba, entonces los caballos se detuvieron súbitamente. ¿Qué había sucedido? Helena se acercó aun mas, sumergiéndose en la neblina.
Tanteando entre la rojiza oscuridad, tropezó con algo duro y pensó sin demasiada sorpresa que estaba cruzando el marco, el umbral detrás del cual yacía esa antigua vida.
El oscuro marco se expandió. Sus margenes internos se extendían indefinidamente, se convertían en un oscuro corredor con paredes color ceniza, cielorrasos altos y pulidos y resbalosos suelos. Se adentro mas y mas por ese oscuro y angosto túnel que terminaba en una apertura nebulosa mas adelante.
Avanzó y avanzó mientras la apertura se ampliaba y la neblina se dispersaba. Finalmente llegó hasta el final del túnel. Un viento fuerte, cargado con extraños recuerdos sopló sobre su rostro. La ciudad de techos con tejas y chapiteles dorados brillaba a la distancia, iluminada la luz del ocaso que había conseguido traspasar la niebla. El atardecer estaba retrasado, las antorchas palidecían.
Innumerables carruajes circulaban por el camino en dirección a la ciudad resplandeciente, tiros de bueyes, jinetes, y campesinos con pesadas botas. Plumas de faisán adornaban sus sombreros y campanas tintineaban en sus cinturones. Las mujeres vestían amplias y ondulantes polleras con coloridos listones cocidos que simulaban un arco iris viviente.
Cantaban, reían y cotilleaban.
-¿Es verdad que el Rey Jagiello ha prometido bautizar a su pueblo si nuestra Krolewna se casa con él?
-¡Claro que si! Se bautizaran en tandas. Entraran al río, y nuestros sacerdotes orarán sobre el agua para consagrarla. Y una vez que se hayan salpicado con agua bendita y les hayan dado el nombre de nuestros santos, cada nuevo Cristiano recibirá una camiseta blanca y una pieza de pan.
-De seguro muchos de ellos se bautizaran dos veces solo para recibir eso.
Fue el conductor del tiro de bueyes que un poco borracho pronunció estas ultimas palabras. Un sacerdote con un hábito marrón oscuro que llevaba una soga como cinturón y viajaba de pasajero en la carreta reprobó con sus dedos la broma del conductor.
Helena escuchaba la conversación con mucha atención. Por alguna extraña pero esencial razón sentía que era algo que le concernía.
-Krolewna Jadviga viene camino a Cracovia. Ha visitado a las Hermanas White para pedir consejo. Dicen que finalmente ha decidido casarse con este rey bárbaro.
-Está todo cubierto de pelo, como un oso-siguieron cotilleando.
-Su segundo nombre es Helena-dijo alguien.
Entonces Helena comprendió que ella era la princesa que todos esperaban. Miró su vestimenta; un diseño extravagante y fastuoso. Incluso bajo la capa de polvo podía ver lo reluciente de la seda de su voluminosa pollera, el corset con bordes de piel, y lo grueso del pelaje que cubría su túnica.
Un caballero que pasaba la vio, y quedo deslumbrado, tanto así que barrio el camino de tierra con la pluma de su sombrero.
-¿Cómo llegó hasta aquí Krolewna?¿Puedo ofrecerle mi caballo?
-Yo... mi carruaje se descompuso camino a Cracovia. Odiaría decepcionar a las personas que esperan por mí en la catedral. Deje atrás mi escolta-respondió ella con confianza como repitiendo una oración que había oído muchas veces.
-Su cortejo se va a preocupar por usted, Krolewna.
-Déjalos que se preocupen-dijo riendo ligeramente-. Estoy cansada de tanta fastuosidad.
El caballero la ayudó gentilmente a subir y la ubico detrás suyo en el caballero generosamente ornamentado. Jadviga llevo sus dedos al fantástico diseño de oro forjado y preguntó:
-¿Dónde obtuviste esta montura? Parece un diseño extranjero.
-Si, es turco. Despaché al pachá que lo poseía-dijo con un risa poco placentera. Era la risa de un asesino.
Jadviga recordó que la guerra era de lo único que se ocupaban los caballeros. ¡Los temibles Hussars! Sonaba bien en las crónicas, pero conocer a uno era repulsivo. ¡Se jactaba de despojar a un muerto!
Nunca me casaré con un caballero, pensó.
Entonces recordó. Iba de camino a Cracovia, a casarse con el caballero mas grande entre los caballeros... el Rey de Lituania había prometido unificar su país con el reino de Polonia y Jadviga, que había heredado el trono de su padre, era el sello de esa promesa. ¿Cómo había podido olvidar eso, aunque fuese por un breve instante?
Le pareció por un momento que el evento había sido olvidado durante siglos... hizo un esfuerzo por recordar el por qué lo había olvidado. Pero su mente confundía los eventos pasados. ¿O serían futuros?
Sintió una extraña sensación, como si se deslizara a través de los siglos.Las épocas se mezclaban...
¿Habían Hussares en los tiempos de Jagiello? Absolutamente no. Y los turcos aun no habían puesto un pie en Europa. Sin embargo podía oír el silbido de la gran caballería alada diseñada para aterrorizar a los paganos de Asia; vio el enorme plumaje de águilas volando sobre Polonia, proyectando su gigantesca sombra sobre el futuro de ese país, mientras ella cabalgaba hacia atrás, cabalgaba hacia el pasado.
Su mente era un torbellino. Le dolía la cabeza debajo del pesado casco. Se llevo la mano a su frente ardiente y vio en su dedo un anillo de oro oscurecido, un diamante rústicamente cortado resplandecía en él. Si, estaba comprometida.
Su mente se aclaró cruelmente en ese momento. Estaba comprometida para casarse con ese inmenso lituano, el que la gente comentaba que tenía el cuerpo cubierto de pelo como un oso. ¡Qué desagradable! Quería llorar.
Pero recordó su dignidad, las personas no debían verla llorar. El caballo atravesaba entonces el portal que llevaba a la catedral.
Alguien la reconoció a pesar de la pobre iluminación de las antorchas, de nuevo envueltas en neblina y la creciente oscuridad. Una voz gritó.
-¡Larga vida a Jadviga!
Y el eco despertó entre los sólidos muros de la catedral y replicó débilmente.
-...vida a Jadviga...
Seguía sin sentir la alegría de estar viva. Parecía estar atravesando un doloroso sueño erróneamente llamado vida.
-Jagiello estará aquí para la misa de la tarde, para recibirla, Jadviga.
No notó quien había dicho eso, su atención había sido captada por el sonido de un martillo.
-¿Quién está trabajando aquí tan tarde?¿Qué acaso no terminan de trabajar al ocaso?
El caballero que la había llevado respondió, a la vez que la ayudaba a desmontar del inquieto caballo:
-Algunos talladores de piedra tienen que trabajar de noche para completar las reparaciones en la catedral. Debe estar listo para la ceremonia de su boda.
Siguió el sonido de los martillos. Parecían persistir y atraerla como si fuera una señal enviada por alguien muy querido... En el extremo mas alejado de la catedral vio a un muchacho de cabello claro que reemplazaba una piedra en el muro junto al cañón. Su cabello tenía un pálido resplandor dorado a la tenue luz de la antorcha.
Su rostro me resultaba extrañamente familiar. En algún lugar, siglos atrás, había visto esos ojos soñadores, grises con una pizca de azul cobalto alrededor de las pupilas... Le encantaba verlos, siglos atrás ¿o sería siglos en el futuro?
-¡Qué pensamiento tan ridículo!-musitó.
-Dime tu nombre-le preguntó al muchacho.
Antes de responder, se inclinó hacia adelante y se seco los ojos con la manga de su ropa. Fue entonces que se dio cuenta que el muchacho lloraba.
-¿Por qué lloras?-preguntó gentilmente.
Su escolta estaba sorprendida de que ella hablara así con un plebeyo. La multitud a su alrededor estaba boquiabierta ante la escena tan inusual, una Krolewna conversando con un simple tallador de piedras.
El muchacho dudo. Levantó su mirada y sus ojos se encontraron. Como si una fuerza mas fuerte que su voluntad lo obligara, vocifero:
-Mi padre está enfermo. Sufrió un accidente cuando manipulaba un cuenco donde fundía metales en busca del elemento de la Verdad. Es un gran alquimista, sabe. Se quemó con el metal fundido. Soy demasiado pobre para llamar al curandero real. Los demás no pueden ayudarlo. Por eso trabajo de noche, así puedo ganar lo suficiente... Pero quizás muera antes de que yo pueda...
No alcanzó a terminar la oración. Sorprendido, con la boca abierta, observó como Jadviga colocaba su pequeño pie sobre la piedra que él estaba arreglando. La luz de muchas antorchas resplandeció sobre su hebilla de diamante. Krolewna forzó la hebilla de su zapato y se la dio al muchacho.
-Tómalo, para tu padre.
El joven la observó con silenciosa gratitud. Cuando bajó su pie de la polvorienta roca, él tomó su martillo y cortó el contorno de su pie, que había dejado una huella sobre el polvo.
-¡Que la marca su buena obra viva por los siglos!-exclamó, señalando el profundo tallado.
Cuando sus ojos volvieron a encontrarse, estos dos individuos entendieron que el mas común de todos los milagros había sucedido; se habían enamorado. Y, junto a la sobrecogedora alegría los invadió también la revelación instantánea de que su amor era una flor a la cual nunca dejarían florecer; Jadviga Helena estaba comprometida con el rey.
Las amarantinas banderas de Polonia, mas rojas que la sangre y mas brillantes que el fuego, flamearon ante una brisa que olía a pino quemado. Las borlas doradas resplandecían ante la luz de las alegres fogatas que ardían ahora en las calles. Hombres en sukmanas y mujeres con listones ondulantes se reunieron a su alrededor. Los platilleros de Lituania y los gaiteros de Crakovia intentaban opacarse los unos a los otros tocando sus melancólicas y simples melodías lo mas fuerte posible. Pero en ese momento, sus tintineos quedaron ocultos bajo el rugido de los cuernos de bienvenida del rey. Era un sonido alegre que señalaba el inicio de las festividades y entretenimientos, pero para Jadviga sonaron como las trompetas del Día del Juicio.
Una enorme multitud de personas de apariencia extraña, cabello blanquecino, piel amarillenta y robustos cuerpos se paraban en las aguas del serpenteante río que les llegaba hasta las rodillas...
Jadviga podía oír el silbido de las turbulentas aguas que pasaban entre sus velludas piernas. Los solemnes curas vestían casullas doradas y oraban en voz alta bajo el frio y gris firmamento... Una majestuosa ceremonia de bautismo... El sol salía, repentinamente desde detrás de una espesa nube y sus rayos, que se sentían casi tangibles, bajaban como las cuerdas de una gran arpa que se extendían desde el cielo hacia la tierra.
... El murmullo:
-¡Un milagro!¡Un milagro!
Ella lo vio y lo oyó todo en la forma desapegada y solitaria que lo ve una persona que observa desapercibida el festín de un extraño. Como el alma descarnada miraría el cuerpo que acaba de abandonar. Se miró a sí misma en el espejo, de pie junto a un hombre fornido de hombros anchos con una brillante armadura y un águila blanca pintada sobre su escudo dorado.
-Usa su armadura incluso durante las festividades. Siempre con sospechas, siempre listo para la guerra-reflexionó ella.
Le dedicó una larga y dura mirada, como la de un domador que observa a la fiera que debe quebrar. Pero cuando él le devolvió la mirada, ella titubeó. ¿Acaso no era una carga demasiado grande? Unificar los reinos no era tarea para una mujer.
A Jagiello le aburrió la ceremonia tan larga. Bostezaba abiertamente desplegando sus enormes y lobeznos dientes.
Jadviga sentía que tenía que hacer un pedido. ¿Qué era? Haciendo el esfuerzo, como quien recuerda forzosamente un recuerdo de la infancia, dijo:
-El tallador de piedras...¿recuerdas al tallador de piedras de la catedral?
-¿Al que le diste tu hebilla de diamante? Si, me han contado de sus extravagancias, mi reina.
Levantó la mirada hacia sus sombríos ojos. Había en ellos una chispa, se lo veía entretenido. No estaba enojado, solo bromeaba...
-Su padre murió. Es una lastima, el hombre era un sabio. Si hubiera un poco mas quizás hubiera descubierto la Piedra Filosofal.
-Mi pueblo y yo no necesitamos de la filosofía-dijo Jagiello amargamente-. Estos alquimistas a menudo resultan ser peligrosos hechiceros. ¿Qué hay de su hijo?
-Waclaw quiere conseguir trabajo en la corte.
-¡No mientras yo viva!Sabe cómo tallar figuras para las lapidas ¿verdad? Por Perun que nuestra familia aun no las necesita.
-Por favor, no maldigas usando a dioses paganos-Jadviga lo reprendió amablemente.
En el espacioso jardín terraza del palacio de Jagiello, tapado por grandes arboles traídos por enormes plataformas desde los lejanos bosques de Lituania, Helena Jadviga yacía acostada en su hamaca de seda, escuchando las confusas melodías de distantes violines y acordeones.Una multitud celebraba el carnaval bailando en el mercado local, celebrando antiguas festividades paganas que el Cristianismo hacia disfrazado de Pascuas.
Una inmensa tristeza y soledad la agobiaban, no porque su rey se hubiese ido lejos a luchar contra los fanáticos religiosos Teutones sino porque regresaría pronto.
Regresaría y entonces, los servicios del cuidador de halcones de cabellos dorados correría peligro...
-¿Qué es lo que le preocupa, pani?-escuchó que preguntaba una cálida voz.
-¿Qué crees tú?-le dijo con una mirada elocuente.
-Para dispersar su tristeza ¿quiere que lea en voz alta algo de Slowacki?
Se levantó de la hamaca, conmocionada y sin palabras. El muchacho había hecho referencia a poemas de alguien que aun no había nacido, el genio cuyo alma aun deambulaba en los sombríos valles del futuro.
Como si pudiera oír sus pensamientos, su amante respondió:
-Estamos predestinados a conocernos siempre... tanto en el pasado como en el futuro...
Nieblas iluminadas por la luz de la luna cargaban el aroma desvanecido de las ultimas lilas de la primavera... los gritos distantes de las multitudes celebrando...
El sonido de las campanas y el rugido de los cuernos....y, dominando todos los aromas y sonidos, el aroma del cabello del muchacho y el burlón sonido de sus indiscretos besos.
El rey regresó... y el halconero se procuro un halcón encapuchado. Pero entonces, ¡el terror! ¡Ese horror!
-¿Sabes cuidar de las aves? ¿Hace cuánto tiempo estás aquí? Nunca te he visto antes-. La gruesa voz de Jagiello preguntaba mientras sus velludos dedos tamborileaban sobre la coraza dorada que protegía su pecho.
-He estado sirviendo en el palacio desde hace dos, no, tres años-dijo tartamudeando.
-¡Ya veo! Entonces debes conocer a todas mis aves. Sin dudas conoces sus caprichos. Sabes que atacaran a un extraño... Ahora, dígame mi leal halconero, ¿le sacaría la capucha a este halcón?
La feroz ave voló entonces hacia el muchacho... El silbido de sus alas, tan fuerte, tan insoportablemente fuerte que recordaba al magnifico plumaje de los Hussares Alados... y entonces, una puñado de cabellos dorados manchados con sangre, arrancados de su adorable cabeza.
-¡Ja ja! Te recuerdo tallando piedras en la iglesia de Cracovia!¡Te daré tiempo para que talles la piedra de tu tumba!
Oscuridad...neblinas ensangrentadas nadaban bajo los arboles del jardín artificial...parecía que el techo del palacio se rompería bajo el peso el grueso y enriquecido moho extraído de los fértiles campos de Sandomir, para dar lugar a las parasitarias flores del paraíso personal del Rey.
Años mas tarde, acostada en su recamara, decorada solo con un crucifijo y un obraz de la virgen, la enferma esposa del Rey Jagiello recordó al tallador de piedras a quien había intentado sacar de su corazón a fuerza de ayunos, oraciones y buenas obras.Su alma cansada y despojada de sus anhelos terrenales, ahora codiciaba solo una mirada de sus ojos gris azulados.
-Traigan a Waclaw-le susurró a su vieja sirvienta que se había inclinado a acomodar su almohada.
La sirvienta la miro con compasión.¿La reina había olvidado que el muchacho había muerto hacia tantos años?
-Waclaw ya no vive en este reino-dijo mientras se persignaba.
Pero Jadviga-Helena no quería creerlo.
-Prometió que esperaría por mí, lo prometió-. Sus labios incoloros murmuraron en forma inconsciente las olvidadas palabras de un extraño poema:
Olvidaremos que alguna vez hemos muerto...
Se detuvo, intentando recordar las extrañas lineas. Estaban en un idioma extranjero, no en polaco.
Mi amor esperará por mí en la orilla
Y me llevará de la mano...
Se detuvo a pensar en el significado de esas palabras extrañas que parecían fluir desde el interior de su cuerpo. Pero solo pudo repetir:
Olvidaremos que alguna vez hemos muerto...
¡Solo una mirada de sus ojos! Sabía que tenía que, que lo encontraría esperándola mas allá de los muros de esta sofocante recamara.
Pensó que podría moverse. Le pareció que se había levantado de la cama y caminaba tambaleando hacia la puerta. Pero solo era su alma la que se había desplazado de su pesado e imperturbable cuerpo atado por una enfermedad mortal a su cama cubierta por piel de oso .
Atravesó entonces la pesada puerta de roble, entre las barras de acero forjado que atravesaban las placas pulidas del suelo. Camino con pasos ligeros que no eran de este mundo a través de los pasillos de piedra de su castillo, junto a los centinelas en armadura, por la verja de hierro y cruzando el puente levadizo, lejos muy lejos, hacia el final de la ciudad donde los polvorientos caminos conducían desde los suburbios hasta el antiguo muro.
Una luz tenue brillaba a través de una grieta en el muro. Ella miró a través de ella. ¡Era extraño lo grueso que se hacia ese muro! La grieta se extendía infinitamente, se expandía para formar un corredor de paredes blanquecinas y suelos pulidos y resbalosos.
-¡Un pasaje subterráneo!-pensó la Reina Jadviga.
Al final del túnel había una apertura. Se hacía cada vez mas ancha y un sinnúmero de estrellas brillaban al final del camino. Una extraña luz resplandecía estable, no como una antorcha o una vela, sino cien veces mas potente. Pero que sin embargo no era la luz de las estrellas. Eran lamparas brillando a través de cientos de ventanas de un gigantesco edificio. ¡Un rascacielos!
Como si saliera de una niebla escuchó a alguien preguntar:
-¿Usted está a cargo de esta biblioteca?
Se frotó los ojos. Un joven estaba parado frente a su escritorio. El suave desplazamiento de silabas del extranjero le dio a su voz una cierta calidez. Sus mejillas eslavas, el suave contorno de su boca, su mentón redondeado y sus cabellos dorados eran incongruente con su estilo de ropa americana.
Esos ojos soñadores con una pizca de azul cobalto en la franja exterior del iris la miraron profundamente a los suyos y pudo oír las campanas de esa antigua catedral sonando y anunciando tristemente esa hora inolvidable. Ambos lo supieron, a primera vista, la emocionante tristeza de los eventos que el futuro les deparaba y de todos los que habían pasado hacia tanto tiempo atrás.
-Soy Jan Groholski-dijo el visitante-.Un comerciante de arte me envió aquí.
Sin poder hablar, Helena le señaló una silla. Por momentos, se sentaron uno frente al otro, compartiendo la misma extraña sensación. Entonces, el joven polaco dijo:
-He estado aquí sentado por un largo tiempo mirando como soñaba frente a esa pintura. ¿Alguna vez le paso... le pasa, esa sensación de que ha visto a la misma persona y a sus alrededores hace mucho pero mucho tiempo?
Asintió. Él se volvió hacia la pintura a la que implícitamente hacían referencia.
-Esta pintura estuvo en mi familia durante generaciones. La recuerdo de cuando era niño. Solía estar colgada en el salón de música, en nuestro hogar en Varsovia. Pero mi abuelo era tan pobre que tuvo que venderla. Un adinerado americano, conocedor, la compró. Ahora que de alguna manera he prosperado...
Ella pensó que había comprendido.
-¿Quiere comprarla de vuelta? Pero no puede, sabe. Es propiedad pública, la administración de la biblioteca no la venderá.
-Si, lo sé. Ahora que pertenece a la biblioteca pública no me molesta. Estoy perfectamente satisfecho de que este aquí. Pero me gustaría copiarla. Solo un boceto...¿Podría hacerlo?
-Pues sí, por supuesto-dijo la joven titubeando. El impacto de este encuentro extrañamente familiar la había conmocionado.
El joven artista abrió su portafolio y sacó una especie de estileto.
-Voy a hacerlo en punta de plata-explicó.
-¿Qué es una punta de plata?
-Es un dibujo hecho con la punta afilada de una varilla de plata. Deja marcas que se oxidan. Son mucho mas finas que cualquier trazo que pueda hacer con un lápiz. El único defecto es que no se puede borrar. Tienes que hacerlo bien a la primera.
Incluso mientras hablaba, dibujaba rápidamente, con una mirada seria. Durante un tiempo, Helena observó como su mano delgada se movía a lo largo del áspero papel. Repentinamente éste tomó el papel y lo rompió a la mitad.
Ella dejo escapar un pequeño grito por el sobresalto.
-No estaba saliendo bien-explico él-.Lo intentaré nuevamente.
Esta vez le gustó mas el resultado. La chica del carruaje nupcial y su escolta de hussares alados se veían nitidamente. Pero sin embargo el artista sacudió su cabeza y volvió a romper la hoja.
-No me está saliendo-miró a su alrededor y vio que el salón se vaciaba-¿Va a cerrar pronto?
La bibliotecaria miró el reloj.
-Puedo cerrar un poco mas tarde-decidió. Tenía que ver ese dibujo terminado.
El ultimo visitante se fue. Ya se había pasado bastante la hora del cierre. Pero Helena seguía observando en silencio como se movía la mano rápidamente.
Entonces el artista levantó sus oscuros y afligidos ojos y la miró como buscando su rostro.
-He abandonado la idea de copiar toda la pintura. Solo voy a retratar el plano mas alejado...Es bastante oscuro pero puedo aclararlo...¡si!-dijo con un grito que la hizo sobresaltar-. Se está aclarando-dijo ya con un tono bajo, casi un susurro y agregó-casi contra mi voluntad...
Ella se inclinó sobre el bosquejo y vio, que no era la chica en el carruaje nupcial ni los Hussares alados a su lado, sino esa inolvidable escena junto a la catedral, donde el joven tallador cincelaba el contorno del pequeño pie de la Reina Jadviga.
Nuevamente, los siglos se desvanecieron. Las pálidas lineas grises de la punta plateada parecían centellar, adoptaban una luz fuera de este mundo. Miró de cerca el rostro de la reina y era casi como mirar su propio reflejo en el espejo.
Lentamente, con el aliento agitado, traslado su mirada hacia el otro rostro y vio en los afligidos y exaltados rasgos del joven tallador de piedras recién delineados por el visitante. La miró durante mucho tiempo aun cuando el reloj de la biblioteca marcaba apenas segundos. Era el rostro de Jan Groholski.
Un repentino relámpago de una tormenta eléctrica iluminó el cielo. Y en ese breve y deslumbrante resplandor de luz pudo ver un vistazo del futuro.
No pudo ver los detalles. Pero una impresión indeleble permaneció: ella y Jan estaban unidos por siempre por un lazo del destino imperecedero.
Fin.
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