La Ciudad de los Cubos de Hierro (tercera parte)

 Después de un tiempo largo de ausencia, hemos regresado al sitio y a completar la ultima historia que publicamos, están disponibles claro, las dos primeras partes del cuento y he aquí la tercera a la espera de una cuarta y quizás una quinta. Lo que es seguro es que la historia se publicará completa. Saludos y que disfruten la lectura.


Mientras me hundía en la oscuridad, seguía vagamente consciente de la figura femenina aferrada fuertemente a mi pecho. Recuerdo que incluso en ese momento, me sentí feliz que nuestro final fuera así.  

Después de un prolongado intervalo del vacío mas profundo, recobré finalmente mis sentidos en forma abrupta, como una cuerda repentinamente afinada. Me encontré boca abajo en un mar de barro mientras una lluvia torrencial casi irreal me azotaba con fuerza. Busqué el cuerpo del doctor pero no pude verlo por ningún lado. La cabaña había desaparecido de mi vista por completo cuando originalmente estaba a unos pocos metros de donde estábamos.
Me levanté dolorosamente y tuve el primer vistazo del cubo recién llegado. Había aterrizado en el lugar exacto designado para completar el circulo de monstruos de hierro. Fue a partir de su ubicación que pude estimar la dirección de la cabaña.

Por segunda vez en ese día tan estresante y emotivo, levanté a la chica, la sostuve en mis brazos y me encaminé tambaleante por el derruido sendero cubierto de residuos. Todo el escenario había cambiado por completo. El arroyo que nos separaba de la cabaña había desaparecido, solo quedaba el tortuoso surco por donde solía fluir. El aire se llenó de un hedor a hierro fundido, similar al nada saludable olor que se siente en cercanía a una fundición. La lluvia seguía cayendo con fuerza, un fenómeno en sí mismo en esa época del año.

Un extraño sonido se apoderó del ambiente, una vibración extraña,un  silbido constante, como si una serpiente gigante siseara constantemente exaltada por la ira y el miedo. Detecte su origen rápidamente, era la lluvia que golpeaba el hierro ardiente del octavo proyectil, cuya superficie ya se estaba ennegreciendo. Vientos huracanados soplaban con fuerza en el cielo, enfurecidos quizás por el intruso que lo había atravesado con total inmunidad. Pequeños incendios esparcidos en la meseta luchaban en vano contra el torrencial hasta quedar extintos por completo, a pesar de lo cual otorgaban luz suficiente para iluminar la escena. Yo estaba mas allá de cualquier emoción o preocupación.Lo único que sabía es que en algún lugar cercano había un refugio aceptable para cobijarme de los elementos y que debía alcanzarlo antes de volver a perder el sentido. Por suerte no estaba lejos, o no lo hubiera alcanzado.Iluminada tenuemente por pequeñas llamas, la cabaña había sufrido muy poco daño. El techo estaba apenas dañado en una esquina, pero por lo demás parecía estar intacta. La combinación entre robustez y poca altura había servido para preservarla.

Acosté a la chica en el catre y me arrodillé junto a ella.Creí que había muerto por lo que enterré mi rostro en su vestido y lloré desconsolado. Eramos tan insignificantes, dos pequeños insectos combatiendo a un extraño y cruel antagonista. Los dos contra un embravecido universo.

El efecto se desvaneció después de un tiempo. Recordé que el doctor seguía ahí afuera, me incorporé pesadamente y emprendí la búsqueda de su cuerpo. Aturdido por el tumulto del visitante nocturno, nunca se me ocurrió pensar que había sobrevivido.

Cuando llegué a la puerta de la cabaña, sin embargo, lo vi subir por el sendero, una oscura figura tambaleándose de lado a lado.

¡Gracias a Dios estás bien, Dana!dijo.Es un milagro lo que hemos presenciado esta noche, nosotros tres.

Asentí con poco entusiasmo.

Así es, Doctor, pero mucho me temo que de los tres, solo hemos quedado dos. Venga a ver.

Tonterías.Si nosotros pudimos sobrevivir a ese infierno,¿por qué no los tres? Dejame verla.

Me hice a un lado y esperé silenciosamente a que terminara su análisis.

Pss, dijo él, estás imaginando cosas. Un poco de descanso y estará como nueva. Fue creada con suerte.Dijo mientras le apartaba el cabello oscuro del rostro con una ternura que nunca creí que tuviera. Dejemosla sola, Dana, me ordenó,y tú también deberías descansar un poco. Soy demasiado viejo para atender a dos pacientes a la vez.

Seguí sus instrucciones y con renuencia me obligue a quitarme la ropa mojada y a acostarme en el otro catre. La lluvia,ocasionada por la perturbación atmosférica al igual que se producía con el fogoneo de cañones en Francia, golpeaba con fuerza contra las paredes de la cabaña.

Lo ultimo que recuerdo antes de que el sueño me venciera fue la imagen del doctor, con su cabello blanco y despeinado, su ropa empapada destilando agua, mientras utilizaba su típico poder de abstracción y se sumergía en el libro que había extraído hace unas horas del interior del séptimo cubo.

Mientras dormitaba, el recuerdo de su rostro se grabó en mi mente. Tenía una expresión de asombro y un genuino aire de sorpresa. Me pregunte que habría descubierto. No recuerdo nada mas después de eso.

Soñé con la tortura china conocida como el agua que cae, un sueño horrible donde estaba atado a una inmensa silla tallada con la frente atada hacia atrás con hilos de seda donde un liquido con un fragancia dulce caía sobre mi sien gota a gota con un ritmo entumecedor. Y así continuó durante horas y horas, monótono, y exasperante, debilitando mi voluntad y mi cordura. Intenté mover mi cabeza aunque sea una fracción de pulgada. Era imposible. Grité fuerte y durante mucho tiempo. Cerca mío pude escuchar una risa tintineante, parecían pequeñas campanas de plata.

Me desperté e instintivamente supe que había quedado como un tonto. La lluvia, que había aumentado su caudal y era ahora un aguacero, había encontrado la forma de penetrar el techo y un goteo constante comenzó a caer sobre mi frente. Avergonzado, me incorporé y mis ojos se encontraron con los intrigados ojos grises de mi dama del cubo mirándome.

-Ven, Dana-, dijo la voz del doctor detrás mio-, el desayuno está listo y necesito tu ayuda.

Era difícil concentrarse en comer después de los sucesos irreales e imposibles que acabábamos de sobrepasar. Me vestí y mientras lo hacía mire por la derruida ventana para cerciorarme de que lo que había pasado esa noche había sido real o solo un producto de mi imaginación.

El suelo del valle estaba desgarrado y revuelto por la fuerza del impacto. En circulo yacían entonces las monstruosidades de hierro, con los laterales lisos y brillantes bajo la lluvia. Los conté. Eran ocho. ¡Todo había sido real!

Desde el octavo cubo salía una pequeña columna de humo que se disipaba y se perdía entre la lluvia.Parecía inconcebible que realmente hubiera aterrizado anoche desde algún puerto desconocido.

La voz del doctor volvió a llamarme e interrumpió mi ensueño, me apresuré a responder su llamado. Llegué a su lado silbando alegremente.Después de todo,el evento ya había terminado y habíamos sobrevivido.La vida me sonreía. La expresión demacrada y ennegrecida en el rostro del Dr. Frelinghusen me trajo a tierra.

-Date prisa, Dana - dijo-, hay mucho que hacer.

Me di cuenta de inmediato que no había dormido en toda la noche y me pregunte que habría descubierto que lo preocupaba tanto.

-Primero el desayuno, luego los negocios-, estableció, interrumpiendo mi pregunta a medio pronunciar. A pesar de nuestra ansiedad y del hecho que a la joven todo le resultaba extraño, fue un desayuno feliz. Nos divertimos.

Nuestras costumbres le resultaban indudablemente extrañas e inusuales, pero ella se adapto con una facilidad impresionante. Percibí subrepticiamente que no le agradaba la carne ni el pan marrón, que eran los principales artículos de nuestra dieta, pero si degusto las frutas tropicales, los vegetales y el agua. Probó un vino suave que el doctor nos sirvió pero termino por rechazarlo, con cortesía, claro.

Una vez terminado el desayuno, el doctor nos convoco a una reunión importante en su escritorio.

-En primer lugar-, dijo-. Quiero presentarte a Miss-ah-, dijo y bajo la vista hacia sus notas-. Miss Aien...- se detuvo abruptamente. El rostro de la chica se había ruborizado exaltada a la vez que se lanzó a vociferar sin parar. Sin intentar responder, el doctor le señalo una silla para que se sentara.

-La Señorita Aien-, continuó-, es, o mejor dicho, era, la hija de una ciudadano, un inventor creería yo, de un mundo en algún lugar del espacio. Donde queda ese mundo y cuales son sus costumbres, no lo sé. Quizás nunca lo sepamos, por lo menos hasta que ella nos lo diga.

-Doctor Frelinghusen-, interrumpí yo-, dígame cómo sabe su nombre y de dónde ha venido y todo eso.

El viejo doctor me sonrió. Era su momento de triunfo.

-Dana-, dijo-, la bitácora del séptimo cubo relata toda la historia. ¡Mira!

Me mostró entonces el volumen de forma curiosa que llevaba bajo el brazo-.Descifré una parte de este libro durante la noche. Cómo lo hice no tiene importancia. Alcanza con saber que lo hice.

-Como iba diciendo antes de que me interrumpieras, el padre de Aien era un inventor. Fue él quien creó esas...- dijo señalando las monstruosidades fuera de la cabaña-. El mundo de donde vienen, según lo que pude interpretar del diario, es un mundo muy antiguo, tan antiguo diría yo, como nuestro mundo, unos cien millones de años o mas,en fin, la atmósfera de su mundo se filtró hacia el espacio, los ríos se secaron, y la tierra se enfrió tan rápido que las condiciones para la vida resultaron imposibles.

-Su padre, según el diario, era la esperanza de un planeta agonizante, un mundo sería mas preciso, quizás no era un planeta. Lo que es seguro es que la carrera por la supervivencia de su especie recaía sobre los hombros de este hombre. Su invento habilitó la posibilidad de escapar, una forma de transportar aunque sea una parte de su población a nuevo mundo y eludir la extinción, el inevitable final.

-Así fue que durante mucho tiempo, qué tanto tiempo no lo sé, no pude descifrar eso, experimentaron respaldados por su gobierno. Debido a la caída energética, debe haber significado un esfuerzo inmenso. Tras años y años de experimentos, eventualmente tuvieron éxito y consiguieron enviar una serie de cubos, en intervalos considerables, para aterrizar en nuestro mundo, aterrizar exitosamente, es decir, en forma tan ligera que cualquier ser vivo dentro tuviera la mínima posibilidad de ocupar los proyectiles y no morir en el impacto.

Todo estaba listo para intentar una invasión interplanetaria de este mundo, una invasión en el sentido que un mundo de inmigrantes venía en camino. Cómo supieron que la Tierra era habitable, lo desconozco, pero aparentemente habían descubierto lo suficiente sobre nosotros para asumir que lo era.

Es evidente que durante el progreso de este experimento este viejo inventor tuvo que combatir la envidia, la ignorancia y el temor; envidia de sus rivales inventores, ignorancia de parte de la gran masa de personas que al igual que en nuestro planeta eran bastante menos inteligentes que sus lideres.

Pero la dificultad mas grande que debía soportar era la velocidad en la que debía resolver el problema, el planeta moría rápidamente e incluso sus lideres empezaban a caer presas del pánico. Este ultimo factor fue determinante en su propia ruina.

Todo estaba listo para la ultima prueba del proyectil que iba a ser enviado con una selecta tripulación, una guardia de avanzada.Algo sucedió a ultimo momento, no sé qué. Según el diario, hubo un tumulto, le ordenaron a la tripulación abandonar la nave y un grupo de políticos cobardes intentaron tomar su lugar para salvar su propio pellejo.

De alguna manera, durante los tumultos, el viejo inventor y su hija se las arreglaron para subir a bordo del cubo y comenzaron el viaje por su cuenta. Sin embargo, antes de partir, el padre recibió una puñalada. Debe haber muerto durante el viaje, y solo en su cubo, Aien embalsamó su cuerpo. Es probable que haya muerto en forma tan súbita que no alcanzo a darle instrucciones a su hija sobre cómo abrir las puertas exteriores de la nave,por lo que ella estuvo muerta en vida en este valle por cuatro largos años. Eventualmente, muerta de desesperación, ella debe haber activado algo que abrió las puertas. ¿No es así, Aien? Se inclinó hacia adelante y le palmeó afectuosamente la mano.

Yo estaba tan absorto en la historia sobre los sucesos en ese mundo lejano que perdí de vista lo que sucedía en nuestros alrededores mas inmediatos. No fue hasta que terminó de contar la historia que pude escuchar el leve chillido que parecía perforar las derruidas paredes de la cabaña. Era el sonido de un gigantesco soplete cortando el metal. Solo lo había escuchado una vez antes, pero estaba seguro de haberlo interpretado correctamente.

Del otro lado del valle, los últimos visitantes de mas allá de las estrellas estaban abriendo la puerta de su nave.

Aien y el profesor notaron esta perturbación casi al mismo tiempo, y corrieron a la ventana, forzando la vista para contemplar la feroz llamarada cortante. Incluso a la distancia pudimos ver con facilidad que nuestras sospechas era correctas. En ese momento, mientras observábamos, la llama completaba el tallado del octavo cubo de hierro y el trozo de metal ardiente caía estrepitosamente contra el suelo.

¿Cree que sean amistosos, doctor?susurré yo.¿O cree que sean... no amistosos?

No lo sérespondió él, pero por la actitud de nuestra visitante, creería que no.

Fue en ese momento que volteé a verla y ella encogía su cabeza entre sus hombros. Su mirada era desesperanzadora, observaba el agujero oscuro sobre el cubo con una expresión de abatimiento que nos hizo abandonar toda esperanza.

He visto ese semblante antes, en la mirada de un soldado a punto de ser embestido por un arrolladora carga de bayonetas.

Sin saber a temerle, no podía caer en la desesperanza tan rápido.

¿Cuánto tiempo mas tenemos? pregunté.

Sacudió su cabeza. No lo sé. Es posible que no descubran nuestra presencia hasta la noche. Depende cuantos de ellas hayan venido.

Quédate aquí y cuida de Aien. Me ordenó.Tengo algo que hacer en forma urgente. Y sin perder un segundo mas, nos dejó y descendió por una puerta trampa en el suelo de la cabaña, una que nunca había visto antes.

Nos quedamos solos. Aien y yo; solos, excepto claro por el agujero negro que bostezaba amenazante sobre la montaña de hierro a unos escasos quinientos metros de nosotros. Me propuse distraerla de su actitud de derrota, la tomé de la mano y la alejé de la ventana.

Sus ojos grises me miraron directo a los míos, abstraídos.

Aien, Aien, le dije entonces¿qué importa? Ven, mírame a mí. La tomé de los hombros y me incliné sobre ella casi al nivel de sus ojos.

Automáticamente, ella se percató del contacto de mis manos y se sacudió para soltarse.

La sacudí suavemente como quien reta a su amigo. Ella respondió con una expresión de orgullo y arrogancia. Por un breve instante nuestras miradas chocaron como sí fueran dos ríos de acero fundido que desembocaran en un solo canal ardiente. Sus ojos grises se endurecieron y al ver que no la soltaba pasaron a la agresión.

No iba a soltarla. Aunque quisiera no podría. Había una corriente magnética que corría entre los dos. Estoy seguro de que ella también lo sintió.

Por un instante, luchó frenéticamente para soltarse de mi agarre mientras yo, sin pensarlo demasiado la atraje hacia mí. Se relajó y se dejó aprisionar entre mis brazos y dejó de luchar.

Ese momento de relajación me devolvió mis cabales. Era increíble. Solo la había conocido hacia apenas unas horas y ahora,estuve a pocos segundos de haberla besado.

La deje ir y haciendo una reverencia con la cabeza le dije con humildad, “le ruego me perdone” olvidando que mi idioma no le decía nada. Aunque creo que lo entendió, quizás lo capto por mi actitud, ya que su expresión de desdén desapareció de su rostro y su mano encontró la mía, la apretó y la volvió a soltar. Nos volvimos hacia el cubo, pero, de mi parte, no me importaba nade de lo que hubiera sucedido durante nuestra pequeña abstracción. Por lo menos me había perdonado.

Busqué y tomé mis binoculares y los enfoque hacia la entrada.

Juntos, esperamos lo que sea que fuera a suceder.

Debió pasar al menos media hora antes de que hubiera movimiento alguno. Un hombre apareció en la entrada cubriendo sus ojos del feroz resplandor del sol. Se quedo de pie durante un largo minuto, y yo me pregunté que estaría pensando en ese momento. Debió ser una sensación maravillosa, ser el primero en ver ese mundo nuevo y desconocido, un mundo esperando a ser conquistado; ser el primero en atravesar el espacio y pisar tierra desconocida. Podría ser peligroso, y un eterno enemigo, pero en ese momento, envidie la gloria que había experimentado.

Ese momento terminó mientras lo observábamos, ya que con un hábil movimiento, levantó su mano y lo agitó por sobre su cabeza en un silencioso saludo.Se volvió entonces y desapareció en el interior del cubo.

Regresé a la cabaña y tomé el rifle y la cartuchera con balas. Debía estar preparado para lo que sea.

Cuando regresé a la ventana, una hilera de hombres salía del portal.Vestían ropa ajustada de un atípico y casi invisible tono de gris. Cada uno de ellos llevaba un tubo largo bajo el brazo, era similar a uno de nuestros rifles pero con un barril dos o tres veces mas grande. No conocía su propósito pero tuve que asumir que era un arma. Aparentemente ya habían recibido ordenes antes de salir, con una señal sonora que pudimos oír, se formaron en grupos de cuatro y desaparecieron en los alrededores. Detrás de ellos habían otros hombres, docenas de ellos, que marchaban ordenadamente. A pesar de temer por nuestro destino ante el avance de la compañía no pude evitar admirar semejante habilidad de maniobra. Los extraños que descendían del cubo ya no portaban armas sino herramientas; herramientas extrañas de una impensable utilidad. Eran trabajadores, no soldados. Mientras observábamos, comenzaron a ensamblar una inmenso y aparatoso dispositivo frente al cubo. Trabajaron con rapidez, y con un mínimo de instrucciones, cada hombre hacia su parte. Un grupo de ingenieros o supervisores bajaron del cubo a verificar el ensamblaje. Por su reservada apariencia no era difícil concluir que eran los lideres de la campaña, sea cual fuera.

Minutos después, los exploradores regresaron.Una figura camuflada se asomó desde la tierra, como si hubiera sido un hombre sombra que se materializo de la nada. El explorador inclinó brevemente su cabeza, enunció unas palabras y éste desapareció nuevamente.

Unos minutos mas tarde, dos soldados, asumí que eran soldados por su apariencia, llegaron cargando un bulto envuelto en tela blanca. Volteé rápidamente a mirar a Aien. Era obvio que era lo que llevaban, habían encontrado la entrada al séptimo cubo y llevaban el cuerpo del viejo inventor. Aien observaba la escena junto a mí pero su reacción no daba señal de que hubiera identificado el bulto.

Los lideres observaban con intensa curiosidad. Les ordenaron bajar el cuerpo, destapo el rostro de la figura envuelta y para mi disgusto, lo escupió.

Le preguntó algo al guardia y el sujeto movió la cabeza negando. Una conmoción en la entrada del cubo lo distrajo por un segundo. Traían a otro hombre, un prisionero evidentemente porque traía las manos atadas.

Por ordenes del líder, llevaron a ese hombre ante el cadáver expuesto. Observó los rasgos muertos del hombre y pareció sorprendido y apenado.Volvió rápidamente a bajar la cabeza, algo que enfureció al líder,que indicó algo a los guardias y avanzó hacia el prisionero.

Aien, a quien había descuidado por completo por la emoción del suceso, eligió ese momento para tirarme de la manga y pedirme en silencio los binoculares. Fui lo suficientemente tonto para dárselos.

El hombre, hasta donde pude ver sin binoculares, parecía observar al líder con una actitud desafiante pero desprovista de toda esperanza. Todo ocurrió tan rápido que apenas tuve tiempo de reaccionar ¡El líder tomó al cautivo por la garganta y lo estrangulo frente a nuestros ojos!   

Aien gritó, soltó los binoculares y corrió hacia la puerta. Yo reaccioné y la atrapé en el umbral. Luchamos ferozmente antes de que pudiera meterla de vuelta en la habitación de la cabaña. Parecía determinada a intentar rescatar al hombre prisionero, luchó con vehemencia, y tuve que usar toda mi fuerza para subyugarla.Finalmente, colapsó en el suelo, llorando y gritando.

La tierra eligió ese preciso momento para retorcerse bajo nuestros pies. Inmediatamente pensé en la llegada de otro cubo pero esta vez se trataba de un temblor real. El suelo de la planicie tembló y cedió. El sacudón no fue tan severo pero sumado a lo sufrido la noche anterior resulto fatal para la cabaña que colapso sobre nosotros. Antes de que me diera tiempo para moverme, el techo entero cayó pesadamente sobre nuestras cabezas. Quedé atrapado bajo el derrumbe. Era extraño pero no sentía dolor alguno,aunque el golpe me había derribado. Noté que el impacto total de la caída había sido absorbida por la resistente mesa de madera en el centro de la habitación y que, a menos que hubiera otro temblor, nos mantenía a salvo del techo.

¿Qué había pasado con el doctor y Aien?

En menos tiempo de lo que me tomó contar esto, el temblor paró y lo escuché retumbar y rebotar en el circulo montañoso a nuestro alrededor. Luché con toda mis fuerzas para liberarme pero no fui capaz de hacerlo. Olvidé por un momento mi necesidad de hacer silencio y comencé a gritar, una y otra vez.

Una extraña sensación interrumpió mis alaridos, me sentía observado.El silencio a continuación fue impresionante. Intenté con mucho esfuerzo mover mi cabeza de un lado a otro para comprobar que era lo que había impresionado de esa manera. Fue inútil, estaba completamente atornillado bajo los escombros.

Entonces, un par de piernas entraron a mi campo de visión. Eran piernas extrañas, estaba seguro que no eran de Aien ni del doctor.Piernas grises, el mismo color de los exploradores. Se movieron de acá para allá frente a mis ojos, hasta que su dueño, se alejó un poco para ver desde un mejor angulo, fue ahí que pude verlo de cuerpo completo.

En efecto era uno de los enemigos, un hombre de contextura mediana y ojos fríos y crueles. Al ver que estaba consciente, vociferó unas palabras en mi dirección. Apoyo su arma contra la pared y atravesó la cabaña para acercarse a mí. Al parecer eran amistosos después de todo, pensé cuando lo vi arrodillarse junto a mí. Fue entonces que sus largos y angostos dedos rodearon mi garganta que recordé lo que le habían hecho al prisionero ¡Era eso! Claro, en un mundo agonizante donde el aire era escaso, la estrangulación debía ser la sentencia de muerte mas cruel.

Lentamente, casi con cariño, sus dedos se endurecieron sobre mi garganta. Me quedé sin aliento. Todo se oscureció ¡Qué fácil era morir! Aun a la distancia, pude oír una gran explosión. Sus manos se relajaron sobre mi garganta y en lugar de morir, quedé inconsciente.



La catástrofe, y el alucinante secreto del origen de los hombres de los cubos de hierro será revelado en los capítulos finales de esta apasionante historia.

No se lo pierdan.

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