La Ciudad de los Cubos de Hierro (primera parte)

Por H. F. Arnold
Publicada originalmente en Weird Tales en la edición de marzo de 1929
Traducida por Ema U.


Durante todo el viaje desde Lima, cabalgó delante de mí por el desierto y a través de la montaña guardando el mismo semblante silencioso. No es que fuera sordo, porque lo he escuchado durante algunas noches y por las mañanas canturreando tristes melodías a su caballo. Su falta de conversación me resultaba muy molesto.

Para colmo, el país que atravesábamos ya era de por sí bastante incomodo. Durante diez días atravesamos el desierto peruano , un trecho interminable de arena, manchado eventualmente con pequeños cúmulos de arbustos crepitantes. Pasamos las noches rodeados por un pequeño circulo de pequeños arboles que siempre parecía ser el mismo, con un charco lodoso de donde aparentemente obtenían su sustento vital.

Llegamos finalmente a las montañas y durante otros diez días nos inmolamos entrando y saliendo de ellas. Atravesamos estrechos pasajes y engañosas cumbres. Viajamos siempre hacia el este, hacia el mismísimo corazón de los Andes.

Era una necedad extraordinaria la que me había llevado hasta ahí. El Dr. Frelinghusen era un viejo amigo tanto mío como de mi padre, pero nunca hubiera acudido en su ayuda si no creyera que estaba en un grave peligro. La llevaba conmigo, en mi bolsillo. Eran apenas cuatro palabras. BUSCAME, DANA. TE NECESITO.

Era lo único que decía, cuatro palabras en un hoja amarilla de telegrama, pero fue suficiente para hacerme viajar al otro lado del mundo y acudir en su ayuda. Frelinghusen siempre había encontrado la forma de convencerlo, incluso a sus colegas de la Royal Society de ponerse a su servicio, su reputación de eminencia contemporánea en el campo de la sismología era argumento suficiente para atraer atención y por lo general, para procurar obediencia a sus anhelos.

Fue así que yo, Dana Harrod, de treinta y siete años, ex capitán del cuerpo de ingenieros de Su Majestad, había abandonado la labor de mi vida para viajar hasta el fin del mundo y satisfacer los caprichos de un anciano. Cuando llegué a Lima, encontré a un vaquero que con una pantomima me entregó una tarjeta escrita por Frelinghusen en las que decía: compra provisiones para tres semanas y sigue al guía.

Era el crepúsculo del vigésimo día y ya debíamos estar cerca de nuestro destino. El vaquero cabalgaba delante, como de costumbre, pero esta vez había abandonado por primera vez su inquietud tradicional. En vez de cabalgar con la cabeza hundida entre sus hombros, estaba oteando el paisaje a nuestro alrededor. De izquierda a derecha, sus agudos ojos negros observaban ansiosamente el paisaje. Su expresión, mundialmente reconocida tenía solo un significado; era una mirada de ansiedad y temor. Durante la ultima hora, avanzamos rápidamente y la tupida vegetación tropical iba escaseando cada vez mas hasta que alcanzamos el kilómetro y medio de elevación. Nos movíamos entonces por la ladera de una inmensa montaña muy empinada. La cumbre era de una formación peculiar,  distinta  a los picos a su alrededor, su cima parecía, vista a la distancia, como si un gigante la hubiera cortado prolijamente con un cuchillo. Constituía así, una meseta que cuando la vi a la distancia el día anterior, calculé que se extendía por unos tres kilómetros.

A una media hora de la puesta del sol, éste colgaba como una esfera viva de fuego liquido. A su alrededor, por primera vez que yo recuerde, vimos dejos de niebla que se hacían cada vez mas espesas.

El vaquero detuvo su caballo tirando de los estribos y observó delante de sí. Noté que ya casi habíamos llegado a la cima. De pronto, este se dio vuelta y cabalgó a toda marcha junto a mí. Nubes de polvo se elevaron desde los cascos de su yegua y formaban fantásticas figuras en el aire.

En un instante se había ido. Alarmado, me volví sobre mí montura para verlo partir. Con el reverso de su mano me indicó que continuara avanzando por el sendero. Viendo que había comprendido su señal, levantó sus brazos por sobre su cabeza y dejo escapar un aullido estridente. Dio un giro y se perdió de vista. Por un momento, escuché los cascos de su caballo mientras la bestia bajaba a toda velocidad montaña abajo, luego todo volvió a estar en silencio.

Había pocas oportunidades de alcanzarlo, así que me di vuelta y continué. La noche avanzaba lentamente y ya me veía pasándola solo, sin fuego ni agua.

Farfullando sobre el extraño comportamiento de mi guía, seguí cabalgando por lo que deben haber sido diez minutos en silencio mientras el sol seguí perdiéndose poco a poco en el horizonte. Entonces, alcance la cima. Tuve una visión tan poco usual que no pude mas que dejar escapar una expresión de sorpresa.

Medio oculto detrás de hilos de nube que flotaban sobre la meseta y directamente frente a mí, había una inmensa roca negra, con tintes rojizos, parcialmente enterrada en la arena. Se asomaba del suelo y se elevaba a unos noventa metros de altura. La roca tenía manchas como si estuviera corroída por el oxido, aquí y allá, incluso a la distancia a la que me encontraba y contando con mi experimentado ojo para asistirme, entendí rápidamente que no podía estar compuesto por otro material que no fuera el hierro.

Sin embargo, lo mas peculiar de la roca, o lo primero que mas me había impresionado no había sido su composición sino su forma. Sus dimensiones si uno contaba lo que se hallaba enterrado bajo la arena, la figura era la de un cubo perfecto.

Me acerqué un poco y comprobé que mi primera impresión era correcta. Excepto por los extremos ya que algunos estaban ligeramente achatados, la inmensa columna estaba perfectamente formada, igual que los bloques de las pirámides. Arrié mi agotado caballo hasta uno de los lados mas cercano y tanteé suavemente su superficie con la culata de mi revolver.

No estaba equivocado. Era un bloque de hierro, pero de una aleación que nunca había visto antes.

Fue entonces que lo vi, con los últimos rayos de sol pude ver a través de la neblina, otro cubo, y otro. Tres, cuatro, cinco ¡Dios! era todo una ciudad de ellos. El sol cayó finalmente y la visión se apagó. Desde algún lugar en la oscuridad llegó una voz que llamaba.
¡Hola, hola!

Reconocí la voz. Era mi viejo maestro y amigo. Espolié mi caballo de un grito y me llevó a través de la niebla. Un minuto mas tarde estábamos estrechando manos.

¡Mi muchacho, mi muchacho, realmente has venido!

Sobrecogido de la emoción, me sacudió el brazo con mucho entusiasmo y me miró a los ojos, demasiado orgulloso para ocultar las lagrimas que le corrían por el rostro.

Al cabo de unos minutos, nos calmamos lo suficiente para volver a notar nuestro entorno.

¡Doctor! ¿Cómo lo hizo? ¿Y por qué?señalé los inmensos pilares de hierro ocultos ahora por un manto de oscuridad. Él respondió con una risa.

No he sido yo, muchacho, pero daría la vida por saber quién fue y por qué lo han hecho. Pero ven, que las respuestas esperan. Nos han estado esperando por una buena cantidad de años. Me llevó entonces a través de la noche.

Al cabo de unos cuantos metros, llegamos a su cabaña, oculta bajo la sombra de uno de los inmensos cubos. Mi agotado caballo estaba demasiado cansado para irse lejos así que lo deje suelto para que hallará agua y comida. Entré entonces al interior de la cabaña y un fuerte hedor anunciaba que el Dr. Frelinghusen se me había adelantado.

Dejando de lado mis primeras preguntas, me obligó a sentarme a la mesa donde había un plato de comida esperándome. Mas que bienvenido ya que el aire de la montaña a esa altura me había abierto el apetito. Media hora después, una vez que cumplí con la comida.Alejé mi silla de la mesa y me rehusé a seguir postergando mis preguntas.

El Dr. Frelinghuser apiló unos leños en la fogata y yo encendí su pipa antes que me lo pidiera. A la luz de la fogata pude ver como los tres años que había durado su aventura le habían pesado bastante, estaba mucho mas delgado y demacrado de lo que lo había visto jamas. Sus hombros rectos ahora estaban severamente encorvados, y aunque nunca fue alto, ahora parecía haberse encogido varias veces su tamaño. Solo sus ojos permanecían imperturbables, eran tan negros y centelleantes como siempre. La intensidad de su excitación suprimida era aturdidora.

Dana.- dijo él.Tengo algo que mostrarte. Apartó su silla y se dirigió a un placard ubicado en la esquina y regresó con un fragmento de metal en la mano.

Aquí estádijo¿Qué crees que es?Di vuelta el fragmento en mi mano y lo examiné cuidadosamente antes de responder. Era obvio que éste había sido extraído de uno de los monstruos que nos rodeaban. Se lo dije.

Estás en lo correcto, reconoció¿qué otra cosa has notado?

Volví a examinar el fragmentoClarodije yo, el metal es prácticamente puro y es evidente que ha sido fundido. Yo diría que en algún momento de su existencia fue sometido a una temperatura intensa.

El doctor sonrió satisfecho . Nuevamente estás en lo correcto. Me alegra ver que nos has perdido tu agudeza. Mas allá del hecho que la pieza esta obviamente fabricada con un mineral de hierro refinado, tu análisis cubre el campo por completo.

Eso es mas que evidente, respondí ¿por qué? ¿qué significa todo esto? ¿qué es este circulo de monstruos de hierro en esta meseta?¿Y quién o qué los ha colocado ahí?

Ojala supiera, dijo él.Tengo mis sospechas pero apenas alcanzan para arriesgar una teoría. Sin embargo, te diré lo que pienso.

Se acomodó en su silla y aspiró una buena bocanada de su pipa.Que bueno es tener a alguien con quien hablar, dijo él. Mi muchacho, eres el primer hombre blanco que veo en casi tres años.

Gesticulé impaciente.

Ah si, la teoríadijo él. Como bien sabes, mi especialidad durante muchos años ha sido el estudio de los terremotos y sus causas. Me jacto de saber tanto sobre eso como cualquier persona viva, lo cual debo admitir, no es mucho decir, dijo con un semblante de tristeza.

Hace veinte años me empecé a interesar en esta parte de Perú, donde los terremotos son tan comunes que los habitantes nativos ni siquiera los mencionan. Un aspecto particular sobre los terremotos peruanos me generó una fascinación particular. Cada cierto periodo de tiempo, cuatro años para ser exacto, se siente un tipo de temblor que no puede medirse con ninguno de los métodos conocidos o de los que yo haya escuchado hablar.

Estos temblores no vienen acompañados por deslizamientos, es decir, no hay replicas de ningún tipo. Solo un distintivo temblor cada cuatro años. Estos temblores, como pude averiguar después de dieciséis años de investigación se pueden predecir al minuto exacto. Es muy peculiar.

Otro rasgo distintivo es que el temblor viene acompañado de una perturbación en el cielo. Esto no es tan inusual ya que el cielo se ilumino por completo una vez durante el gran terremoto que sacudió Perú el 13 de agosto de 1868. Los convencionalistas escribieron que esta feroz manifestación se debió a un reflejo en el cielo de un volcán en erupción, pero cuando M. Gay investigó el asunto, descubrió que no hubo actividad volcánica en Peru en ese preciso momento.

Han habido varias instancias similares, temblores acompañados por perturbaciones en el cielo. Una de ellas ocurrió en Madrid, el 10 de febrero de 1836, ocasionó el derrumbe de la pared de un edificio de la embajada estadounidense. Cayeron rocas del cielo y durante cinco horas y media, una nube de meteoros cayo sobre la ciudad.

Como ves, las perturbaciones aéreas y los terremotos a menudo se suceden juntos. Ahora suponte que la perturbación y el terremoto ocurren a intervalos fijos.Y que esta combinación de fenómenos sucede siempre en el mismo punto de la superficie de la tierra. Esta repetición destruiría la creencia y las fundamentos de la ciencia porque solo podría ser una de las dos distintas posibles conclusiones, o la tierra ha dejado de rotar o hay alguna fuerza especial la que esta dirigiendo los meteoros para que aterricen en un lugar en particular en un momento determinado.

Incluso registre otros hechos similares previos a los que inicialmente había contemplado.

El 12 de junio de 1858, en Birmingham, Inglaterra,dos días después del hecho, el 14 de junio, el Daily Post reportó que cientos de miles de pequeños aerolitos cayeron del cielo sobre las calles de Birmingham. En junio, 1860, una cantidad tremenda de piedras muy similares cayeron del cielo en Wolverhampton, un pueblo a veinte kilómetros de Birmingham. En el campo, el 8 de septiembre de 1860, un corresponsal escribió que el 13 de agosto, después de una tormenta eléctrica, las calles de Birmingham aparecieron cubiertas de pequeñas piedras de las cuales se presume habrían caído del cielo.

Estos son apenas un puñado de ejemplos registrados sobre esta serie de fenómenos, dijo el doctor¿Qué crees que eso significa?

Lo miré desconcertado, no puedo pensar en otra conclusión que la tú mismo has sacado, le dije.

Eso fue lo mismo que razoné yo, respondió el Dr. Frelinghusen, y es por eso que quiero, mas que nada en esta vida, investigar estos temblores y perturbaciones en Perú. Y puedo sacar dos conclusiones: o bien la tierra está estática y todos los científicos son unos necios o bien...se detuvo a cargar su pipa... o bien las perturbaciones son ocasionadas por una fuerza desconocida que opera con cierta periodicidad.

Esa fue mi creencia cuando vine aquí hace tres años y medios y no encontré razones para cambiar de opinión. Cuando mi barco entró a la bahía, los oficiales del puerto me dijeron que mi pronostico fue adecuado y que hubo un temblor inexplicable la noche del 25 de julio de 1921.Revitalizó mi confianza.

Durante seis meses busqué fragmentos de meteoritos en regiones inexploradas del Perú. Fue entonces que encontré esta meseta y es donde he estado todo este tiempo, excepto por un breve periodo de tiempo.

Estos cubos ya estaban todos aquí cuando llegué.

Estaba pensando a entender. Doctordije casi sin aliento¿esto significa que...?

Asintió. Significa que los siete cubos de hierro que encontré en esta meseta son meteoros, los cuales han estado cayendo, periódicamente, en intervalos de cuatro años, aquí en Perú, en este lugar exacto.

Estas noticias, que inconscientemente había estado esperando, sin embargo me horrorizaron. Me espabilé después de un momento.

¿Y qué ha concluido, doctor? Ha dedicado mas de tres años a estudiarlos. ¿Son producto de la naturaleza?¿La tierra es un cuerpo estático? ¿o son …?la única opción restante era irrisoria, no pude terminar la pregunta.

Él si pudo¿son objetos direccionados por una fuerza desconocida y posiblemente maligna?Se levantó de la silla y caminó en círculos. Mi muchacho, dijo finalmente, no comprendo cómo cualquier otra opción puede ser posible. Creo que durante los últimos veintiocho años y es posible que haya sido durante mas tiempo, alguna fuerza o fuerzas consciente ha propulsado una serie de cuerpos, proyectiles si prefieres, contra la tierra y que siete de ellos han aterrizado a salvo en esta meseta.

Es obvio. Cada vez que uno de los cubos aterriza, el temblor en la tierra se siente perceptiblemente mas ligero. El cubo aterriza cada vez mas suave. El ultimo temblor apenas se sintió en Lima.

¿Y eso qué significa?

Significa que llegará el día, tarde o temprano, en que los cubos aterricen en forma tal que su ocupante u ocupantes sobrevivan al impacto.

¿Hombres?

El doctor dejo de caminar y miró directamente a los ojos.

No necesariamente, respondió, no lo sé.

Mi nerviosismo no me dejo seguir sentado, me levanté de un salto y caminé rápidamente hasta la ventana. El aire de la habitación se sentía viciado.

¿Dr. Frelinghusen, preguntécuando caerá el siguiente cubo?

El viejo caminó hacia mí y puso su mano sobre mi rodilla.

Dana, dijo, llegaste justo a tiempo. El temblor del impacto, según mis cálculos, será mañana a las 10:45 de la noche.  

En ese instante, con la prontitud con la que sucede en zonas tropicales, la luna apareció en el horizonte, y con asombro divisé como se dibujaban sobre la meseta, las figuras ominosas y resplandecientes de los siete gigantescos cubos que reflejaban ligeramente los rayos de luz de luna. Junto a ellos, para completar el inmenso circulo, había un espacio vacío donde pronto, qué tan pronto era la pregunta, aterrizaría otro visitante.      

Me volví hacia el doctor¿Está seguro de que sus cálculos son correctos?pregunté.

Mi pregunta, que hubieran enfadado a hombres mas ignorantes, solo lo divirtió. Con la pipa entre los labios, jugueteando con sus pulgares me miró directo a los ojos.

¿Dana- preguntócuando me has visto hacer algo cuatro veces sin percatarme de un error?

Aun así, insistí, siempre está la posibilidad de que...

Si, lo séinterrumpióy ninguna posibilidad será descartada. Ven,vamos a revisar los cálculos juntos.

Y así, inclinados sobre la rustica mesa de madera, lápiz en mano nos volcamos a revisar columnas y columnas con números. Los cálculos eran tediosamente intrincados y confusos. Nos llevó varias horas y toda mi capacidad para poder revisarlos y entenderlos. Para cuando amaneció y el sol iluminó nuestra morada, yo me había convencido.Salvando algún inconcebible error, un visitante estaba a menos de veinticuatro horas de entrar a la atmósfera de nuestro planeta.Era verdad, todo era verdad.

Espabilado y un poco cansado por la noche de trabajo, atravesé primero la angosta puerta tallada a mano y salí al exterior a disfrutar del sol. Acostumbrados al suave resplandor de la lampara de queroseno, mis ojos reaccionaron al sol y todo parecía distendido y surreal. Pero luego me di cuenta que la escena era en realidad muy hermosa. La meseta, que se inclinaba ligeramente desde los bordes para formar un cuenco, era un paraíso en miniatura. Un pequeño arroyo corría desde un pequeño manantial detrás de la casa y serpenteaba a través de una verde y frondosa pradera, indolente o ignorante sobre el hecho de que a solo un par de kilómetros caerían mas de mil quinientos metros dibujando arco iris y esparciéndose otros tantos metros mas. Mi caballo, que pastaba junto al arroyo, levantó su cabeza en señal de bienvenida cuando nos acercamos.

Bajo la refrescante luz de la mañana, los siete oscurecidos visitantes de un puerto desconocido se veían mas grandes, mas grotescos que antes. Impúdicos,brutales e inanimados bloques de metal, profanando nuestro pequeño paraíso, simulando de alguna manera, a sombríos y demacrados guerreros observando lujuriosamente un entorno rural rico en recursos, mujeres y chozas completamente indefensas.

Los nativos le dicen a la meseta El Tahunjero, señaló mi amigo.Una palabra nativa que significa algo similar a un fantasma, mas bien, fantasmas con infinito poder y malicia eterna. No hay forma de persuadir a un nativo de llegar a la cima de esta montaña. Creen que está embrujada, habrás notado que el vaquero te dejo en el sendero y se fue.

Ven conmigo, agregó abruptamente, comamos algo y te enseñare a nuestros visitantes mas de cerca.

Hicimos lo que él propuso y una hora mas tarde, un poco mas reanimados, nos abocamos de lleno al trabajo de examinación. Como bien señaló el profesor, cada uno de los cubos estaba un poco menos sumergida en la tierra que su predecesor que había llegado cuatros años antes. Como el viento no dejaba que el polvo se acumulara en la meseta, era la única razón posible para que cada nuevo aterrizaje golpeara la tierra en forma cada vez mas ligera que al anterior.

Después de examinar cuidadosamente los seis primeros cubos, avanzamos hacia el séptimo y ultimo, donde un marca particular en su superficie llamó mi atención.

Vea esto Doctor, le llamé¿Qué cree que sea esto?

Corrió a mi lado y concentró sus lentes contra el muro.

Vaya, parece ser una puertadijo finalmente. Es extraño que no lo había notado antes.

Mientras tanto me acerque para examinar el fenómeno. Era en efecto, una puerta fundida en la solida pared de metal y medía unos tres metros de largo e igual de ancho.Caminé directamente hacia el cubo y apoyé mi mano contra el metal e inmediatamente retrocedí de un salto aullando de dolor.

¡El metal estaba casi al rojo vivo!

No sorprende que no lo hayas visto antesle dije, en mi opinión, el contorno de esta puerta no era perceptible antes. Lo están haciendo desde adentro con calor.

Ven y mira estole dije. El metal se está calentando cada vez mas.

Justo delante nuestro, el hierro del cubo era fundido por una fuerza desconocida desde el interior. Cinco minutos después se había puesto rojo opaco. Veinte minutos después el espacio ocupado por la puerta era color cereza. En ese momento nos percatamos del sonido seseante, similar al de un escape de vapor oído a la distancia.

¡Doctor, le grite, ¡aléjese!¡Lo que sea que haya en su cubo está por salir!

Nos retiramos rápidamente a una distancia segura, justo a tiempo, con un rugido monumental, equivalente a veinte cataratas del Niagara, una llamarada inmensa emergió del extremo superior del contorno de la puerta y se elevó cincuenta metros por encima del monstruo. Con el poder de un demonio y tan sencillo como un cuchillo gigante cortando queso, la llama trazaba el contorno del portal, un lado primero hasta arriba, y para abajo. Entonces, mientras observamos estupefactos y sin aliento, la llama cortó lo que quedaba del contorno y la puerta cayó hacia afuera con un ensordecedor y atronador sonido metálico.

A través de la abertura pudimos ver por un momento el ardiente interior del cubo y era tan amenazador como la mismísima boca del infierno. Entonces, tan repentinamente como surgieron, como si hubieran sido aplacadas por los dedos de un gigante, las llamas se apagaron.

Extraordinariodijo el doctor casi sin aliento mientras buscaba sus anteojos, que habían caído al suelo tras la conmoción¿Qué crees que va a pasar ahora?

No lo sé, respondí, pero asumo que lo que sea que esté ahí adentro, si está con vida y es humano, está esperando a que el metal se enfríe para intentar salir.

De todas maneras íbamos a esperar aquí. Venga, siéntese.

Sin esperar su respuesta, lo empuje delante de mí para refugiarnos bajo el abrigo del sexto cubo, donde, cubiertos de sudor por la emoción el cálido día tropical, nos sentamos a esperar los eventos que iban a desarrollarse.

continuará...

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