Por Emma Törzs
Publicado originalmente en Beneath Ceaseless Skies
Traducido por Ema U.
Esta es la confesión de Perrine Mauroy, dictada a Pierre-Martin de la Martinière en las ultimas horas de su vida y en las primeras horas de la suya. À París, chez l’Auteur, ruë de Gévre a l’Espèrance, l’année de notre seigneur, 1668.
La verdad es, Monsieur de la Martinière, que esperaba ver las calaveras. Pequeñas, quemadas casi al punto de convertirse en carbón y apiladas en el jardín de La Voisin, prueba de existen todos esos pobres bebes que dicen que arranca cotidianamente de los vientres hinchados de mujeres desesperadas. Prueba, también, de la magia que realiza utilizando esos huesos, con los que convierte a las mujeres feas en ninfas radiantes, o convierte a dedos lentos y perezosos en dedos hábiles y ágiles que vuelan sobre el telar.
He escuchado de las calaveras y quería evidencia, porque como toda buena chica de campo, constantemente pensaba en la brujería: si alguna vez la veré, si sabré reconocerla cuando la vea, y lo mas importante, ¿estaré tentada a caer en la condenación? Cuando era niña, a menudo soñaba con hambrientas persecuciones, felices y enloquecidas, soñaba como abría mi propia boca bien grande y hundía mis dientes en algo tibio y suave, lleno de sangre, y siempre miré con anhelo la oscuridad del bosque. La condenación me preocupaba, ya que incluso siendo inocente, creo que sentía una especie de bestia dentro de mí, con garras y hambrienta.
Pero el día que fui a ver a La Voisin, atravesando París en el carruaje que usted alquiló para mi, con mi bolso rebosante por el peso de su dinero, aun en ese entonces me sentía inocente. Seguía husmeando entre las pesadas cortinas negras de la ventana del carruaje pare ver como las personas se apartaban del camino del caballo, gritando y maldiciendo mientras aplastaban sus cuerpos contra los muros de los edificios para evitar ser aplastadas por las ruedas de madera, huyendo del peligro que representa el dinero de alguien mas, como yo misma había hecho muchas veces antes. Pero ahí estaba ahora, sin huir, por encima de todos. Estaba por encima de las calles, y me dije a mí misma que estaba por encima de esas mujeres que iban a ver a La Voisin buscando pociones de amor o brebajes para matar niños no nacidos. Me convencí a mi misma de que estaba acudiendo a ella por razones mas nobles, por sus razones; nada menos que la salvación de la medicina francesa, y a través de ella, la salvación de la humanidad.
Incluso ese día, mas tarde, mientras observaba como Antoine se retorcía en agonía cuando sus dedos se fundían entre sí y se endurecían, sus gritos se convertían en balidos y sus cabello se hacía áspero y blanco... incluso entonces, me sentía inocente.
Pero no es para renegar de mi inocencia que ahora dejo esta confesión. Una parte de lo que voy a relatar, Monsieur, usted ya la conoce, ya que estuvo ahí. Pero esto no es para usted. Es para quienes se hagan preguntas una vez que usted y yo nos hayamos ido. Es porque, por primera vez en mi patética vida, estoy orgullosa de algo.
Fue así:
Me llegaron rumores de que había un demente retenido en el Hotel de Montmor, y por supuesto, fue ahí donde encontré a mi esposo. El hogar de Montmor era inmenso y hecho de roca solida, el lugar mas lujoso al que me hubiera atrevido a acercarme en mis veintiocho años de vida, y temía que apenas vieran las condiciones en las que estaba me cerrarían la puerta en la cara. Después de pasar días buscando por las calles de París, estaba cubierta de barro, mezclado con orina y heces, mi mejor vestido azul manchado de marrón hasta la cintura. Pero apenas mencioné el nombre de mi esposo al hombre de la entrada, la pesada puerta de madera se abrió y entre mayordomos y sirvientes me llevaron ante Monsieur Montmor en persona.
Él estaba en una habitación cálida y mas grande que cualquier casa en la que yo haya vivido, con muchos otros caballeros bien vestido como él y una dama. Todos voltearon sus cabezas cubiertas por pelucas rizadas hacia mi cuando entre a la habitación y se taparon sus nobles narices con sus nobles pañuelos perfumados para protegerse de mi hedor. Mis rodillas estaban débiles por el miedo y las manos me temblaban, pero aun así me las arreglé para hacer una reverencia, y como respuesta recibí la risa de la dama, fuerte y claro, una expresión pura de deleite ante el espectáculo que representaba. El recuerdo de mi vergüenza es suficiente para hacer crujir mi mandíbula.
Monsieur Montmor se paró frente a mi con sus bellísimas medias rosas y sus zapatos con tacón, el cuero resplandecía como si nunca hubiera pisado las calles por las cuales yo había transitado, y en cuanto al resto, no sabría decirles. No tuve el coraje de levantar la cabeza para ver mas arriba de sus rodillas. Le dijo a sus sirvientes-¿Dices que es la esposa de Mauroy? ¡Que criatura tan lamentable! ¿Cuál es su nombre?
-Perrine, monsieur. Perrine Mauroy.
-Llévala a su alcoba-dijo Montmor, y luego, dirigiéndose a mí-, bueno, Madame Perrine, muy pronto verá cómo hemos mejorado a su desdichado esposo.
Entonces se dio la vuelta, con su interés puesto nuevamente en su salón, una vez mas me llevaron a través de una serie de helados corredores,y por un tramo de escaleras, hasta que finalmente llegamos a un cuarto calefaccionado por un fuego bien atendido. Ahí encontré a mi esposo holgazaneando en una cama baja, con aspecto pálido pero contento. Estaba siendo asistido por un hombre bien vestido de cabello corto y gris, su propio cabello, y ojos grandes e inteligentes, que volvió hacia mi al mismo tiempo que mi esposo.
-¡Perrine!-gritó Antoine saltando de su cama, con los brazos abiertos. No pude evitar encogerme ante su abrazo, ya que era luna llena y mi esposo era tan famoso por su demencia como yo por los moretones que sus puños dejaban en mi rostro, pero para mi sorpresa me tomó gentilmente en sus brazos, y me dijo- ,oh ¡no creerás lo que ha ocurrido!
Para entonces yo estaba exhausta. Vivíamos en una aldea en las afueras de la ciudad, y había estado caminando por días, aterrada de que Antoine hubiese sucumbido finalmente a uno de sus ataques y se prendiera fuego o bebiera hasta la muerte. Era un esposo despiadado, pero era mejor que no tener esposo, especialmente para la mujer que yo era en ese entonces. Sin duda recordará mi carácter, Monsieur de la Martinière, ya que se aprovecho completamente de él. Era débil y patética.
No hice preguntas; solo me senté junto al fuego intente comprender algo de la historia que Antoine me contaba. A menudo era interrumpido por el hombre de cabello gris, que era un tal Monsieur Denis. El monsieur era un doctor, un doctor que, según me explicaron, había abierto las venas de mi esposo y lo había desangrado, quitándole varias tazas de sangre. Entonces, este doctor había reemplazado toda la sangre que Antoine había perdido con la sangre de un ternero vivo.
-¿Sangre de ternero?-repetí yo-. ¿En las venas de Antoine?
-La usamos por su pureza-dijo Monsieur Denis-. Para contrarrestar el candor de la sangre de su esposo.
Cuando escuché esto, me persigné. ¡Es gracioso ahora, pensar en ese gesto!
-Oriné negro por días, Perrine-dijo Antoine, con un dejó de satisfacción-y sangré bastante de la nariz, apenas tenía energía para orar. Ahora, sin embargo, ¡me siento bastante bien!
-¿No lo encuentra bastante mejor?-dijo Monsieur Denis, y admití que si. No podía ni pensar en entender la ciencia detrás del experimento y la idea de la sangre de vaca palpitando en el cuerpo de mi esposo me daba escalofríos, pero ahí estaba Antoine, de repente se había quedado sin una gota de violencia o demencia, sus palabras, su mirada, y todo a su alrededor estaba perfectamente en calma.
-El conde de Montmor lo encontró vagando por las calles semi desnudo y a los gritos, como sabía que yo buscaba un demente para mis experimentos, lo trajo directamente conmigo-dijo Denis-.¡Y que éxito hemos tenido! Es un golpe directo a la ciencia inglesa, efectivamente. Aun está en observación, y seguirá así por unos días mas, esta noche debo desangrarlo nuevamente, un cuenco o dos, así que podrás quedarte aquí con él.
Lo hice con gusto, apenas podía creer que teníamos la suerte de quedarnos en tan noble casa. Antoine se hizo cargo de todo, el calor, la comida en exceso, el colchón y las cobijas, el vino. Él había probado ese estilo de vida antes, pero era completamente nuevo para mi, y saboreé cada momento, con temor de regresar a la aldea y a nuestros hábitos naturales. Una casa de un solo ambiente, sucia, fría y miserable. Con mucha suerte comíamos carne una vez a la semana y ahí la servían todos los días.
“Esta vez será diferente, Perrine” me decía a mi misma.
“Antoine está curado, encontrará trabajo y se mantendrá ocupado, va a beber menos y dejará de golpearme. Quizás puedas ser feliz.” Que tonta fui, hasta llegue a convencerme de que volvería a aplicar para servir a la Marquesa de Sévigné y retomaría su antiguo puesto en su hogar, y que quizás este cálido y novedoso estilo de vida ya no sería una anomalía sino el comienzo de una nueva y gloriosa normalidad. ¡Ese era mi sueño!
Escuché que usted mismo es de baja alcurnia, Monsieur de la Martinière, por lo que podrá comprender lo que es experimentar, por primera vez, no el lujo, sino la seguridad. Puede comprender lo que significa probarla como si fuera la primera vez y nunca mas contentarse con ese viejo sentimiento de temor hambriento. Es posible, Monsieur, que usted haya tenido razón todo este tiempo, pero quizás no en la forma que usted pensó. El Doctor Denis sí creo un monstruo, pero no fue Antoine Mauroy, y quizás usted, incluso mas que Denis, sea el responsable.
O mejor dicho, usted es a quien debo agradecer, desde lo mas profundo de lo que alguna vez fue mi alma.
Siempre, desde que era niña, me he sentido cerca de los animales. Anhelaba estar relacionada con los depredadores, pero muy a mi pesar me sentía mas cercana a aquellos que comíamos; a esa vacas de ojos tiernos, a los corderos con su suave pelaje y piernas temblorosas, a las delgadas cabras que embestían los postes de sus corrales con la cabeza, como si pensaran que tenían alguna oportunidad de ganar su libertad. Yo no era emotiva como mi prima Marie, que lloró cuando se comieron a un perro que ella particularmente quería durante un duro invierno, ya que no era afecto lo que sentía por ellos, sino afinidad.
Una vez, cuando era niña, estaba en la ciudad con mi madre y mis hermanos mas pequeños, y escuché a lo lejos como un noble decía en voz muy alta a la dama que lo acompañaba que a los niños como nosotros había que encerrarnos en el campo, detrás de una cerca junto al ganado, y ella riendo se mostró de acuerdo. Cuando fui un poco mas grande, solía caminar hasta París para presencias las ejecuciones, pero en lugar de ver como rodaban las cabezas o como se quebraban los cuellos, observaba a la nobleza. Los observaba a ellos observando, la forma en que retraían sus labios exhibiendo sus dientes cuando caía la guillotina y como se le ponían blancos los ojos de tanta emoción, en ese momento pensé que en realidad somos todos animales ¿no es así? ¿Cuál es la diferencia mas allá de que algunos vivimos en el barro y la suciedad y algunos otros corren libremente?
Recordará, Monsieur de la Martinière, que cuando se acercó a mi por primera vez, estaba en el camino congelado detrás de mi casa, intentando capturar un gato. Quería llevarlo adentro para que matara una rata que había estado perturbando mi sueño. Justo antes de que usted llamara mi atención, pensaba en lo bien arreglado que está todo, que algunos animales nacen para perseguir a otros, lo perfectamente apropiada que es la mente de un gato que se divierte persiguiendo pequeñas y escurridizas criaturas, y que apropiados son sus filosos y delicados dientes para desgarrar la barriga de los ratones.
Me distraje pensando en eso y no vi su carruaje hasta que gritó mi nombre por la ventana. Lo dijo una vez y de nuevo mucho mas bajo -¿Es usted Madame Perrine Mauroy?
Asentí finalmente y usted gritó- ¡Magnifico!-, mientras bajaba del carruaje dando un salto con gran agilidad y entusiasmo. Quizás no se dio cuenta pero retrocedí asustada, ya que su energía y sus ropas finas me pusieron nerviosa. No entendía que podía querer un hombre como usted con una criatura como yo, pero claro, no era realmente a mi a quien necesitaba.
-He venido por su esposo-dijo usted-.¿Podemos hablar adentro? Aquí afuera hace tanto frío como en Siberia.
Voy a detallar toda nuestra conversación a continuación para que no haya lugar a dudas sobre lo que usted me pidió. Para que no haya equivocación sobre lo que usted puso en marcha.
En la casa, noté que miraba la hoguera casi apagada hasta que le puse nuestro ultimo trozo de leña y sacudí las ascuas para complacerlo. Entonces se sentó en la silla de madera de mi esposo con una sonrisa en el rostro, y cruzó sus pies bien vestidos a la altura de los tobillos como si nunca hubiera estado mas cómodo. Le ofrecí un poco de vino caliente y lo observé mirar alrededor en nuestro hogar, nuestros escasos muebles, la cama que era poco mas que sogas y mantas apolilladas y el orinal congelado.
-Bueno-dijo usted, como si lo dijera para consolarme-, he visto peores. En Arabia pasé la noche en una cama tan llena de escarabajos que cada movimiento la hacia crujir como si fueran huesos rotos. Nunca dormí peor en mi vida.
Me las arreglé para moderar mis modales.
-Siento oír eso, Monsieur...
-De la Martinière-miro detenidamente mi rostro con abierta curiosidad, y me di vuelta avergonzada. Podía imaginar lo que vio. Una de mis mejillas estaba ardiente e hinchada de cuando Antoine me había golpeado la noche anterior, y mi labio estaba partido. Los vecinos escucharon mis gritos y enviaron a sus dos hijos a atarlo a la cama por mi, pero se había soltado temprano por la mañana y estaba Dios sabe donde ahora.
-Veo que su esposo no está curado después de todo-dijo usted y la satisfacción en su tono de voz me hizo enojar un poco.
-Por un tiempo estuvo curado-dije-. Pero la demencia regresó rápidamente.
-Debe ser difícil, Perrine, vivir con un hombre así-esto lo dijo con un tono mas amable.
-Lo es Monsieur.
-Tengo entendido que no siempre fue así-dijo-. ¿Es verdad que alguna vez fue valet de la Marquesa de Sévigné?
-Si, es verdad, Monsieur. Pero eso fue antes de que yo lo conociera.
-¿Cómo fue que llegaron a casarse entonces?-aun cuando se mostraba interesado y compasivo, me di cuenta que usted ya conocía la respuesta a esa pregunta. Sin embargo, no sentí que tuviera opción, y admití que había sido arreglado por nuestras familias.
-Me dijeron que estaba simplemente enfermo-dije yo-. No entendí la gravedad de su demencia hasta después de la boda.
-He escuchado decir que se volvió loco por amor-dijo, aun con ese aire de sincera comprensión-. Aunque no de amor por usted. Había depositado sus esperanzas de fortuna en el sueño de casarse con cierta mujer de la nobleza, ¿es verdad? Y cuando se casó con otra persona, salió gritando a las calles y empezó a prender fuego las casas de los nobles, amenazando de muerte a todo aquel que se cruzara en su camino.
-Si, Monsieur-dije yo, con la mayor tranquilidad que pude.
-Quizás es tan cruel con usted porque es un recordatorio diario de lo que nunca pudo tener.
¿Sus labios recuerdan haber formulado esas palabras? Con saña y maldad, disfrazada de lastima.
-Quizás-dije. Para ser sincera, yo creía que Antoine era cruel mucho antes de volverse loco. Después de todo, hay muchas clases de dementes amables.
Asintió en aparente simpatía-. Debe soñar con frecuencia lo que sería su vida si estuviera casada con otra persona.
Es verdad que alguna vez lo hice. Desperdicie mi tiempo imaginando un esposo diferente, una vida diferente con alguien que me cuidara.Pero con los años mis ensueños han cambiado. Ahora, cuando me golpea, imagino que puedo cuidar de mi misma. Con cada golpe, me imagino mas fuerte; con brazos gruesos, dientes afilados, con garras que pueden aplastar las palabras en la garganta de Antoine, pies que pueden aplastar sus costillas hasta que atraviesen su pecho, y piernas que me lleven muy lejos de él para siempre.
-Todos tenemos nuestras pequeñas fantasías, Monsieur. ¿No lo cree?-le dije.
Su sonrisa me sorprendió. Estuvo de acuerdo conmigo. Y entonces, finalmente me preguntó-¿Le gustaría saber por qué he venido?
No espero a que le respondiera, buscó en el bolsillo de su abrigo y saco una bolsa de terciopelo que hizo un ruido metálico cuando lo apoyó sobre la mesa.
Con grandilocuencia, me dijo : Estos son 1800 escudos. Son todos suyos, Perrine, si accede a ayudarme. Estoy investido en una misión de salvación, para salvar la medicina francesa de caer en la violencia y el canibalismo, y para salvar las almas inmortales de incontables hombres como su esposo, que al aceptar la sangre de animales en sus cuerpos se han convertido inconscientemente en hombres bestias y por lo tanto se han excluido a sí mismos de entrar el paraíso, por siempre.
No había soltado usted la bolsa de monedas y mis ojos estaban clavados en ella. Lo escuché decir algo sobre momias y las aplicaciones de su carne para tratar distintas enfermedades, entonces me preguntó si yo había consumido carne de momia, quizás en polvo para un dolor de oído o en forma de plasma para el vértigo.
Asentí y le dije que si, aunque fuera solo para que se apresurara.
Quizás usted, al igual que yo, ha visualizado la fuente ancestral de este excelentísimo remedio, visualizado los arrugadas y ennegrecidas formas obtenidas con grandes ceremonia de sus tumbas, su inmenso poder, desenvuelto y fraccionado con tanto cuidado. ¿Se lo imagina Perrine? Igual que yo, hasta que a los catorce años viaje con piratas hasta Egipto y me encontré en una habitación rancia y fétida, rodeado de criminales, observando como un hombre extraía el cerebro y los órganos de un cuerpo recientemente asesinado, para luego llenar la espantosa cavidad con un liquido negro y viscoso que supuraba y apestaba como el mismísimo pecado. Entonces,dejaban este cuerpo relleno de porquería secar durante varios días, y una vez disecado, lo envolvían en vendas y por ultimo, lo enviaban al Continente, donde era vendido a muy buen precio como carne de momia y que cientos de personas la ingerían para aliviar sus dolencias, personas con esperanzas, quizás usted una de ellas. ¿No le genera repugnancia todo este asunto?
La verdad era que si. Me revolvió el estomago, pero volví a concentrarme en el resplandor de los 1800 escudos y se me pasó.
-Como verá-continuó usted-, solo yo entiendo la oscuridad que subyace bajo esos “experimentos”con transfusión. Primero viene la transfusión con sangre de animal, convirtiendo a las hombres en bestias. Luego, seguirá lo inevitable, que es la transfusión de sangre humana. Y si la población cree que la placidez de una vaca puede calmar la demencia, ¿imagina lo que puede hacer la sangre de un predicador, o la de una virgen? Al igual que la demanda por las momias, la demanda de sangre sera insaciable.Todos los días, hombres mataran hombres por el oro rojo que fluye en todos nosotros. Imagina la sangre, vendida en los mercados junto a los cortes de carne, o la Rue du Massacre, renombrada no por sus mataderos de animales sino porque sera allí donde mataran hombres en forma tan cotidiana como se filetea un cordero. Nos convertiremos en impíos caníbales y Dios llorará en los cielos. Entenderá, Perrine, que a veces es necesario hacer grandes sacrificios para...
Siguió hablando, Monsieur de la Martinière, pero debo admitir que era un esfuerzo realmente innecesario. Lo escuché, y entendí sus reclamos, pero el peso de esa bolsa de terciopelo en mi mano ya había hecho la mitad del convencimiento. Y cuando finalmente llegó a la parte en la que desarrollaba su plan, pareció pensar que yo me negaría u opondría resistencia a su idea de matar a Antoine, pero no lo hice. Para ser sincera, su propuesta fue como si apoyara sobre la mesa otra pesada bolsa con dinero.
Así que hice lo que me pidió, me subí al carruaje y fui a ver la bruja La Voisin, y compré el veneno con su dinero, y esperé.
Al principio, los síntomas de Antoine eran indistinguibles de los de su demencia. Cagaba por todas partes, gritaba groserías y me atacaba si me acercaba demasiado, temí que el polvillo que le echaba todos los días a su vino de las mañanas no había funcionado después de todo. Pero a los pocos días empezó a palidecer y a debilitarse, y cuando pasó su puño por mi rostro, sentí su mano como un frio trozo de masa, que caía silenciosamente, sus labios ya se había puesto azules. Debo admitir que era intoxicante verlo así tan indefenso, y día tras día mi confianza se hacia mas grande. Cuando empezó a patalear y a gritar, tirando espuma de su boca, sin fuerzas para levantarse de la cama, hice lo que usted me dijo, Monsieur de la Martinière, y fui a ver al Doctor Denis.
Vino, como usted dijo que lo haría, y tan pronto llegó a la casa, pude ver su incertidumbre. El cordero que usted había llevado estaba atado al poste de la cerca en el frente de la casa, olisqueando un charco de nieve sucia, y Denis titubeó al verlo, sus agudos ojos notaron mis rostro hinchado y magullado, mi vestido sucio, mi cabello enmarañado; una pobre y patética imagen de mí misma. Yo no podía costear un cordero y él lo sabía.
-Está adentro, Doctor-dije con urgencia, sin dejarlo pensar demasiado-.¡Por favor, apúrese, temo que esté empeorando!
Denis volvió a mirar al cordero pero yo estaba cerca y lo guié forzadamente al interior de la casa hasta que no tuvo mas alternativa.
Una vez dentro, Antoine gritaba y se sacudía, la espuma de su boca se mezclaba con el vomito y cuando vio al recién llegado dejo escapar un aullido y rompió sus ataduras. Los vecinos me habían ayudado a atarlo de pies y manos a la cama, por lo que no podía moverse demasiado, solo su cabeza, que agitaba a su alrededor como si estuviera poseído. Denis se olvidó del cordero en ese instante y se concentró en el paciente, corriendo a su lado para examinarlo.
-Pulso bajo-murmuró Denis para sí mismo-. Piel fría y pegajosa al tacto, su cabeza está ardiendo.
-Debe comenzar con el procedimiento de inmediato-dije yo, tal como usted me dijo que hiciera-.Ya no queda tiempo que perder. Tenemos el cordero y aquí sobre la mesa tiene todo lo que necesita.¡Hágalo de inmediato!
Denis miró distraidamente a la mesa detrás suyo, y volvió a mirar esta vez con mas atención. Se apartó entonces de Antoine y se inclinó sobre los instrumentos que usted había dejado hacia menos de tres horas antes, entonces su mente se agudizo.
-Madame, estos son instrumentos quirúrgicos. Mangueras, cuencos para desangrar, incluso un bisturí. ¿De donde ha sacado todo esto?
-Son prestados-dije-, pero no se preocupe por eso. ¡No sirven de nada sino los utiliza ahora mismo!
-Madame-dijo Denis, con un tono muy firme-, su esposo está demasiado caliente, sus pasiones demasiado excitadas. Puedo ver que ha estado bebiendo y consumiendo tabaco. No Madame, lo siento pero no puedo realizar la cirugía.
Empezó a moverse en dirección a la puerta y yo, aterrada de que todo hubiera sido por nada, me tiré a sus pies y apreté mi rostro contra la seda de sus medias, mi magullada mejilla contra su duro empeine-. Por favor- le rogué-, por favor tenga piedad. Mire lo que me ha hecho, mire como me ha golpeado-. Giré mi rostro hacia él y lo agite hacia la luz de la ventana para que pudiera ver la extensión de mis moretones hinchados y las marcas que pintaban mi rostro desde la ceja hasta el mentón. Lo vi ablandarse ligeramente-. Después de su primera transfusión estuvo muy dócil, Doctor, era el esposo mas dulce que una mujer pudiera desear tener, era amable y trabajador como nunca lo había visto antes. ¿Cómo puede usted, mi única esperanza, dejarme desamparada de esta manera?
Antoine dejo escapar un confuso y patético grito, y yo empece a llorar.
Conoce bien a su enemigo, Monsieur de la Martinière. Denis no pudo negarse.
Momentos mas tarde, las venas de mi esposo estaba expuestas nuevamente, su sangre espesa drenando y goteando sobre los cuencos bajo sus brazo, y el cordero, que luchaba y balaba mientras Denis lo desangraba. Me senté junto a la cabeza de Antoine, le seque el sudor de la frente y le di unos sorbos de vino.
Vino que había mezclado con el resto del veneno y ademas, con la mitad de otro polvillo. Un polvillo que había pagado con el oro que usted mi dio Monsieur de la Martinière, dinero que La Voisin se había deleitado en tomar de usted para mi beneficio.
-Si llegase a haber un juicio, va a incriminarte-le había dicho La Voisin, en forma bastante casual, mientras leía la carta que había llevado por usted para luego devolvérmela. Estaba sentada en su sala de estar, al filo de una silla de terciopelo mientras ella se reclinaba sobre su un sofá. Estaba vestida como partera, con capa y capucha, pero incluso con vestido se podía ver que su pecho era formidable, y sus ojos brillaban bajo la capucha. No habían craneos de bebes a la vista, pero si había un potente olor que salia de las habitaciones, herbáceo y amargo, burbujeante, y una especie de gimoteo que llegaba desde algún lugar en las profundidades de la casa. Una chica taciturna que se parecía mucho a La Voisin entraba y salía de la habitación mientras hablábamos, y en una oportunidad atendió la puerta y le pagó a un hombre por un balde lleno de ranas vivas. Donde sea que pasara un dedo a mi alrededor había algo que levantar; polvo, hollín, limo.
-Me pide que ponga tu nombre en toda nuestra correspondencia, para que pueda ser fácil de rastrear-dijo La Voisin agitando la carta que no podía leer-.Ya eres una criatura bastante lastimosa. Si tu plan sale mal, caerás aun mas bajo. ¿Te gustaría eso?
No sé que esperaba que dijera, así que le dije la verdad.
-No me gustaría eso para nada.
-Bueno, no hay razón por la cual no deberías llevarte algo tú en este asunto-dijo ella, tomando un frasco de tinta y una pluma de una pequeña mesa junto a ella-.Volveré a escribirte y le cobraré a él el doble, y con lo que sobre del dinero puedes elegir algo para ti. ¿Un brebaje para ganar la atención de un hombre, quizás? ¿Un amuleto de la suerte? ¿para atraer el dinero?
No podía creer lo que escuchaba, ni mi fortuna-¿Por qué?-pregunté.
-¿Por qué no?-replicó-. Aprovecho cada oportunidad que tengo de engatusar a un hombre-. Su risa era profunda y para nada fingida-.Y por supuesto, el dinero extra es para mi. Dos placeres en uno. Ahora dígame, ¿qué va a querer para usted?
Fue sorprendente, Monsieur de la Martiniere, la rapidez con la que respondí. Era como si hubiera estado preparándome para ese momento, aun cuando nunca nadie me había ofrecido algo semejante, nunca nadie me había ofrecido nada. Sabía exactamente el embrujo que quería. La Voisin afirmaba que su hechicería era mas que capaz de garantizar lo que yo pedía, pero era imposible para mi creer que una poción pudiera tener tal efecto, que pudiera garantizar la transformación sanguínea que yo buscaba. Sin embargo, las circunstancias me habían provisto tanto con el sujeto perfecto como con la situación perfecta para probar esta magia.
Antoine bebía de mi poción tanto como de la suya al mismo tiempo que la sangre del cordero empezaba a fluir con la manguera de metal que Denis le había insertado en el brazo. Los efectos fueron sutiles pero casi instantáneos, si sabias donde buscarlos. El blanco de sus ojos, que ya estaba amarillento se puso aun mas amarillo, y sus pupilas se hicieron mas delgadas. El vello de su mandíbula sin afeitar empezó a cambiar de marrón a gris, y su áspero rizado se profundizo, al igual que en su cabeza donde las raíces también se iban poniendo blancas. Una de sus manos se aferraba fuerte a las mías así que pude sentir el lento proceso en el cual sus dedos se endurecían y se fundían entre si, cuando me volví a mirar sus uñas se habían puesto negras y se expandían, cubriendo la carne de sus dedos.
Denis tardó en darse cuenta, estaba concentrado en la transfusión de sangre, y para ser sincera no lo notó hasta que el suave murmullo de Antoine empezó a tomar una tono peculiar, era como chillido gutural, demasiado alto para ser natural. Entonces Denis se detuvo, y miró detenidamente el brazo donde ingresaba la sangre del cordero. Lana blanca crecía de su brazo.
-¿Por todos los cielos qué está...?-dijo Denis, mientras entrecerraba los ojos confundido.
En ese momento, Antoine empezó a convulsionar. Sus cuerpo se puso rígido y sus ojos giraron hacia adentro de su cabeza y sus brazos se sacudieron con tanta violencia que se desprendió la manguera de su brazo y tanto su sangre como la del cordero se desparramaron por el suelo, donde formaron un charco espejado que reflejaba nuestros pies. Denis se apresuró a atenderlo, no sé que fue lo que intentó hacer ya que yo estaba concentrada en el rostro de Antoine, su nariz se había achatado y sus fosas nasales se oscurecieron y enancharon, agitadas mientras luchaba para respirar.
Estaba mirando sus extraños ojos con el iris afinado cuando dio su ultimo suspiro y murió.
Tal como usted lo predijo, Denis quiso llevarse el cuerpo en ese mismo momento para examinarlo, para probar de inmediato que la transfusión no había sido la causa de la muerte, pero yo grité con todas mis fuerzas por lo que finalmente tuvo que desistir, exhausto, se fue con la promesa de recoger el cuerpo la mañana siguiente. Enterré a Antoine rápidamente con el dinero que me dio para este propósito especifico, y para cuando la ultima palada de tierra había cubierto la fosa velozmente cavada, habían pasado apenas unas ocho horas desde que había tomado la sangre del cordero y su cuerpo ya no era el de un ser humano. El efecto de la magia de La Voisin se había profundizado aun después de que el veneno había terminado con su vida.
Cuando todo terminó, volví al interior de mi casa, limpie la sangre del suelo lo mejor que pude, escondí sus instrumentos médicos en un costal de harina y me fui a dormir.
Al día siguiente vino usted a buscar los instrumentos, pero no pareció molestarle cuando le dije que Denis se los había llevado para examinarlos y buscar defectos. Estaba usted demasiado alegre como para lamentar la perdida de un cuchillo o dos.
-¡Bien hecho, Madame!-dijo con su típica pomposidad-.Ya está en boca de todo el mundo, como la transfusión se ha cobrado su primera victima, y he oído por un amigo que cuando Denis se enteró de que había enterrado a Antoine dejo escapar un grito de rabia que rivalizaría con el de la mismísima Alala. No pasara mucho tiempo hasta que sea juzgado por asesinato, y junto con él, la transfusión, y así este satánico capitulo de la medicina quedara para siempre en el olvido. ¡Iremos hacia la luz, Perrine!
Estaba usted tan seguro de que su plan había funcionado, y su entusiasmo era convincente. Toqué el recipiente del polvo que descansaba en el bolsillo de mi vestido y pensé que quizás no tendría necesidad de usarlo después de todo. Quizás podía construir una vida respetable, como viuda, y encontrar un poco de libertad en ella, quizás no debería recurrir a las medidas de ultimo recurso que había preparado para mi misma.
Pero quizás, incluso si todo lo que usted puso en marcha hubiese salido en forma impecable, aun así, hubiera tomado esta decisión. Durante toda mi vida he estado soñando con el bosque, el cielo abierto y cubierto de estrellas, y lo rápido que me movería bajo su amparo. No huyendo atemorizada, sino corriendo hacia ellas.
Y así, Monsieur de la Martinière es como hemos llegado hasta aquí.
He caminado toda la noche, evadiendo a los hombres enviados por el jefe de policía, hombres que buscan encerrarme de por vida en la Grand Châtelet por un crimen que cometí porque usted me pago para hacerlo. Me pondrían detrás de murallas apestosas y no volvería a ver el cielo nunca mas. Me detuve solo una vez, en una taberna de mala reputación, para sentarme junto al fuego y calentar el vial de sangre que le compré esta mañana a un cazador de pieles. Era espesa, roja y orgullosa, la sangre de un depredador, en un callejón, utilizando el bisturí y las mangueras que usted me dio la he inyectado en mis propias venas.
Como sin dudas podrá deducir por mi apariencia, y por la facilidad con la que lo he tomado de la garganta y rasgado su rostro con mis garras, he estado tomando el polvo de La Voisin, aunque mucho mas dosificado que cuando mi esposo lo tomó, él se lo trago todo en un solo sorbo. Yo quería retener mi capacidad humana del habla para venir aquí y relatar todo lo que le acabo de contar. Quizás siente que arrastro las palabras, es solo que mis dientes están creciendo, grandes y filosos, y hablar me resulta cada vez mas difícil. Siento como cambia mi garganta, mi voz se convierte lentamente en lo que podríamos llamarle un gruñido. Terminé de escribir, entonces, y léamelo.
Ahora firme con su nombre y el mío. No llore, Monsieur. ¿Acaso no confía en que su Dios lo recibirá por todo lo que ha hecho en su nombre? Si, anoté eso también, quiero que se sepa que incluso ahora pienso en Dios y me pregunto que será de mi alma cuando muera. Si los lobos no van al Paraíso, tampoco pueden ir al infierno, así que quizás termine corriendo por un bosque eterno.
En cuanto a usted, sus sirvientes lo encontraran aquí mañana, destripado como una vaca, con toda su preciosa sangre derramada, pero, no se preocupe que su pureza estará intacta. Quizás una mucama afirmará haber visto un lobo saltar por la ventana. Quizás un mayordomo jurará que escuchó un aullido penetrar la noche. Quizás esta confesión sea leída y puesta en duda, o quizás si la crean y desaté el pánico en la ciudad. No me importa. La ciudad ya no es lo mío. Hay luna llena y el cielo clama por mí.
Fin.
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