La Ciudad de los Cubos de Hierro (segunda parte)

En el capitulo anterior, el ingeniero y militar, Dana Harrod respondió al desesperado llamado de su íntimo amigo el Doctor Frelinghusen. Se reunió con él en una extraña meseta en la cima de Los Andes peruanos donde ademas de su antiguo amigo encontró siete extraños y gigantescos obeliscos.

¿Qué esconden los Cubos de Hierro? 
La historia continua ahora...


Entonces se me ocurrió¿Doctor, le preguntéestá armado?

-No, Dana-respondió-, nunca llevo armas. ¿Crees que deberíamos tener una?

-Estoy seguro que sí-, respondí-. Espere aquí mientras voy a la cabaña a buscar nuestros rifles.

Espere un segundo a que asintiera y salí rápidamente por el sendero hasta la pequeña choza donde el doctor había estado viviendo los últimos tres años. Tomé los dos rifles de repetición 30-30 y volví sobre mis pasos. Era un día calmo y despejado, ideal para actividades al aire libre, pero la noche estaba próxima. La noche en que... levanté la cabeza y observé esa extensa expansión azul celestial sobre mí.

¿Será posible que en algún lugar, a miles de kilómetros de distancia, un punto oscuro aceleraba casi a la velocidad de la luz hacia el punto de encuentro que era nuestro planeta? La idea era ridícula, pero también lo eran los cubos, y el doctor y los eventos que habíamos presenciado. Mi afiebrada imaginación creyó que podía distinguir un ligero punto en ese cielo despejado. ¡Patrañas! Eran solo las ondas de calor que se elevaban desde el suelo.

Me apresuré entonces por el sendero cuesta abajo hacia la sombra del sexto cubo donde había dejado al doctor.

Cuando llegué al punto donde estaba sentado, él había desaparecido.

Creyendo que quizás me había equivocado de locación, miré en todas direcciones e incluso caminé alrededor del cubo. No había error. Aunque me ausente por apenas diez minutos, el doctor había desaparecido por completo, como si el cielo se hubiera abierto y... miré entonces a través del valle en dirección a la amplia abertura un poco preocupado. ¿Habrá entrado sin esperarme? ¿O quizás algo, alguna criatura mas allá de mi imaginación, había salido del oscuro agujero y lo había abducido en plena luz del día?

Parecía imposible que hubiera entrado voluntariamente sin esperarme. Encone mis manos para darle potencia a mi grito y deje que los ecos preguntaran y respondieran a mi llamado.

-¡Doctor!¡Doctor Frelinghusen!

No hubo respuestas, solo ecos. Las ondas de calor dibujaban sonrisas burlonas en los gigantes de hierro oxidado, como si se burlaran de mí. La meseta había quedado completamente en silencio.Me tomé un segundo para tomar coraje, solté uno de los rifles, me aseguré de que el que llevaba estuviera cargado y listo, y me aventura por la extensa explanada frente a mí. Algún sexto sentido que no sabía que tenía me decía que por propia voluntad o a la fuerza, el doctor había desaparecido en el interior del séptimo cubo.

Cualquiera fuera el caso, es el primer lugar donde debía buscar.

Me detuve momentariamente en la entrada. El interior era negro, no negro como el color es negro, ero negro como la ausencia de luz absoluta. Era como si, a unos metros de la superficie una especie de cortina invisible extendida entre el interior y el exterior detenía cualquier intento de entrar de una partícula o incluso un haz de luz. Encendí una linterna eléctrica que lleve conmigo y me aventuré hacia el interior.

Una vez ahí, sentí un fuerte hedor a hierro fundido y pude sentir el calor que penetraba incluso las suelas de mis zapatos.

Avance apenas tres metros y la linterna se apagó repentinamente. Me detuve, sin certeza sobre qué hacer. Me percate entonces de un suave hormigueo, era una especie de corriente eléctrica que recorría mi brazo extendido hacia adelante.

No tenía sentido detenerme ahora. Solté mi inútil linterna y me adentré en la oscuridad.A unos metros, la corriente me había cubierto por completo. Fue entonces que una segunda sorpresa apareció ante mí.

Volví la cabeza orientarme con el reflejo de la luz de la entrada. Pero no había luz. La puerta, aunque no había avanzado aun mas de unos pocos metros, era invisible. Era desconcertante. Me sentí atrapado, confinado, como alguien perdido en la niebla.

Me volví hacia el exterior y avancé unos metros cuando de igual manera, súbitamente, me encontré en la boca de un túnel con luz del día brillando a la distancia. En ese momento, el hormigueo cesó.

El cambio me desconcertó, y entendí que la corriente, la fuerza, o lo que fuera, sin duda alguna actuaba como un no conductor de rayos de luz. El interior del cubo era de hecho un mundo confinado.

Ajuste el seguro de mi rifle, y nuevamente entré al túnel y atravesé a salvo la cortina de oscuridad. Encontré entonces un conducto ascendente y estrecho, un pasadizo de hierro con escaleras de caracol que lo rodeaban y ascendían. Entendí entonces que estaba subiendo lentamente hacia la cima del cubo.

Era casi como si luchara contra la corriente de un flujo de agua invisible, agua que parecía brotar, hervir y burbujear alrededor de mis rodillas, activadas por alguna misteriosa fuerza. La fuerza de la corriente aumentaba a medida que yo ascendía, lo sentía en mis piernas, en las caderas y en el pecho. La situación era indescriptiblemente terrible. Solo, en esa eterna noche vacía, luché contra esa cosa despreciable e invisible que intentaba obligarme a volver sobre mis pasos.

Entonces, cuando hube avanzado un poco mas, escuché un leve llamado, un grito que reverberaba sobre las paredes metálica, un grito que mutaba y sonaba como el lamento de un alma perdida siendo arrastrada al infierno. Recorrió corredores oscuros buscando una salida sin éxito, el sonido rebotó y regresó a mi triplicado. Ahí se bifurcó, se distorsionó y cambió rápidamente para convertirse en una risa espantosa.

-¡Dana!¡Dana!-decía la voz nuevamente, llamándome por mi nombre. Reconozco el atemorizado tono de voz del Dr. Frelinghusen. Tenía razón al creer que su fervor científico le había hecho meterse al túnel por su cuenta.

Luchando ferozmente contra las irreales ataduras que restringían mi camino, aceleré el paso, curva tras curva, arañando y desgarrando mi cuerpo contra los rústicos muros de hierro. Las fuerzas a mi alrededor me soltaron súbitamente y caí de bruces hacia adelante.

Había pasado la zona de corriente. Me incorporé, y descubrí, por el sentido del tacto que los muros y el suelo ya no eran de metal sino que eran de una especie de substancia dura y lisa, obviamente un material no conductor. Delante de mí escuché nuevamente una voz que me llamaba:

-¡Dana!¡Dana!

Su tono de voz era una mezcla de miedo con una pizca de impaciencia y asombro.Aceleré el paso y me estrellé súbitamente contra un muro, me tomé unos momentos para recuperarme y entendí entonces que el corredor había doblado a la derecha por primera vez desde que había entrado en él. Entonces, una vista de lo mas reconfortante, vi un haz de luz que delineaba la figura del doctor que presionaba su rostro contra un obstáculo invisible en dirección a una fuente luminosa. Parecía no haber sufrido daño alguno.

Al escuchar mis pasos, se volvió hacia mí.Deje de lado el alivio que sentí al verlo sano y salvo y me aventuré rápidamente a su lado. Estaba contemplando el mas increíble espectáculo. La luz venia de una cámara inmensa del otro lado del cristal. Era un compartimiento de unos treinta metros cuadrados y ocupaba el corazón del cubo. El cuarto era tan alto que el techo estaba oculto en las sombras y las lamparas que iluminaban el suelo pendían muy alto sobre él.

Sin salir de su asombro por lo que había allí dentro, el doctor estiró su mano hacia atrás y me arrastró para que viera.

-¿Puedes verla?-demandó.

-¿A quién?- pregunté, mientras mis ojos se acostumbraban lentamente a la luz y me quede mirando en silencio y sin aliento.

Boca abajo sobre el suelo de mármol, a unos tres metros del cristal sobre el cual nos recostamos, estaba el cuerpo de una mujer.

Aunque la observe durante un eterno minuto no pude ver señales de que se moviera.

-¿Está muerta?

El doctor negó con la cabeza.

-Solo está desmayada, eso creo. Se desmayó de felicidad y sorpresa cuando me vio. No pude esperarte, había algo que silenciosamente me llamaba desde el interior.

Pude sentir como me atraía, me jalaba en contra de mi deseo de mantener mi promesa y esperarte. Finalmente, cedí y me aventuré por el túnel. Cuando llegué a este muro, ella estaba sentada junto a la mesa. Golpeé suavemente el cristal y se volteó a verme. Sin sonido que yo pudiese oír a través de este condenado muro, estiró los brazos y cayó rendida. Un shock, imagínate.

-Le grite y le grite pero no se movió. Entonces escuché los pasos detrás de mí y henos aquí. ¿Qué crees que deberíamos hacer?

-No lo sé-, respondí-.Quizás se recupere y nos deje entrar.¿Intentó encontrar alguna puerta?
Negó con la cabeza-. No, estaba demasiado emocionado. Busquemos.

La encontramos fácilmente, pero fue en vano buscar la cerradura. El bloque transparente estaba asegurado por dos bisagras inmensas y del otro lado tenía un pesado pasador del mismo material símil cristal, pero no había señales de una manija de nuestro lado. Evidentemente la puerta no estaba hecha para ser abierta de nuestro lado de la cámara.

-Retrocede-ordené tomando mi rifle-, voy a volar el pestillo.


Yo no haría eso si fuera tú, Dana advirtió el doctor.Veras, la puerta está cerrada herméticamente. El aire aquí es bastante puro, pero debe haberse filtrado aquí desde nuestra propia atmósfera terrestre.El aire ahí dentro, Dana, quizás no sea aire en absoluto. Suponte que nuestra visitante no respira oxigeno. Podrías matarla.

En ese momento, la figura en el suelo se movió ligeramente y se puso de lado. Pude ver su rostro.

Era morena, alta para ser mujer y delgada producto de la privación y la hambruna. Su rostro lucía demacrado y exhausto pero de una belleza fuera de este mundo con la que los hombres solo pueden soñar. Sus pestañas era pesadas, negras y tan largas que su cabello corto parecía apenas mas largo. Sus manos y pies eran pequeños pero perfectamente estilizados, mientras que sus dedos, flexibles, incluso en posición de descanso, irradiaban habilidad artística y elegancia. Sus labios estaban ligeramente separados y mientras la observábamos sin aliento, se comprimían de dolor y sufrimiento. No podía seguir esperando.

-Doctor- repetí-,tengo que intentarlo. Mientras nos quedamos aquí, impotentes, ella está sufriendo, posiblemente muriendo. Retroceda.

Sin esperar respuesta, adelante el rifle, apunté con cuidado al pestillo transparente y disparé. El estallido en ese pequeño espacio cerrado fue ensordecedor. Sin esperar a ver lo que había sucedido, volví a disparar y una vez mas. Entonces, con la culata del rifle golpeé salvajemente el cristal. Cedió. Lentamente al principio, y luego mas rápido, la puerta se movió en su eje y una atmósfera perfumada nos abrazó. Respiré agradecido. El compartimiento contenía aire.

Titubeando apenas por un segundo para ver si había alguien mas en ese cuarto, me incline junto a la chica y la gire suavemente para dejarla de espalda.En ese momento, sus pestañas se levantaron y la miré por primera vez a los ojos.Eran grises, profundos, insondables como el cielo de otoño y orgullosos. Al observarla, pude ver en las profundidades de sus ojos una alegría y sorpresa que iba en aumento. Dio un suave suspiro y volvió a caer en la inconsciencia. Sentí su pulso. Era débil pero regular.

El Dr.Frelinghusen se inclinó y la examinó con sus hábiles manos.

- Estará bien en unos minutos- concluyó finalmente-. Solo necesita un poco de sol y aire fresco.

-Eso puede arreglarse- dije yo-siempre y cuando podamos salir de este lugar.

-Dame un minuto, por favor-dijo el doctor-. Debemos dar un vistazo. Quizás haya mas personas en este cubo.No creo que haya venido aquí sola.

Levanté a la chica y la coloque sobre uno de los dos sofas que había en la cámara. La sentí frágil y ligera en mis brazos, delicado como una espada rapier que era ligera pero increíblemente resistente.

-Dana-dijo el doctor-, ven un momento, por favor.

Vi que estaba inclinado sobre el otro sofá y corrí a su lado. Cubierto por una sabana, yacía el cuerpo de un viejo, extendido frente a nuestros ojos, con las manos dobladas sobre su pecho. Me basto un vistazo para saber que estaba muerto.

El Dr. Frelinghusen se inclinó sobre el cuerpo y se incorporó-. Ha estado muerto durante años, Dana-,dijo-. Mira, el cuerpo ha sido cuidadosamente embalsamado.

Retiró la sabana para mostrarme y ambos nos sobresaltamos sorprendidos. Tenía una herida profunda en el pecho, evidentemente realizada con un arma filosa y punzante, probablemente un cuchillo.Observé los apacibles y nobles rasgos del rostro muerto y me volteé a ver la chica inconsciente. Había un evidente y fácilmente reconocible parecido. Ambos tenían el mismo rostro largo y ovalado, la mismas fosas nasales, delicadas y sensibles y la misma frente grande.Era fácil adivinar que eran padre e hija.

-Ven- dijo el doctor-, no hay nada que podamos hacer aquí.

Examinamos brevemente el compartimiento. Tal como había establecido antes, tenía forma de cuadrado y media aproximadamente treinta metros en cada dirección y era tan alto que no se veía el cielorraso. En un extremo había una serie de perillas y controles, junto a un enorme mecanismo que cubría casi la totalidad de los treinta metros de ese muro. El aparato no lucia a nada que hubiera visto, excepto quizás a los controles de un submarino, aunque la forma y el diseño de los diales, palancas y controles eran inusuales. Debían ser los mecanismos utilizados para suavizar la caída del cubo y quizás para abrir la puerta.

Junto al panel de control había un escritorio y en él un libro abierto. El doctor le dio un vistazo rápido y se lo calzó bajo el brazo. Filas de libros similares llenaban varios estantes en las inmediaciones.

Un pequeño cuarto adjunto al principal había servido evidentemente para almacenar provisiones. El suelo estaba cubierto con envases de carton metalizado vacíos mientras otros sin abrir estaban apilados en las paredes. Tomé uno de ellos y lo abrí, estaba lleno de pequeños cubos parecidos a un caldo de sopa condensada.

Un gemido en el cuarto principal nos llamó la atención. La chica había salido del desmayo y había caído ahora en un sueño profundo y agitado. Su ceño gesticulaba ferozmente y ella se retorcía como si quisiera sacudirse un pesado y deprimente peso de encima. Observándola pude ver la aterradora marca de los días y años que ella había pasado prisionera en esa tumba viviente junto al cadaver de su padre. Me maravillé al pensar lo imposible que hubiera sido para cualquier ser humano sobrevivir y salir cuerdo de semejante martirio.

-Ven- dijo el doctor-. Hemos esperado demasiado tiempo.

Tomé a la chica en mis brazos y nos preparamos a dejar el cubo.

-¿Qué hay de él?-pregunté, señalando al cuerpo del viejo con la cabeza.

-Debemos dejarlo- dijo el doctor-.El cubo será su lugar de descanso final. No puedo pensar en un lugar mas apto.

Sin mediar mas palabras, abandonamos la cámara. Mientras atravesábamos la puerta y encarábamos el corredor le di un ultimo vistazo al compartimiento, en toda su inmensidad y tristeza.Una leve corriente de aire venida de quien sabe donde desacomodó el manto blanco que cubría el cuerpo del viejo, una atmósfera de quietud y majestuosa tristeza envolvía ese lugar. Las luces ocultas que iluminaban el cuarto se desvanecían lentamente.

El doctor cerró la puerta de cristal detrás nuestro y lo dejamos atrás.

-Tengo una teoría sobre esa brisa- señaló el doctor, mientras pasábamos por la sección de la no substancia y la sentíamos a nuestro alrededor, la marea, el flujo de una fuerza invisible.

-Se me acaba de ocurrir en este instante. Creo que es parte de la fuerza utilizada para amortiguar la caída del cubo. Una variedad de fuerza electromagnética repelente de la cual sabemos muy poco aquí en la Tierra. En teoría, este cubo, al ser de hierro está altamente magnetizado y cuando entró a la atmósfera terrestre desde las profundidades del espacio utilizó ese magnetismo como fuerza de repulsión para aligerar la caída.

 

-Al pasar el tiempo, mucha de esa fuerza claramente se ha disipado, pero un poco permanece aferrado al metal con fuerza, suficiente para sentirlo.También creo-, agregó-que el compartimiento se encontraba originalmente mucho mas alto en el cubo. Utilizando algún método para amortiguar el shock interno, ya que sin importar lo suave que fuera el aterrizaje, el impacto en los tripulantes hubiera sido terrible. El interior del cubo hueco debió actuar alguna vez como un gigantesco colchón de aire.

-Quizás algún día tenga la oportunidad de probar sus teorías-, le sugerí.

-Quizás-, respondió-, aunque dudo que tengamos la posibilidad. ¿Has olvidado algo?

Mientras me hacía esa pregunta atravesamos la linea de la oscuridad y la corriente invisible desaparecía. En la entrada, donde debía recibirnos una potente luz del día, había en su lugar un suave y tenue atardecer. Moví el cuerpo de la chica suavemente en mis brazos y seguí adelante. En la boca del túnel, nos detuvimos sorprendidos. Evidentemente habíamos pasado muchas horas en las profundidades del cubo. Cuando entramos era apenas pasado el mediodía, pero ahora era casi de noche. Delante nuestro, a menos de doscientos metros brillaba la olvidada lampara de gas de la cabaña.

El doctor reformuló su pregunta.

-¿Has olvidado, Dana, por qué hoy, o mejor dicho esta noche, es tan importante?

Lo miré con cara de estúpido.

-¿A qué se refiere?

-Hoy-dijo él- es 25 de julio de 1925. Hace cuatro años exactos, el cubo donde encontramos a esta chica- dijo mientras gesticulaba en dirección a la joven en mis brazos- alcanzó los limites atmosféricos de la Tierra. Y está noche-,pausó para enfatizar lo que iba a decir-, esta noche otro cubo va a aterrizar y es muy probable que no sobrevivamos al impacto.

-Quieres decir- empecé a preguntar mientras baje la vista hacia la joven-, ¿que la hemos salvado solo para que muera en el impacto?

El doctor corrió delante de mí hacia la oscuridad de la noche-. Eso parece- respondió fríamente.

Y para adornar aun mas mi pregunta, la chica se sacudió en mis brazos. Bajé la mirada hacia ella y el pensamiento de nuestra destrucción inminente parecía increíble, imposible. La vida era repentinamente hermosa y llena de posibilidades. Ahora, por primera es mi vida, tenía algo por que luchar y algo que atesorar. No podía creer que el destino me hubiera permitido encontrarla solo para volver a perderla. Sería tan injusto.

El doctor miró su reloj-. Son las 7 en punto- declaró-. Según mis cálculos, tenemos tres horas y media antes del impacto. Tenía planeado que nos retiráramos al extremo de la meseta antes de eso, y aun ahí habríamos corrido gran peligro. Sin embargo, no podemos arriesgarnos a moverla a una distancia así. En su condición, la mataría sin lugar a dudas.

-Deberías ir tu solo- sugerí. Habíamos llegado a la cabaña por lo que crucé rápidamente el umbral y coloqué a la joven en el catre antes de responder.

-Sabes que jamas podría hacer eso, Dana- dijo él.

Lo sabía, en efecto. El anciano doctor me tenía en demasiada estima y le quedaba mucho valor en su cuerpo como para abandonar a un amigo. Sería el fin de los dos, juntos hasta el final. No, no los dos, los tres. Bajé la mirada hacia la cama y encontré los ojos grises de la joven bien abiertos y mirándome sorprendida.

Fue entonces, cuando ella habló y escuché por primera vez su melódico y embriagadora voz, sonido que habría de atormentarme por el resto de mis días. Las silabas que pronunció, las he olvidado ya, pero en ese momento, el hecho de que hablara era suficiente. Sí recuerdo que sostuve sus manos y le murmuré suave al odio, mientras el doctor se ocupaba de prepara una taza de té o un poco de sopa. Ella aceptó agradecida lo que le ofrecimos y nos concedió suaves palabras de agradecimiento, que aunque nos resultaron inentendibles, parecían perfectas para la situación.

Cuando terminó de hablar, se pasó la mano frente a sus ojos para demostrar que estaba cansada. La tapamos con una manta y la dejamos descansar mientras preparábamos la cena.

Mientras comíamos, discutimos en voz baja los sucesos que iban a acontecer esa noche y qué podíamos hacer al respecto, si es que había algo qué hacer, para garantizar nuestra seguridad. Finalmente, decidimos que no había nada que hacer, y que nuestras vidas dependían de la distancia que había que poner entre nosotros y el impacto.

-Si tenemos suerte- enfatizó el doctor-.Y el cubo aterriza, y creo que lo hará, la temperatura probablemente nos mate si por casualidad sobrevivimos al impacto.

-¿Y no hay nada que podamos hacer al respecto?

-Nada, salvo esperar, y orar si crees en las oraciones.

La voz suave volvió a sonar nuevamente en nuestros oídos y al volvernos, vimos a la chica sentada en el catre. Su peculiar inteligencia le indicó que era inútil insistir en el uso de su lenguaje en la presente situación por lo que optó por símbolos y señas de una era olvidada. Señalando al cielo, en silencio nos hizo una pregunta.

-¿Qué es lo que quiere decirnos?-preguntó el doctor.

Al ver que no comprendíamos, se levantó y camino lentamente hasta la solitaria ventana de la cabaña. Corrimos a asistirla por las dudas que sus fuerzas la dejaran caer. La luna iluminaba desde detrás de una tenue nube de vapor pero la luz era suficiente para distinguir objetos en la meseta. Con ansias, la chica contó los gigantescos cubos de metal en el pequeño valle y nosotros entendimos la expresión en su rostro al ver que los bloques eran solo siete.

Se volvió hacia nosotros y volvió a repetir los gestos que había hecho antes.

-Dana-murmuró el Dr. Frelinghusen-, creo que pregunta cuando llegará el próximo visitante.

Apuntó entonces al cielo y dibujó una linea recta hasta señalar el espacio vacío en el circulo de gigantes metálicos. Entonces, imitó lo mejor que pudo los gestos y expresiones de la joven al preguntar. Para nuestra sorpresa y alivio, ella pareció entender lo que le decíamos y asintió.

El doctor sacó su reloj. Eran las 10 en punto. Rápidamente, señaló la distancia entre la hora y las 10:45. Repitió el gesto y señalo al cielo.

La chica observó por un instante como se movían las manecillas del reloj y rápidamente entendió lo que significaba. Su rostro cambió radicalmente del interés a la emoción, al mas puro terror. Intentamos contenerla pero nos hizo a un lado y salió corriendo por la puerta de la cabaña. La seguimos, ella observaba ansiosa el cielo, temerosa de lo que pudiera divisar. Se volvió hacia nosotros y parecía haberse repuesto.Sus labios suaves, apretados, formaban una linea recta mientras que sus ojos grises brillaban en la oscuridad.

El miedo se desvaneció y dio lugar al enojo, un ira temible que nos aterro, temimos que fuera una furia vindicadora. Por un instante, ignorando nuestra presencia,la joven se volvió hacia el cielo y profirió, desde esos tiernos labios, una serie de improperios, llenos de ira, excitación y valor. El tono de su voz era amenazante y rudimentario al igual que antes había sido melódico.

-Dana- susurró el doctor-.Creo que está jurando venganza a quienes vienen en camino.¿Alguna vez experimentaste un odio así?

-Es posible-advertí- que aquellos que vienen en camino sean responsables de la muerte de su padre y que la hayan obligado a aventurarse en el espacio sola.

Aun cuando dije esas palabras en un tono muy bajo, gracias a algún instinto desconocido, ella me escuchó y comprendió mis palabras, se volvió hacia mi y asintió con tristeza.Su ira había desaparecido, ahora era solo una mujer triste y desesperada. Era evidente que ya había hecho la catarsis que necesitaba y ahora estaba lista para un poco de empatía y compañía humana. Abrimos nuestros brazos para contenerla. Ella comprendió y estiró sus brazos para devolvernos el gesto. El doctor la tomó en sus brazos y ella sollozó apoyando su cabeza en su hombro,de pronto se había convertido en una extraña, triste pero accesible personita que nos necesitaba.

El doctor la consoló y apaciguó mientras yo regresaba a la cabaña a buscar la manta para abrigarla. Cuando regresé, nos sentamos en la oscuridad, a la sombra del cubo mas cercano, tres aventureros, esperando lo que fuera que el destino nos trajera. La chica se acurruco junto a mí con aparente felicidad, le ofrecí mi abrigo como almohada y ella me agradeció con su apacible y suave voz.

Ninguno de los tres quería quedarse encerrado esperando lo que iba a venir.Cuando pienso ahora en esa descabellada serie de eventos esa noche a la luz de la luna en los Andes,suena a que nos anticipamos a nuestra aventura con valor, entusiasmo y una actitud temeraria. En todo caso, nos resignamos a mantener la calma y presenciar algo que no había sido presenciado por ningún ser humano en la historia, y lo hicimos con un nivel de indiferencia similar al que si hubiéramos ido a la opera.

No había que esperar demasiado. Durante los últimos minutos, la niebla que nos cubría se elevó, hasta que la luna, mensajera de la felicidad y esperanza, dejo de luchar y quedo completamente cubierta detrás de un manto nebuloso.

Miré mi reloj. Eran las 10:40.
-No creo que veamos mucho hasta que el cubo esté bastante cerca-dijo el doctor-.Quizás no lo veamos en absoluto. Si no llega, bueno, suerte para nosotros, Dana.

Estiró su mano en alto y yo se la estreche, inconsciente de que nuestro comportamiento era digno de una opera bufé. La chica, se contagio del espíritu de la ocasión y también estiró su mano y la estrechó con la nuestra. El doctor la estrechó calidamente pero yo me contuve, consciente, incluso en ese momento jocoso de una corriente que vibraba misteriosamente entre nosotros, una corriente magnética, muestra sutil de alegría y una promesa de lo que estaba a punto de llegar.

-Dana-gritó el doctor-, ahí viene.¡Mira!

El cielo se iluminó súbitamente, cambiando lentamente su habitual oscuridad y adoptando un vibrante tono verdoso. El color no tenía comparación, excepto quizás al color del cobre fundido en una ardiente llama blanca. Reflejada en las nubes, los rayos finalmente llegaron a nosotros, tocaron tierra y nuestros rostros dándole a la locación un tinte verdoso fuera de este mundo. Seguimos observando y el verde fue cediendo, mire mi reloj.

Eran las 10:44.

-Algo anda mal- murmuró el doctor-.Si el cubo hubiera entrado a la atmósfera ya debería estar aquí, a menos que hayan desacelerado incluso mas de lo que...

Mientras hablaba, la luz regresó, pero esta vez era rojiza. Se intensificó rápidamente, iluminó el cielo entero, cambió a rosado, blanco, un blanco increíblemente cegador, se hizo cada vez mas potente, incandescente...ardiente.

-¡Está aquí, Dana! ¡Está aquí!-gritó el doctor-Dame tu mano, quédense juntos, no se separen.

Rápidamente, tomé a la mujer de la mano y me aferré a la del doctor.

En ese mismo instante, aterrizó. 

Un tormento como ningún otro cayó sobre nuestro mundo y era sobrecogedor. Recuerdo haber visto una vaga figura, el recuerdo es difuso,como si fuera una visión, era como el ardor de mil hornos flotando sobre nuestras cabezas. Entonces, la luz se intensificó y me encegueció. El impacto tardo lo que parecieron años. Recuerdo sentir que una corriente de aire nos levantó y nos hizo girar con una fuerza aterradora, como un remolino de aire envuelve a un mosquito y lo arroja al fuego. Después, llegó el estallido, un estruendo como si mil ferrocarriles se estrellaran entre sí de frente, un choque ensordecedor y estridente que se tragó nuestras vidas, las diseccionó y terminó con nosotros.


continuará...


La Ciudad de los Cubos de Hierro (primera parte)

Por H. F. Arnold
Publicada originalmente en Weird Tales en la edición de marzo de 1929
Traducida por Ema U.


Durante todo el viaje desde Lima, cabalgó delante de mí por el desierto y a través de la montaña guardando el mismo semblante silencioso. No es que fuera sordo, porque lo he escuchado durante algunas noches y por las mañanas canturreando tristes melodías a su caballo. Su falta de conversación me resultaba muy molesto.

Para colmo, el país que atravesábamos ya era de por sí bastante incomodo. Durante diez días atravesamos el desierto peruano , un trecho interminable de arena, manchado eventualmente con pequeños cúmulos de arbustos crepitantes. Pasamos las noches rodeados por un pequeño circulo de pequeños arboles que siempre parecía ser el mismo, con un charco lodoso de donde aparentemente obtenían su sustento vital.

Llegamos finalmente a las montañas y durante otros diez días nos inmolamos entrando y saliendo de ellas. Atravesamos estrechos pasajes y engañosas cumbres. Viajamos siempre hacia el este, hacia el mismísimo corazón de los Andes.

Era una necedad extraordinaria la que me había llevado hasta ahí. El Dr. Frelinghusen era un viejo amigo tanto mío como de mi padre, pero nunca hubiera acudido en su ayuda si no creyera que estaba en un grave peligro. La llevaba conmigo, en mi bolsillo. Eran apenas cuatro palabras. BUSCAME, DANA. TE NECESITO.

Era lo único que decía, cuatro palabras en un hoja amarilla de telegrama, pero fue suficiente para hacerme viajar al otro lado del mundo y acudir en su ayuda. Frelinghusen siempre había encontrado la forma de convencerlo, incluso a sus colegas de la Royal Society de ponerse a su servicio, su reputación de eminencia contemporánea en el campo de la sismología era argumento suficiente para atraer atención y por lo general, para procurar obediencia a sus anhelos.

Fue así que yo, Dana Harrod, de treinta y siete años, ex capitán del cuerpo de ingenieros de Su Majestad, había abandonado la labor de mi vida para viajar hasta el fin del mundo y satisfacer los caprichos de un anciano. Cuando llegué a Lima, encontré a un vaquero que con una pantomima me entregó una tarjeta escrita por Frelinghusen en las que decía: compra provisiones para tres semanas y sigue al guía.

Era el crepúsculo del vigésimo día y ya debíamos estar cerca de nuestro destino. El vaquero cabalgaba delante, como de costumbre, pero esta vez había abandonado por primera vez su inquietud tradicional. En vez de cabalgar con la cabeza hundida entre sus hombros, estaba oteando el paisaje a nuestro alrededor. De izquierda a derecha, sus agudos ojos negros observaban ansiosamente el paisaje. Su expresión, mundialmente reconocida tenía solo un significado; era una mirada de ansiedad y temor. Durante la ultima hora, avanzamos rápidamente y la tupida vegetación tropical iba escaseando cada vez mas hasta que alcanzamos el kilómetro y medio de elevación. Nos movíamos entonces por la ladera de una inmensa montaña muy empinada. La cumbre era de una formación peculiar,  distinta  a los picos a su alrededor, su cima parecía, vista a la distancia, como si un gigante la hubiera cortado prolijamente con un cuchillo. Constituía así, una meseta que cuando la vi a la distancia el día anterior, calculé que se extendía por unos tres kilómetros.

A una media hora de la puesta del sol, éste colgaba como una esfera viva de fuego liquido. A su alrededor, por primera vez que yo recuerde, vimos dejos de niebla que se hacían cada vez mas espesas.

El vaquero detuvo su caballo tirando de los estribos y observó delante de sí. Noté que ya casi habíamos llegado a la cima. De pronto, este se dio vuelta y cabalgó a toda marcha junto a mí. Nubes de polvo se elevaron desde los cascos de su yegua y formaban fantásticas figuras en el aire.

En un instante se había ido. Alarmado, me volví sobre mí montura para verlo partir. Con el reverso de su mano me indicó que continuara avanzando por el sendero. Viendo que había comprendido su señal, levantó sus brazos por sobre su cabeza y dejo escapar un aullido estridente. Dio un giro y se perdió de vista. Por un momento, escuché los cascos de su caballo mientras la bestia bajaba a toda velocidad montaña abajo, luego todo volvió a estar en silencio.

Había pocas oportunidades de alcanzarlo, así que me di vuelta y continué. La noche avanzaba lentamente y ya me veía pasándola solo, sin fuego ni agua.

Farfullando sobre el extraño comportamiento de mi guía, seguí cabalgando por lo que deben haber sido diez minutos en silencio mientras el sol seguí perdiéndose poco a poco en el horizonte. Entonces, alcance la cima. Tuve una visión tan poco usual que no pude mas que dejar escapar una expresión de sorpresa.

Medio oculto detrás de hilos de nube que flotaban sobre la meseta y directamente frente a mí, había una inmensa roca negra, con tintes rojizos, parcialmente enterrada en la arena. Se asomaba del suelo y se elevaba a unos noventa metros de altura. La roca tenía manchas como si estuviera corroída por el oxido, aquí y allá, incluso a la distancia a la que me encontraba y contando con mi experimentado ojo para asistirme, entendí rápidamente que no podía estar compuesto por otro material que no fuera el hierro.

Sin embargo, lo mas peculiar de la roca, o lo primero que mas me había impresionado no había sido su composición sino su forma. Sus dimensiones si uno contaba lo que se hallaba enterrado bajo la arena, la figura era la de un cubo perfecto.

Me acerqué un poco y comprobé que mi primera impresión era correcta. Excepto por los extremos ya que algunos estaban ligeramente achatados, la inmensa columna estaba perfectamente formada, igual que los bloques de las pirámides. Arrié mi agotado caballo hasta uno de los lados mas cercano y tanteé suavemente su superficie con la culata de mi revolver.

No estaba equivocado. Era un bloque de hierro, pero de una aleación que nunca había visto antes.

Fue entonces que lo vi, con los últimos rayos de sol pude ver a través de la neblina, otro cubo, y otro. Tres, cuatro, cinco ¡Dios! era todo una ciudad de ellos. El sol cayó finalmente y la visión se apagó. Desde algún lugar en la oscuridad llegó una voz que llamaba.
¡Hola, hola!

Reconocí la voz. Era mi viejo maestro y amigo. Espolié mi caballo de un grito y me llevó a través de la niebla. Un minuto mas tarde estábamos estrechando manos.

¡Mi muchacho, mi muchacho, realmente has venido!

Sobrecogido de la emoción, me sacudió el brazo con mucho entusiasmo y me miró a los ojos, demasiado orgulloso para ocultar las lagrimas que le corrían por el rostro.

Al cabo de unos minutos, nos calmamos lo suficiente para volver a notar nuestro entorno.

¡Doctor! ¿Cómo lo hizo? ¿Y por qué?señalé los inmensos pilares de hierro ocultos ahora por un manto de oscuridad. Él respondió con una risa.

No he sido yo, muchacho, pero daría la vida por saber quién fue y por qué lo han hecho. Pero ven, que las respuestas esperan. Nos han estado esperando por una buena cantidad de años. Me llevó entonces a través de la noche.

Al cabo de unos cuantos metros, llegamos a su cabaña, oculta bajo la sombra de uno de los inmensos cubos. Mi agotado caballo estaba demasiado cansado para irse lejos así que lo deje suelto para que hallará agua y comida. Entré entonces al interior de la cabaña y un fuerte hedor anunciaba que el Dr. Frelinghusen se me había adelantado.

Dejando de lado mis primeras preguntas, me obligó a sentarme a la mesa donde había un plato de comida esperándome. Mas que bienvenido ya que el aire de la montaña a esa altura me había abierto el apetito. Media hora después, una vez que cumplí con la comida.Alejé mi silla de la mesa y me rehusé a seguir postergando mis preguntas.

El Dr. Frelinghuser apiló unos leños en la fogata y yo encendí su pipa antes que me lo pidiera. A la luz de la fogata pude ver como los tres años que había durado su aventura le habían pesado bastante, estaba mucho mas delgado y demacrado de lo que lo había visto jamas. Sus hombros rectos ahora estaban severamente encorvados, y aunque nunca fue alto, ahora parecía haberse encogido varias veces su tamaño. Solo sus ojos permanecían imperturbables, eran tan negros y centelleantes como siempre. La intensidad de su excitación suprimida era aturdidora.

Dana.- dijo él.Tengo algo que mostrarte. Apartó su silla y se dirigió a un placard ubicado en la esquina y regresó con un fragmento de metal en la mano.

Aquí estádijo¿Qué crees que es?Di vuelta el fragmento en mi mano y lo examiné cuidadosamente antes de responder. Era obvio que éste había sido extraído de uno de los monstruos que nos rodeaban. Se lo dije.

Estás en lo correcto, reconoció¿qué otra cosa has notado?

Volví a examinar el fragmentoClarodije yo, el metal es prácticamente puro y es evidente que ha sido fundido. Yo diría que en algún momento de su existencia fue sometido a una temperatura intensa.

El doctor sonrió satisfecho . Nuevamente estás en lo correcto. Me alegra ver que nos has perdido tu agudeza. Mas allá del hecho que la pieza esta obviamente fabricada con un mineral de hierro refinado, tu análisis cubre el campo por completo.

Eso es mas que evidente, respondí ¿por qué? ¿qué significa todo esto? ¿qué es este circulo de monstruos de hierro en esta meseta?¿Y quién o qué los ha colocado ahí?

Ojala supiera, dijo él.Tengo mis sospechas pero apenas alcanzan para arriesgar una teoría. Sin embargo, te diré lo que pienso.

Se acomodó en su silla y aspiró una buena bocanada de su pipa.Que bueno es tener a alguien con quien hablar, dijo él. Mi muchacho, eres el primer hombre blanco que veo en casi tres años.

Gesticulé impaciente.

Ah si, la teoríadijo él. Como bien sabes, mi especialidad durante muchos años ha sido el estudio de los terremotos y sus causas. Me jacto de saber tanto sobre eso como cualquier persona viva, lo cual debo admitir, no es mucho decir, dijo con un semblante de tristeza.

Hace veinte años me empecé a interesar en esta parte de Perú, donde los terremotos son tan comunes que los habitantes nativos ni siquiera los mencionan. Un aspecto particular sobre los terremotos peruanos me generó una fascinación particular. Cada cierto periodo de tiempo, cuatro años para ser exacto, se siente un tipo de temblor que no puede medirse con ninguno de los métodos conocidos o de los que yo haya escuchado hablar.

Estos temblores no vienen acompañados por deslizamientos, es decir, no hay replicas de ningún tipo. Solo un distintivo temblor cada cuatro años. Estos temblores, como pude averiguar después de dieciséis años de investigación se pueden predecir al minuto exacto. Es muy peculiar.

Otro rasgo distintivo es que el temblor viene acompañado de una perturbación en el cielo. Esto no es tan inusual ya que el cielo se ilumino por completo una vez durante el gran terremoto que sacudió Perú el 13 de agosto de 1868. Los convencionalistas escribieron que esta feroz manifestación se debió a un reflejo en el cielo de un volcán en erupción, pero cuando M. Gay investigó el asunto, descubrió que no hubo actividad volcánica en Peru en ese preciso momento.

Han habido varias instancias similares, temblores acompañados por perturbaciones en el cielo. Una de ellas ocurrió en Madrid, el 10 de febrero de 1836, ocasionó el derrumbe de la pared de un edificio de la embajada estadounidense. Cayeron rocas del cielo y durante cinco horas y media, una nube de meteoros cayo sobre la ciudad.

Como ves, las perturbaciones aéreas y los terremotos a menudo se suceden juntos. Ahora suponte que la perturbación y el terremoto ocurren a intervalos fijos.Y que esta combinación de fenómenos sucede siempre en el mismo punto de la superficie de la tierra. Esta repetición destruiría la creencia y las fundamentos de la ciencia porque solo podría ser una de las dos distintas posibles conclusiones, o la tierra ha dejado de rotar o hay alguna fuerza especial la que esta dirigiendo los meteoros para que aterricen en un lugar en particular en un momento determinado.

Incluso registre otros hechos similares previos a los que inicialmente había contemplado.

El 12 de junio de 1858, en Birmingham, Inglaterra,dos días después del hecho, el 14 de junio, el Daily Post reportó que cientos de miles de pequeños aerolitos cayeron del cielo sobre las calles de Birmingham. En junio, 1860, una cantidad tremenda de piedras muy similares cayeron del cielo en Wolverhampton, un pueblo a veinte kilómetros de Birmingham. En el campo, el 8 de septiembre de 1860, un corresponsal escribió que el 13 de agosto, después de una tormenta eléctrica, las calles de Birmingham aparecieron cubiertas de pequeñas piedras de las cuales se presume habrían caído del cielo.

Estos son apenas un puñado de ejemplos registrados sobre esta serie de fenómenos, dijo el doctor¿Qué crees que eso significa?

Lo miré desconcertado, no puedo pensar en otra conclusión que la tú mismo has sacado, le dije.

Eso fue lo mismo que razoné yo, respondió el Dr. Frelinghusen, y es por eso que quiero, mas que nada en esta vida, investigar estos temblores y perturbaciones en Perú. Y puedo sacar dos conclusiones: o bien la tierra está estática y todos los científicos son unos necios o bien...se detuvo a cargar su pipa... o bien las perturbaciones son ocasionadas por una fuerza desconocida que opera con cierta periodicidad.

Esa fue mi creencia cuando vine aquí hace tres años y medios y no encontré razones para cambiar de opinión. Cuando mi barco entró a la bahía, los oficiales del puerto me dijeron que mi pronostico fue adecuado y que hubo un temblor inexplicable la noche del 25 de julio de 1921.Revitalizó mi confianza.

Durante seis meses busqué fragmentos de meteoritos en regiones inexploradas del Perú. Fue entonces que encontré esta meseta y es donde he estado todo este tiempo, excepto por un breve periodo de tiempo.

Estos cubos ya estaban todos aquí cuando llegué.

Estaba pensando a entender. Doctordije casi sin aliento¿esto significa que...?

Asintió. Significa que los siete cubos de hierro que encontré en esta meseta son meteoros, los cuales han estado cayendo, periódicamente, en intervalos de cuatro años, aquí en Perú, en este lugar exacto.

Estas noticias, que inconscientemente había estado esperando, sin embargo me horrorizaron. Me espabilé después de un momento.

¿Y qué ha concluido, doctor? Ha dedicado mas de tres años a estudiarlos. ¿Son producto de la naturaleza?¿La tierra es un cuerpo estático? ¿o son …?la única opción restante era irrisoria, no pude terminar la pregunta.

Él si pudo¿son objetos direccionados por una fuerza desconocida y posiblemente maligna?Se levantó de la silla y caminó en círculos. Mi muchacho, dijo finalmente, no comprendo cómo cualquier otra opción puede ser posible. Creo que durante los últimos veintiocho años y es posible que haya sido durante mas tiempo, alguna fuerza o fuerzas consciente ha propulsado una serie de cuerpos, proyectiles si prefieres, contra la tierra y que siete de ellos han aterrizado a salvo en esta meseta.

Es obvio. Cada vez que uno de los cubos aterriza, el temblor en la tierra se siente perceptiblemente mas ligero. El cubo aterriza cada vez mas suave. El ultimo temblor apenas se sintió en Lima.

¿Y eso qué significa?

Significa que llegará el día, tarde o temprano, en que los cubos aterricen en forma tal que su ocupante u ocupantes sobrevivan al impacto.

¿Hombres?

El doctor dejo de caminar y miró directamente a los ojos.

No necesariamente, respondió, no lo sé.

Mi nerviosismo no me dejo seguir sentado, me levanté de un salto y caminé rápidamente hasta la ventana. El aire de la habitación se sentía viciado.

¿Dr. Frelinghusen, preguntécuando caerá el siguiente cubo?

El viejo caminó hacia mí y puso su mano sobre mi rodilla.

Dana, dijo, llegaste justo a tiempo. El temblor del impacto, según mis cálculos, será mañana a las 10:45 de la noche.  

En ese instante, con la prontitud con la que sucede en zonas tropicales, la luna apareció en el horizonte, y con asombro divisé como se dibujaban sobre la meseta, las figuras ominosas y resplandecientes de los siete gigantescos cubos que reflejaban ligeramente los rayos de luz de luna. Junto a ellos, para completar el inmenso circulo, había un espacio vacío donde pronto, qué tan pronto era la pregunta, aterrizaría otro visitante.      

Me volví hacia el doctor¿Está seguro de que sus cálculos son correctos?pregunté.

Mi pregunta, que hubieran enfadado a hombres mas ignorantes, solo lo divirtió. Con la pipa entre los labios, jugueteando con sus pulgares me miró directo a los ojos.

¿Dana- preguntócuando me has visto hacer algo cuatro veces sin percatarme de un error?

Aun así, insistí, siempre está la posibilidad de que...

Si, lo séinterrumpióy ninguna posibilidad será descartada. Ven,vamos a revisar los cálculos juntos.

Y así, inclinados sobre la rustica mesa de madera, lápiz en mano nos volcamos a revisar columnas y columnas con números. Los cálculos eran tediosamente intrincados y confusos. Nos llevó varias horas y toda mi capacidad para poder revisarlos y entenderlos. Para cuando amaneció y el sol iluminó nuestra morada, yo me había convencido.Salvando algún inconcebible error, un visitante estaba a menos de veinticuatro horas de entrar a la atmósfera de nuestro planeta.Era verdad, todo era verdad.

Espabilado y un poco cansado por la noche de trabajo, atravesé primero la angosta puerta tallada a mano y salí al exterior a disfrutar del sol. Acostumbrados al suave resplandor de la lampara de queroseno, mis ojos reaccionaron al sol y todo parecía distendido y surreal. Pero luego me di cuenta que la escena era en realidad muy hermosa. La meseta, que se inclinaba ligeramente desde los bordes para formar un cuenco, era un paraíso en miniatura. Un pequeño arroyo corría desde un pequeño manantial detrás de la casa y serpenteaba a través de una verde y frondosa pradera, indolente o ignorante sobre el hecho de que a solo un par de kilómetros caerían mas de mil quinientos metros dibujando arco iris y esparciéndose otros tantos metros mas. Mi caballo, que pastaba junto al arroyo, levantó su cabeza en señal de bienvenida cuando nos acercamos.

Bajo la refrescante luz de la mañana, los siete oscurecidos visitantes de un puerto desconocido se veían mas grandes, mas grotescos que antes. Impúdicos,brutales e inanimados bloques de metal, profanando nuestro pequeño paraíso, simulando de alguna manera, a sombríos y demacrados guerreros observando lujuriosamente un entorno rural rico en recursos, mujeres y chozas completamente indefensas.

Los nativos le dicen a la meseta El Tahunjero, señaló mi amigo.Una palabra nativa que significa algo similar a un fantasma, mas bien, fantasmas con infinito poder y malicia eterna. No hay forma de persuadir a un nativo de llegar a la cima de esta montaña. Creen que está embrujada, habrás notado que el vaquero te dejo en el sendero y se fue.

Ven conmigo, agregó abruptamente, comamos algo y te enseñare a nuestros visitantes mas de cerca.

Hicimos lo que él propuso y una hora mas tarde, un poco mas reanimados, nos abocamos de lleno al trabajo de examinación. Como bien señaló el profesor, cada uno de los cubos estaba un poco menos sumergida en la tierra que su predecesor que había llegado cuatros años antes. Como el viento no dejaba que el polvo se acumulara en la meseta, era la única razón posible para que cada nuevo aterrizaje golpeara la tierra en forma cada vez mas ligera que al anterior.

Después de examinar cuidadosamente los seis primeros cubos, avanzamos hacia el séptimo y ultimo, donde un marca particular en su superficie llamó mi atención.

Vea esto Doctor, le llamé¿Qué cree que sea esto?

Corrió a mi lado y concentró sus lentes contra el muro.

Vaya, parece ser una puertadijo finalmente. Es extraño que no lo había notado antes.

Mientras tanto me acerque para examinar el fenómeno. Era en efecto, una puerta fundida en la solida pared de metal y medía unos tres metros de largo e igual de ancho.Caminé directamente hacia el cubo y apoyé mi mano contra el metal e inmediatamente retrocedí de un salto aullando de dolor.

¡El metal estaba casi al rojo vivo!

No sorprende que no lo hayas visto antesle dije, en mi opinión, el contorno de esta puerta no era perceptible antes. Lo están haciendo desde adentro con calor.

Ven y mira estole dije. El metal se está calentando cada vez mas.

Justo delante nuestro, el hierro del cubo era fundido por una fuerza desconocida desde el interior. Cinco minutos después se había puesto rojo opaco. Veinte minutos después el espacio ocupado por la puerta era color cereza. En ese momento nos percatamos del sonido seseante, similar al de un escape de vapor oído a la distancia.

¡Doctor, le grite, ¡aléjese!¡Lo que sea que haya en su cubo está por salir!

Nos retiramos rápidamente a una distancia segura, justo a tiempo, con un rugido monumental, equivalente a veinte cataratas del Niagara, una llamarada inmensa emergió del extremo superior del contorno de la puerta y se elevó cincuenta metros por encima del monstruo. Con el poder de un demonio y tan sencillo como un cuchillo gigante cortando queso, la llama trazaba el contorno del portal, un lado primero hasta arriba, y para abajo. Entonces, mientras observamos estupefactos y sin aliento, la llama cortó lo que quedaba del contorno y la puerta cayó hacia afuera con un ensordecedor y atronador sonido metálico.

A través de la abertura pudimos ver por un momento el ardiente interior del cubo y era tan amenazador como la mismísima boca del infierno. Entonces, tan repentinamente como surgieron, como si hubieran sido aplacadas por los dedos de un gigante, las llamas se apagaron.

Extraordinariodijo el doctor casi sin aliento mientras buscaba sus anteojos, que habían caído al suelo tras la conmoción¿Qué crees que va a pasar ahora?

No lo sé, respondí, pero asumo que lo que sea que esté ahí adentro, si está con vida y es humano, está esperando a que el metal se enfríe para intentar salir.

De todas maneras íbamos a esperar aquí. Venga, siéntese.

Sin esperar su respuesta, lo empuje delante de mí para refugiarnos bajo el abrigo del sexto cubo, donde, cubiertos de sudor por la emoción el cálido día tropical, nos sentamos a esperar los eventos que iban a desarrollarse.

continuará...

El hallazgo del Absoluto

Por May Sinclair

Traducido por Ema U.

Publicado originalmente en la antología Uncanny Stories en 1923.


 

I

 

El Sr. Spalding había salido al jardín para tener un poco de paz, y no la había encontrado. Se sentó ahí, con los hombros encorvados y la cabeza baja, decaído bajo el rayo de sol.

Jerry, el gato negro, lo buscaba para jugar; se paraba sobre sus patas traseras y bailaba, se movía de lado a lado ondeando sus patas delanteras en el aire como si fueran alas. En cualquier otro momento su comportamiento hubiera encantado al Sr. Spalding, pero ahora no podía ni mirarlo; se sentía demasiado miserable.

Se había ido a dormir sintiéndose miserable; había pasado una noche de miseria y se había despertado mas miserable que nunca. Había estado así desde hacia tres días y tres noches de corrido, y no era para menos. No era solo por el hecho de que su joven esposa se había fugado con Paul Jefferson, el poeta Imagista, sino que a la debilidad de Elizabeth se le sumaba que había descubierto un error fatal en sus propio sistema metafísico. Había perdido su fe en Elizabeth. Al igual que en el Absoluto.

Las dos cosas habían sucedido al mismo tiempo y eso lo había devastado. Y tenía que reconocer, con amargura, que las dos estaban íntimamente conectadas.

,se decía para sí mismo el Sr. Spalding, hubiera servido a mi esposa tan lealmente como le he servido a mi Dios, ella no me habría abandonado por Paul Jefferson.

Quería decir que si no hubiese estado tan absorto en su sistema metafísico, Elizabeth no habría perdido interés en él. No podía culpar a nadie mas que a sí mismo por el comportamiento de su esposa.

Si ella hubiera huido con cualquier otro podría haberla perdonado, se hubiera podido perdonar a sí mismo; pero no había nada mas que miseria en el futuro de Elizabeth. Paul Jefferson era un genio, el Sr. Spalding no lo negaba; un genio inmortal; pero no tenía moral, bebía, consumía drogas, en las decentes palabras del Sr. Spalding, hacia todo lo que no se debía hacer.

 

Uno pensaría que éste abrumador desastre habría opacado completamente el otro problema. Pero no; el Sr. Spalding tenía una mente equilibrada; y se lamentaba en igual medida por la perdida de su esposa y por la perdida de su Absoluto. Un error en el sistema metafísico puede parecer insignificante; pero debe tener en cuenta que, desde que tuvo capacidad de pensar, el Sr. Spalding había sido devorado por el hambre y la sed por la verdad metafísica. Algo que superaba al Dios en el que le habían enseñado a creer porque, ademas de que era un escándalo para el sentido moral del Sr. Spalding, no era lo suficientemente metafísico. El pobre hombre estaba siempre preocupado por la metafísica, iba de sistema en sistema, buscando la verdad, la realidad, buscando una satisfacción intelectual suprema que nunca llegaba. Creyó que la había encontrado en su teoría del Panteísmo Absoluto. Pero en realidad, el Panteísmo de Spalding, o el Panteísmo de cualquier persona en realidad, cuando se lo analizaba minuciosamente, hacía agua por todos lados. Mientras mas Absoluto, mas agua hacía.

Considere que, según la teoría del Sr. Spalding, no existe una realidad que no sea el Absoluto. Las cosas solo son reales porque existen en él, porque él es ellas. El Sr. Spalding creía que su consciencia, la conciencia de Elizabeth y la conciencia de Paul Jefferson existían inalterables en el Absoluto. Ya que, si su existencia interna cambiase, debería admitir que las bases de su existencia actual subyacía en algún lugar por fuera del Absoluto, algo que para el Sr. Spalding calificaba como blasfemia. Y si Elizabeth y Paul Jefferson existían inalterables en el Absoluto, entonces su adulterio también existía ahí imperturbable. Y un adulterio dentro del Absoluto era un ultraje a su sentido moral, tanto como cualquier otra cosa que le habían enseñado sobre Dios en su juventud. Lo extraño era que hasta que Elizabeth huyó y cometió adulterio, él nunca lo había considerado. La metafísica del Panteísmo le había interesado mucho mas que su ética. Y ahora no podía pensar en otra cosa.

Y no era solo Elizabeth y su inmoralidad; eran todas esas personas insoportables que había conocido durante toda su vida. Su tío Sims, un odioso entrometido sin igual, y su tía Emily, una pobre tonta, y su primo, Tom Rumbold, un idiota obsceno. Y toda esa odiosa entrometidez de su tío, la estupidez de su tía y la idiotez de su primo tendrían que existir también en el Absoluto; inalterable.

 

Ademas de todo lo que se ve y se oye. Ahora, ¿el cielo azul, es azul a la Vista de Dios, o es solo algo inexplicable? ¿Y los ruidos, la música? Por ejemplo, estoy escuchando la Gran Opera, y tú a una banda de jazz en tu restaurante, pero el Dios del Panteísmo está escuchando a ambos, todos los sonidos del universo al mismo tiempo. Como sí se hubiera sentado en un piano. Esta idea impacto al Sr. Spalding aun mas que pensar en la inconducta de Elizabeth.

El tiempo transcurrió. Paul Jefferson se mató bebiendo. Elizabeth, destruida por la pena, murió de neumonía seguido de una gripe; y el Sr. Spalding seguía preocupado por los desajustes de su metafísica. Pero al final, él también murió.

 

Entonces empezó a preocuparse por otras cosas. Cosas que le habían sucedido, según sus propias palabras, en su juventud, antes de conocer a Elizabeth y una que había sucedido después de que ella lo dejara. Pensó en ellas como cosas que habían sucedido; sucedieron como en contra de su voluntad sin que él haya tenido parte. En momentos tranquilos de reflexión filosófica, no podía comprender como había dejado que sucedieran, cómo, por ejemplo, pudo haber soportado a Connie Larkins. Los episodios habían sido breves, porque en cada caso, el aburrimiento y el disgusto había sido demasiado para apartar lo que el Sr. Spalding consideraba que nunca debería haberse juntado. Breve e insignificante como fueron, el Sr. Spalding, en su lecho de muerte se preocupó al recordarlos. ¿Y si fueron mas significativos de lo que aparentemente fueron? ¿Y si tuvieran un significado eterno con terribles consecuencias en la vida después de la muerte? Suponiendo que no nos desvaneciéramos en el aire y que realmente hubiera una vida después de la muerte. ¿Y si en ese otro mundo hubiera un infierno?

 

El Sr. Spalding no podía imaginar un infierno peor que revivir eternamente esos incidentes. El disgusto y el aburrimiento, repetidos eternamente. Salir con Connie Larkins por siempre y para siempre, sin ser capaz de alejarse de ella, condenado a repetirlo, y, si hubiera un Absoluto, si existiera la realidad, la verdad, nunca lo sabría, sería despojado de ella por siempre...

 

Al que vivió en la indecencia, déjenlo seguir en la indecencia.

 

Eso era el infierno, la perpetuación de un estado de indecencia.

Se preguntó entonces si la bondad no era, después de todo, lo mas importante; se preguntó si realmente había otro mundo; con extrema ansiedad se preguntó que pasaría con él en ese mundo.

 

Murió haciéndose esa pregunta.

 

II

 

Su primer pensamiento fue: bueno, aquí vamos de nuevo. No he sido borrado de la existencia. El segundo fue que no había muerto después de todo. Se había dormido y ahora estaba soñando. No estaba agitado ni siquiera sorprendido.

Estaba solo en un espacio gris inmenso, en el cual no había otro objeto distinguible mas que él. Era consciente de su cuerpo que ocupaba una porción del espacio. Tenía cuerpo, un cuerpo blanquecino, endeble y curioso. Lo extraño era que ese espacio vacío tenía una especie de solidez bajo sus pies. Estaba apoyado sobre él, estirado sobre él, a la deriva. Lo sostenía con la capacidad de flotación de las aguas profundas. Pero a su vez su cuerpo era parte de él, entrelazado en él.

Pudo ver entonces, a dos figuras acercándose a él. Se pararon frente a él, como figuras en el agua, una a cada lado, y entonces pudo ver que eran Elizabeth y Paul Jefferson.

Concluyó entonces que estaba realmente muerto, tan muerto como Elizabeth y Jefferson, y (dado que ellos estaban ahí) que estaba en el infierno. Elizabeth estaba hablando, y su voz sonaba dulce y amable. Le daba lo mismo ya que estaba en el infierno.

Todo está bien,dijo ella.Es extraño al principio, pero te acostumbraras. ¿No te molesta que vengamos a recibirte?

El Sr. Spalding dijo que no tenía porque importarle, ni derecho a reprocharle, ya que todos estaban en el mismo bote. Los tres tenían el castigo que se merecían.

¿Castigo?dijo JeffersonPues, ¿dónde crees que estás?

¿Estoy en el infierno, verdad? Si...

Si nosotros estamos aquí ¿es eso lo que quieres decir?

Bueno, Jefferson, no quiero revolver viejos rencores, pero, después de lo que sucedió, perdóneme por decirlo, pero ¿qué otra cosa puedo pensar?

 

Escuchó la risa de Jefferson; una risa perfectamente natural.

¿Quieres decírselo tú Elizabeth o lo hago yo?

Es mejor que lo hagas tú. Siempre respeto tu intelecto.

Bueno, viejo amigo, si realmente quieres saber donde estás, estás en el paraíso.
¿Lo dices en serio?

Muy en serio. De seguro te estás preguntando qué hacemos nosotros aquí.

Bueno, no Elizabeth, quizás. Pero tú Jefferson, honestamente.

Si, ¿qué hay de mí?

Con tu pasado yo hubiera pensado que tenías menos merecido venir aquí que incluso yo mismo.

¿Verdad que sí? He vivido sin consecuencias. Bebí, consumí drogas. No había nada que yo no hiciera. ¿por qué supone usted que logré entrar? Nunca lo adivinará.

No, no. Me rindo.

Mi amor por la belleza. Es difícil de imaginar pero parece que es algo que tiene valor aquí en el mundo eterno.

Y Elizabeth, ¿por qué entró ella?

Por su amor hacia mí.

Entonces, lo único que puedo decir.dijo el Sr. SpaldingEs que el Paraíso debe ser un lugar de lo mas inmoral.

Oh no. Tu moralidad parroquial no tiene valor aquí. ¿Por qué debería? Es enteramente relativa. Relativa al sistema social, limitada al tiempo y espacio. Relativa a cierta configuración biológica que terminó junto a nuestros organismos terrenales. No es absoluta. No es eterna. Pero la belleza, la belleza es eterna, es absoluta. Y yo, yo amo la belleza mas que a nada, mas que a la bebida, a las drogas o a las mujeres, incluso mas que a Elizabeth. Y el amor es eterno. Elizabeth me amó mas a que a ti, mas que a la decencia, la paz o la comodidad y una a vida feliz.

Todo muy lindo Jefferson, y Elizabeth quizás, muy María Magdalena lo suyo pero está bien. Quia mulium amavit, y demás. Pero si un granuja como tú puede escabullirse al paraíso con tanta facilidad, ¿qué ha sido de nuestra ética?

Tu ética, querido Spalding, está donde siempre ha estado, en el lugar de donde viniste, no aquí. Y si yo fuera lo que se dice, un mal hombre, es decir un mal organismo terrenal, debí ser un poeta extraordinario. Dices que me escabullí fácilmente en el paraíso, ¿está diciendo que es fácil ser un poeta? Querido amigo, requiere de una inflexibilidad, una pureza, una disciplina de la mente, recuerda, que no tienes ni la mínima concepción de lo que es eso. Con seguridad puedo decir que tú serías la ultima persona en el mundo que consideraría que la mente es un asunto inferior y secundario. De cualquier manera, no solo entré al paraíso como consecuencia sino que entré a uno de los mejores paraísos, al paraíso reservado exclusivamente para las mejores almas.

Entoncesdijo el Sr. Spalding. Si nosotros estamos en el paraíso, ¿quién está en el infierno?

No sabría decirte con certeza. Pero no deberíamos decirlo de esa manera. Deberíamos decir: ¿quién está de vuelta en la tierra?

Bueno ¿qué posibilidades hay de encontrarme aquí con mi tío Sims, con mi tía Emily o con Tom Rumbold? ¿los recuerdas Elizabeth?

Si, claro que los recuerdo. Probablemente los hayan mandado de vuelta a la tierra. No podrían soportar la eternidad. No hay nada eterno en ser odioso, estúpido e indecente.

¿Qué piensas que les sucedió entonces?¿qué piensas tú, Paul?

Creería que sufrirán la condenación hasta que les inculquen un poco de grandeza, inteligencia y decencia a la fuerza.

Eso va a convencer a mi tía Emily. Le hicieron creer que la estupidez no era un obstáculo para entrar al paraíso.

Convencieron a muchas personas,dijo Jefferson. Mi padre es uno de ellos, el Decano de Eastminster; en su arrogancia estaba seguro de que entraría; pero no se lo permitieron. ¿Y por qué razón dirías tú? Porque el pobre anciano no pudo ver la belleza en mis poemas. Pero no por eso lo descartaron, si hubiera tenido pasión por algo; o si le hubiese importado un comino la verdad metafísica. Tu verdad, Spalding.

Valgame, todas nuestras ideas preconcebidas parecen haber estado equivocadas.

Si. Ni siquiera yo estaba listo para eso. A propósito, eso es por lo que tú entraste, tu pasión por la verdad. Es como mi pasión por la belleza.

¿Pero no estás preocupado por tu padre, Jefferson?  

Oh, no. Eventualmente entrara en algún paraíso. Descubrirá que siente afecto por alguien, quizás. Entonces estará bien. ¿Quieres dar una vuelta y conocer el lugar?

No parece haber mucho para ver. Se me hace un poco desierto, tu paraíso.

Oh, eso es porque estamos en el estado de aterrizaje.

¿El que de aterrizaje?

El estado. Lo que solíamos denominar lugares. Los tiempos y espacios aquí, son estados. Estados de la mente.

El Sr. Spalding se incorporó emocionado.
Pero... pero eso es lo que siempre dije que eran. Yo y Kant.

Bueno, quizás deberías hablar con él al respecto.

¿Hablar con quién? ¿puedo ver a Kant?

Míralo Elizabeth. Ahora si ha recobrado su vida. Por supuesto, lo verás cuando lleguemos a tu propio espacio... digo, estado.

Será mejor que vengas conmigo y Elizabeth. Te mostraremos todo.

Ahora si ha recobrado su vida.

 

Se levantó, lo ayudaron a incorporarse y caminaron juntos a través de la inmensidad gris, a través de un túnel que se veía parcialmente pero que era perfectamente solido, de un material que el pensó, absurdamente, que era espacio condensado. No habían objetos a la vista ademas de Elizabeth y Jefferson; parcialmente a la vista, pero tangible, el suelo se creaba a sí mismo de la nada ante sus pies mientras su deseo de caminar se incrementaba. Y como aun no sentía interés o curiosidad; pero a medida que avanzaba se percataba de que su deseo de ver cosas se hacía cada vez mas urgente. Las vería. Debía verlas. Sentía que ante él y a su alrededor había una infinidad de cosas para ver. Su mente hacia el esfuerzo para ver.

Y entonces, repentinamente, pudo ver.

Vio un paisaje mas hermoso de lo que podría haber imaginado. Era, según Jefferson, muy similar al campo de pinos paraguas ubicado entre Florencia y Siena. Cuando lo dejaron atrás y tomaron la curva del camino estuvieron frente al oeste celestial. Hacia el sur el paisaje se diluía en un gran precipicio rojo con un brillante mar azul debajo. Como bien dijo Jefferson, la Riviera, el Estérel. Al oeste y al norte el paisaje consistía en una colina verde tras otra, con frondosos pinos con una muralla azul oscura de fondo, la muralla azul, como la que el Sr. Spalding había visto desde las alturas sobre Sidmouth, mirando hacia Dartmoor. Solo que este paisaje tenía una gracia, una armonía de lineas y colores que lo hacían una belleza absoluta; y sobre ella recaía un fulgor sereno y fuera de este mundo.

Ante ellos, sobre una colina, había una exquisita aldea blanca, rosa y dorada.

 

Quizás me creas, quizás nodijo Jefferson, pero la belleza de todo esto es que lo hice yo. Es decir, Elizabeth y yo lo hicimos entre los dos.

¿Tú lo hiciste?

Lo hice yo.

¿Cómo?

Con el pensamiento. Lo quisimos. Lo imaginamos.
Pero... ¿de qué está hecho?

No lo sé y no me importa demasiado. Nuestros científicos aquí te dirán que lo hicimos del máximo elemento de la materia. Materia, sin forma, que solo existe para nosotros en su mejor estado. Algo como los electrones del electrón del electrón. Aquí, estamos todos suspendidos en una red, inmersos, si prefieres, en un océano, la respiramos. Y es completamente maleable a nuestra voluntad e imaginación. Imperceptible en su estado informe, se hace visible y tangible cuando nuestras mentes la trabajan, y podemos construir todo lo que queramos, incluyendo nuestros propios cuerpos. Solo que, mientras nuestra imaginación siga bajo el dominio de nuestros recuerdos, las cosas que creemos seguirán siendo similares a las cosas que conocíamos en la tierra. Notarás entonces que tanto Elizabeth como yo somos mucho mas hermosos que lo que eramos en la tierra (lo había notado)y porque deseamos ser mas hermosos, pero aun se nos reconoce como Paul y Elizabeth porque nuestra imaginación está controlada por nuestros recuerdos. Eres como siempre has sido, solo que mas joven que cuando te conocimos, porque tu imaginación solo funciona con tus propios recuerdos. Todo lo que crees aquí, probablemente sea una replica de algo que recuerdes de la tierra.

Pero si quisiera algo nuevo, algo hermoso que jamas he visto antes, ¿podría hacerlo?

Por supuesto que podrías. Solo que, al principio, hasta que tu propia imaginación se desarrolle, tendrás que acudir a mí, a Turner o a Miguel Angel para que lo hagamos por ti.
¿Y todas esas cosas que tú, Turner o Miguel Angel hagan para mi serán permanentes?

Absolutamente, a menos que las deshagamos. Y no creo que debamos hacer eso contra tu voluntad. De todas maneras, aunque podemos destruir nuestro propio trabajo no podemos destruir el de los demás, es decir, reducirlo al componente esencial. Es mas, no deberíamos ni soñar en hacerlo.

¿Por qué no?

Porque los viejos motivos no funcionan aquí. La envidia, la codicia, el hurto, el robo, el asesinato, o cualquier otro tipo de destrucción son desconocidos. No pueden suceder. Nada altera la materia aquí excepto la mente, y yo no puedo desear que tu cuerpo se haga pedazos siempre y cuando tú desees mantenerlo intacto. No puedes destruirlo tú mismo como lo harías con otras cosas que hayas creado, porque tu necesidad de él es mas grande que la necesidad por todas esas cosas. No podemos robar por la misma razón. Las cosas que nos pertenecen, le pertenecen a nuestro estado de la mente y no pueden desprenderse de él, por lo que no podríamos quitarle algo al estado de otra persona y moverlo al nuestro. Y si pudiéramos no deberíamos, porque cada uno de nosotros puede tener lo que quiera. Si me gusta tu casa o tu paisaje mas que el mío, puedo hacer uno para mi exactamente igual. Pero no lo hacemos porque estamos orgullosos de nuestras individualidades aquí, y preferimos tener cosas distintas y no todo lo mismo. A propósito, como aun no tienes casa y mucho menos un paisaje, puedes compartir la nuestra.

Es muy amable de tu partedijo el Sr. Spalding. Estaba pensando en Oxford. Oxford. Las tranquilas habitaciones en Balliol. Pareció dudar. Si sigues pensando en nuestra vieja enemistad, debo decirte, Spalding, que no estoy arrepentido. No necesito pedir disculpas, me alegra haber alejado a Elizabeth de ti. La hice mas feliz que infeliz, incluso mientras estábamos en la tierra. Y te alegrará saber que es gracias a mí que ella entró al paraíso, no por ti. Si se hubiera quedado contigo, te hubiera odiado, eventualmente, y no habría entrado.

No estaba pensando en esodijo el Sr. Spalding. Solo me preguntaba donde puedo poner mi paisaje.

¿Qué quieres decir con “poner el paisaje”?

Ubicarlo, para que no interfiera con el paisaje de otras personas.

¿Pero como diantres podrías interferir? “Ubícalo”, como tú dices, en tu propio espacio y tiempo.

Su propio espacio y tiempo. El Sr. Spalding estaba cada vez mas emocionado.

¿Pero... cómo?

No puedo decirte cómo. Simplemente sucede.

Pero quiero entenderlo. Tengo que entenderlo.

No deberías desalentarlo de esa manera, Paul dijo Elizabeth. Siempre quiso entender cómo funcionan las cosas.

Pero qué puedo decir si yo mismo no las entiendo...

Será mejor que lo lleves a ver a Kant o a Hegel.

Prefiero ver a Kantdijo el Sr. Spalding.

Bueno, a Kant será. Tenemos que ir a su estado primero.

¿Cómo hacemos eso?

Es muy simple. Solo piensas en él y preguntas si podemos entrar.

Es como llamar a alguien por teléfono y preguntar si puedes pasar a visitar. Elizabeth explicó.

Supongamos que dice que no.

Puede pasar. Por supuesto, en ese caso no pasaremos. Puede habernos des-pensado.

¿Se puede des-pensar a alguien?

Si, es una forma de protegerte. De lo contrario la vida aquí sería insoportable. Solo quedate quieto por un segundo, ¿de acuerdo?

Hubo un intenso silencio. Entonces Jefferson dijo: Ahora, puedes pasar.

El Sr. Spalding se encontró entonces en una habitación blanca, apenas amueblada y con tres hileras de estantes para libros, una mesa para escribir, un juego de misteriosos instrumentos y dos sillas. Una lampara con pantalla sobre el escritorio iluminaba la habitación. El Sr. Spalding había abandonado el campo con pinos y colinas soleadas, pero al parecer en el tiempo de Kant eran aproximadamente las diez de la noche. El inmenso ventanal estaba cubierto por un cielo estrellado azul oscuro.

Un hombre pequeño, de mediana edad estaba sentado frente al escritorio. Vestía ropa del siglo dieciocho y una peluca. El rostro que observaba ahora al Sr. Spalding era esbelto y reseco, con la boca pequeña y los ojos brillando a la distancia con profunda e inspirada inteligencia. El Sr. Spalding entendió que estaba en presencia de Immanuel Kant.

¿Usted pensó en mi?

Disculpe. Soy James Spalding. Estudiante de filosofía. Me dijeron que quizás usted, estaría
dispuesto a explicarme las extraordinarias condiciones en las que me encuentro.

Puedo preguntarle, Sr. Spalding, si conoce usted algo sobre mi filosofía.

Soy uno de sus mas devotos discípulos, señor. Me rehúso a creer que exista un avance considerable en la filosofía después de la Crítica de la razón pura.

Mi sucesor, Hegel, hizo un avance muy considerable. Si no has leído a Hegel entonces...

Discúlpeme, pero si lo he leído. Alguna vez fui un devoto discípulo suyo. Una fantasía deslumbrante, la Triple Dialéctica. Pero entendí que el suyo, señor, era el sistema mas seguro y cuerdo, y que la tendencia recurrente de la filosofía debía ser volver a Kant.

Es mejor ir hacia adelante que volver. Si eres realmente mi discípulo, no creo que las condiciones aquí deberían resultarte tan extraordinarias.

Me resultan extraordinarias porque confirman su teoría del tiempo y el espacio, señor.

Eso hacen, sí. Eso sí son. Pero van mucho mas allá de cualquier cosa que yo haya podido soñar. No estaba dentro de mi esquema que la Voluntad, a la cual recordaras, siempre le asigné un rol puramente ético y pragmático, que la Voluntad y la imaginación de los individuos, la suya y la mía, Sr. Spalding, pudiera crear su propio tiempo y espacio, sus propios objetos en ese tiempo y espacio. No anticipé esta multiplicidad de espacios y tiempos. En mi tiempo había solo un espacio y un tiempo para todos.

 

Pero aun así, es una confirmación extraordinaria, y como podrá imaginar, Sr. Spalding, fue extremadamente gratificante cuando llegué a este lugar por primera vez y descubrí que todos hablaban y pensaban correctamente respecto al tiempo y el espacio. Notará que aquí decimos estado, para referirnos al estado de la consciencia, donde solíamos usar la palabra espacio. De la misma manera hablamos de los estados del tiempo, para referirnos al tiempo como estado de la consciencia. Mi estado presente, como puede observar, es exactamente diez minutos después de las diez según mi reloj, que es mi consciencia. Mi consciencia registra el tiempo automáticamente. Mi propio tiempo, verá, no el de los demás.

¿Pero no es eso aterradoramente inconveniente? Si su tiempo no es el de los demás, cómo diantres, es decir ¿cómo en el paraíso, se hace para concertar una cita?¿Cómo se coordina algo?

Concertamos citas y coordinamos, exactamente igual a como solíamos hacerlo, mediante un sistema puramente arbitrario. Medimos el tiempo por espacio, por eventos, movimientos en el espacio-tiempo. Mientras que en condiciones terrenales había aparentemente una tierra y un sol, un día y una noche para todos, aquí, todos tienen su propia tierra, su propio sol y su propio día y noche. Entonces nos vimos forzados a adoptar un tierra y un sol ideal, con día y noche ideal. Sus revoluciones se miden en forma exacta a como las mediamos en la tierra, por el movimiento de las manecillas en un dial que marca minutos y horas. Solo que nuestro reloj público tiene cinco manecillas que señalan las revoluciones en semanas, meses y años. Ese es nuestro tiempo estandarizado público, y todas las citas se mantienen y todos los cálculos científicos se hacen con ese reloj como referencia. La única diferencia entre la tierra y el paraíso es que aquí, al espacio-tiempo público se lo considera como lo que realmente es, una convención artificial y estrictamente arbitraria. Sabemos, no como resultado de un razonamiento filosófico o matemático, sino como parte de nuestra experiencia consciente ordinaria, que no hay un espacio absoluto ni un tiempo absoluto. Yo diría que no hay tiempo y espacio real, pero en el paraíso, el estado de la conciencia trae consigo su propia realidad, y el estado del tiempo y el espacio es tan real como cualquier otro.

 

Por supuesto, sin el espacio-tiempo público arbitrario, un reloj público, los estados de conciencia de un individuo con el de otro jamas podrían coordinar. Por ejemplo, has venido desde las doce del mediodía del Sr. Jefferson a mis diez en punto de la noche. Pero el reloj público, el cual veras ahí afuera en la calle, estamos en Konigsberg; no tengo imaginación visual por lo que tengo que apoyarme completamente en mis recuerdos para crear un escenario, en la dársena pública, como le llamo, marca un cuarto para las ocho; si yo le pidiera al Sr. Jefferson que viniera a pasar la tarde, utilizaríamos la hora del reloj público para fijar la cita a las ocho. Pero cuando llegara a mi tiempo seguirían siendo las diez.

 

Ahora, me gustaría señalarle algo, Sr. Spalding, esta forma de pensar el tiempo y el espacio no es tan revolucionaria como parece. Usted recordara que yo he dicho que bajo condiciones terrenales, hay, aparentemente, una tierra y un sol, un día y una noche para todos. Pero en realidad, incluso en ese entonces, todos cargaban consigo su propio tiempo y espacio privado, y su propio mundo privado en ese tiempo y espacio. Incluso entonces, solo a través de un sistema arbitrario de convenciones matemáticas, principalmente geométricas, se podían coordinar todos esos tiempos y espacios privados, para constituir de esa manera un universo. El reloj público, basado en la revolución de los cuerpos en un espacio público determinado matemáticamente, era un asunto tan convencional y relativo en la tierra como lo es en el paraíso.

 

Nuestra conciencia privada registraba sus propios tiempos entonces en forma automática al igual que ahora, mediante el paso de eventos internos. Si los eventos pasaran mas rápido, nuestro tiempo privado se adelantaría al reloj; si los eventos se regazasen, quedaría retrasado.

 

Es así que en la experiencia de soñar hay muchos mas eventos por segundo que en la experiencia de despertar; y la consciencia registra los eventos en tiempo reloj, es así que en un sueño podemos vivir durante horas o días en una fracción del tiempo que coincide con el tiempo que conlleva el golpe de la puerta con el cual despertamos. Es absurdo decir que en este caso no vivimos en dos sistemas temporales distintos.

 

Si, y...el Sr. Spalding gritó emocionado.Einstein ha demostrado que el movimiento en el espacio-tiempo público es algo completamente relativo y arbitrario y que la velocidad, o el valor tiempo, de un rayo de luz que se mueve en distintas condiciones es una constante, cuando bajo cualquier otra teoría de tiempo absoluto y movimiento absoluto debería ser una variante.

Esodijo Kant, eso es ni mas ni menos lo que yo esperaría que fuera.

Usted dijo, señor, que la única diferencia entre las condiciones terrenales y del paraíso es que el carácter artificial y estandarizado del espacio-tiempo se reconoce en el paraíso pero no en la tierra. Yo habría dicho que las diferencias mas sorprendentes son, en primer lugar, que en el paraíso nuestra experiencia está creada por nosotros mediante nuestra imaginación y nuestra voluntad, mientras que en la tierra era, en sus propias palabras, “dada.” En segundo lugar, en el paraíso nuestros estados no están cerrados como en la tierra, sino que cualquiera puede entrar en el estado de los demás. Tengo la impresión de que estas diferencias son lo bastante grande como para superar ampliamente nuestra experiencia en la tierra.

No son tan grandesdijo Kant,como tú dices. Al soñar, ya estas viviendo una experiencia en la que cada persona construye un mundo para sí mismo, con su propio espacio y tiempo; un mundo en el cual se trascienden las condiciones ordinarias de tiempo y espacio. Mediante la telepatía y la clarividencia puede experimentar lo que es entrar en la estado de las demás personas.

Perodijo el Sr. Spalding, en la tierra mi consciencia dependía de un mundo fuera de ella, surgido presuntamente de la conciencia de Dios, mi cuerpo siendo el medio ostensible. Aquí, por el contrario, tengo a mi mundo dentro mío, creado por mi consciencia y mi cuerpo no es el medio sino un mero accesorio de mi creación.

¿Y qué infiere de todo esto, Sr. Spalding?

Pues que en la tierra estaba mas cerca de Dios, mas dependiente de él de lo que estoy en el paraíso. Parece que aquí me he convertido en mi propio Dios.

¿Y no le parece que al convertirse en una especie de dios no está en realidad mas cerca de Dios?¿que al tener el poder de la imaginación para construir, esta libertad para crear un universo con su voluntad, Dios está recortando el camino entre usted y él, mucho mas que la limitada y obstruida conciencia que tenía en la tierra?

Si, es verdad. Cuando pienso en esa espantosa vida en la tierra, el dolor, señor, el horrible dolor, la maldad, la imbecilidad, esa interminable batalla derramando sangre y miseria, los golpes de la vida, no puedo evitar pensar por qué semejantes cosas existen en el Absoluto, y por qué el Absoluto no nos puso aquí, o como usted diría, no nos pensó aquí, en este estado celestial desde el principio.

¿Cree usted que a cualquier inteligencia finita, cualquier voluntad finita se le puede confiar, sin entrenamiento con el poder que tenemos aquí? Solo las voluntades disciplinadas por luchar contra las maldades de la tierra,e inteligencias curtidas de tanto lidiar con los problemas de la tierra son las mas apropiadas para crear universos. ¿Recuerda mi entusiasmo por la ley moral, mi Imperativo Categórico? Aun lo tengo. La ley moral sigue vigente y siempre regirá sobre la tierra. Pero ahora veo que no es un fin en sí mismo, solo un medio en el que este poder, esta libertad es el fin.

 

Cómo es entonces que el dolor y la maldad existen en el Absoluto. Es obvio que no pueden existir en él como tales, ya que existen exclusivamente en relación a los estados de organismos terrenales. Ese es el por qué el comparativamente libre albedrío de los organismos terrenales le permite crear dolor y maldad.

Cuando dices que ese tipo de cosas existen en el Absoluto, íntegros e inalterables, no tiene sentido. Está pensando en el dolor y la maldad en términos de una dimensión en el tiempo y tridimensional en el espacio, en el cual se multiplican indefinidamente.

¿Qué quiere decir cuando dice en una dimensión en el tiempo?

Es decir que se considera al tiempo como una extensión lineal, una sucesión pura de pasado, presente y futuro. Piensa en el dolor y la maldad como distribuidos indefinidamente en el espacio e indefinidamente repetido en el tiempo, mientras que la idea, la forma que toman en la eternidad, en su peor momento no son muchas, solo una.

Eso no les hace menos tolerables.

No estoy hablando de eso, estoy hablando del significado de la eternidad, en el Absoluto, siendo que es algo que te preocupa.

Lo veras por ti mismo si vienes conmigo al estado del tiempo tridimensional.

¿Qué es eso?dijo el Sr. Spalding, profundamente intrigado.

Esodijo el filosofo, es tiempo que no está dispuesta en sucesión linear, tiempo que se ha doblado sobre sí mismo dos veces para llevar el pasado y el futuro al presente. Mientras el punto se repite para formar una linea en el espacio, el instante se repite de igual manera para formar el tiempo linear del pasado, presente, futuro. Y mientras la linea unidimensional se dobla en angulo recto sobre sí misma para formar un plano bidimensional, de igual manera, el tiempo unidimensional se dobla sobre sí mismo para formar un plano bidimensional o plano temporal, el pasado-presente o presente-futuro. Y cuando el plano se dobla para formar el cubo, también lo hacen los planos pasado-presente y presente-futuro, vuelven a dar un giro para encontrarse a sí mismo y formar un cubo temporal, o mejor dicho un plano pasado-presente-futuro coexistente.

Ese es el estado de la conciencia tridimensional en el cuales debemos pensar para entrar a él.

¿Quieres decir que si logramos entrar habremos resuelto el enigma del universo?

 

Difícilmente. El universo es un enigma formidable. Si Dios quiso mantenernos ocupados por toda la eternidad, no podría haber diseñado algo mejor. Quizás no podamos quedarnos durante mucho tiempo, o asimilar el pasado-presente-futuro de una vez. Pero verás lo suficiente para entender lo que es el tiempo cubico. Comenzaras con una pequeña sección cubica, que gradualmente se hará mas grande hasta que hayas asimilado tanto tiempo cubico como te sea posible.

Mira por esa ventana. Ves ese carruaje que viene por la calle. Tiene que atravesar la casa frente a la de Herr Schmidt, al soldado Prusiano y esa tienda de abarrotes y el reloj antes de que llegue a la iglesia.

Ahora verás lo que sucede.

 

III

 

Lo que el Sr. Spalding vio fue al carruaje detenido súbitamente, el cual ahora parecía estar simultáneamente en casa estación, la casa de Herr Schimdt, la posada, la tienda, el reloj, la iglesia y la calle lateral sobre la cual aun no había doblado. En esta visión los objetos sólidos se hacen transparentes, por lo que podía ver la calle lateral a través de las casas. De la misma manera, distribuidos en el espacio como si fuera una proyección de Mercator, vio todas las subsiguientes paradas del carruaje hasta su llegada a un granero entre un establo y un pajar. En esa misma duración de tiempo, que era su presente, vio a las personas del pueblo moverse dentro de sus casas, comer, fumar, e irse a dormir, vio a los campesinos en sus granjas y cabañas, y el interior del castillo del noble local. Esas figuras mantenían todas sus posiciones mientras duraba la extraordinaria experiencia.

La escena se amplió. Y ahora cubría todo Konigsberg, y Konigsberg se hizo toda Prusia, y Prusia toda Europa. El Sr. Spalding parecía tener ojos a los lados y detrás de su cabeza. Vio como el tiempo pasaba a su alrededor como un inmenso espacio cubico. Pudo ver la Revolución Francesa, las Guerras Napoleónicas, la guerra Franco-Prusiana, el establecimiento de la República Francesa, la guerra Boer, la muerte de la Reina Victoria, la ascensión y muerte del Rey Eduardo VII, la ascensión del Rey Jorge V, la Gran Guerra, las revoluciones en Alemania y Rusia, el ascenso de la República Irlandesa, la República India, la revolución Británica, la república Británica, la conquista de América sobre Japón y la federación de Estados Unidos de Europa y América, todo sucediendo al mismo tiempo.

La escena se hacía cada vez mas amplia, y el Sr. Spalding mantenía ante sí cada uno de los elementos que habían aparecido por primera vez. Ahora podía ver vastos periodos de tiempos geológicos. Del lado del pasado veía mamuts y hombres de las cavernas, del lado del futuro veía al Océano Atlántico avasallando el Mar del Norte y sumergiendo edificios en Lincolshire, Cambridgeshire, Norfolk, Suffolk, Essex y Kent. Vio helechos gigantes, vio a los grandes saurios trepidando por los pantanos y playas del pasado. El vuelo de un pterodactilo oscureció el cielo. Vio el hielo descender desde los polos hasta las zonas mas templadas de Europa, América y Australia; vio como el ser humano y los animales huían hasta la linea del Ecuador.

Ahora se hundía cada vez mas profundo, había sido absorbido por el flujo del tiempo tridimensional, se agitaba y vibraba a través de todas las cosas vivas; las sintió palpitar dentro suyo y a su alrededor, sintió cada chorro de sangre que emanaba del corazón palpitante de Dios; sintió como la savia subía por los arboles, el deleite de los animales apareándose. Conoció la alegría que llevaba a Jerry, su gato negro, a bailar en sus patas traseras y moverse de lado a lado y sacudir sus patas delanteras como alas. Las estrellas pasaban girando junto a él con un sonido similar al de las cuerdas de un violín, y a través de todo eso, escuchó la voz de Paul Jefferson, cantando una canción. Sentía un inmenso y dominante arrebato de dolor punzante. Pero al mismo tiempo era atraído nuevamente por el flujo de la vida con un curioso sentimiento de paz.

La escena se agrandó un poco mas. Estaba presente en el principio y en el final. Vio a la tierra  surgir de un esfera incandescente escupida por el sol. La vio flotar como una estéril luna cubierta por los restos de mundos destruidos. Pero para su sorpresa no vio oscuridad. Aprendió que la luz es aun mas antigua que los soles; que nacen de ella y no al revés. Todo el universo se paró ante él, doblando su futuro sobre su pasado.

Vio los inmensos planos temporales interseccionarse unos a otros, como los planos de una esfera, girando, doblándose hacia adentro y hacia afuera.

Vio otros sistemas espacio-temporales elevarse y derrumbarse. Y como un pequeño apartado en ese inmenso escenario, su propia vida desde su nacimiento hasta ese mismo momento, junto a eventos de la vida celestial que le faltaba por vivir. En esa visión, el adulterio de Elizabeth, que alguna vez le había parecido un evento tan monstruoso, y sobrecogedor, terminó siendo insignificante.

Ahora el universo se disolvía en los máximos elementos de la materia, electrones de los electrones del electron, una red invisible, vibrando intensamente se expandió en todo el espacio del espacio, el tiempo del tiempo; el pensamiento de Dios.

El Sr. Spalding fue absorbido por él. Paso junto a la inmanente figura de Dios hacia su vida trascendente, hacia el Absoluto. Por un momento pensó que esta era la muerte, entonces, todo su ser empezó a hincharse mas y mas con un sentimiento de alegría inesperada e indescriptible.

En ese momento los espíritus de Elizabeth y Paul Jefferson se unieron a él en el arrebato y vibraron al unisono. Ya no tenía recuerdos del adulterio, ni el de ellos ni del suyo.

Cuando salió del éxtasis entendió que un nuevo pensamiento se formaba, que Dios estaba estirando la red de materia a través del tiempo y el espacio.

Estaba a punto de construir otro enigmático universo.   

 Fin.


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