En el capitulo anterior, el ingeniero y militar, Dana Harrod respondió al desesperado llamado de su íntimo amigo el Doctor Frelinghusen. Se reunió con él en una extraña meseta en la cima de Los Andes peruanos donde ademas de su antiguo amigo encontró siete extraños y gigantescos obeliscos.
¿Qué esconden los Cubos de Hierro?
La historia continua ahora...
Entonces se me ocurrió-¿Doctor-, le pregunté-está armado?
-No, Dana-respondió-, nunca llevo armas. ¿Crees que deberíamos tener una?
-Estoy seguro que sí-, respondí-. Espere aquí mientras voy a la cabaña a buscar nuestros rifles.
Espere un segundo a que asintiera y salí rápidamente por el sendero hasta la pequeña choza donde el doctor había estado viviendo los últimos tres años. Tomé los dos rifles de repetición 30-30 y volví sobre mis pasos. Era un día calmo y despejado, ideal para actividades al aire libre, pero la noche estaba próxima. La noche en que... levanté la cabeza y observé esa extensa expansión azul celestial sobre mí.
¿Será posible que en algún lugar, a miles de kilómetros de distancia, un punto oscuro aceleraba casi a la velocidad de la luz hacia el punto de encuentro que era nuestro planeta? La idea era ridícula, pero también lo eran los cubos, y el doctor y los eventos que habíamos presenciado. Mi afiebrada imaginación creyó que podía distinguir un ligero punto en ese cielo despejado. ¡Patrañas! Eran solo las ondas de calor que se elevaban desde el suelo.
Me apresuré entonces por el sendero cuesta abajo hacia la sombra del sexto cubo donde había dejado al doctor.
Cuando llegué al punto donde estaba sentado, él había desaparecido.
Creyendo que quizás me había equivocado de locación, miré en todas direcciones e incluso caminé alrededor del cubo. No había error. Aunque me ausente por apenas diez minutos, el doctor había desaparecido por completo, como si el cielo se hubiera abierto y... miré entonces a través del valle en dirección a la amplia abertura un poco preocupado. ¿Habrá entrado sin esperarme? ¿O quizás algo, alguna criatura mas allá de mi imaginación, había salido del oscuro agujero y lo había abducido en plena luz del día?
Parecía imposible que hubiera entrado voluntariamente sin esperarme. Encone mis manos para darle potencia a mi grito y deje que los ecos preguntaran y respondieran a mi llamado.
-¡Doctor!¡Doctor Frelinghusen!
No hubo respuestas, solo ecos. Las ondas de calor dibujaban sonrisas burlonas en los gigantes de hierro oxidado, como si se burlaran de mí. La meseta había quedado completamente en silencio.Me tomé un segundo para tomar coraje, solté uno de los rifles, me aseguré de que el que llevaba estuviera cargado y listo, y me aventura por la extensa explanada frente a mí. Algún sexto sentido que no sabía que tenía me decía que por propia voluntad o a la fuerza, el doctor había desaparecido en el interior del séptimo cubo.
Cualquiera fuera el caso, es el primer lugar donde debía buscar.
Me detuve momentariamente en la entrada. El interior era negro, no negro como el color es negro, ero negro como la ausencia de luz absoluta. Era como si, a unos metros de la superficie una especie de cortina invisible extendida entre el interior y el exterior detenía cualquier intento de entrar de una partícula o incluso un haz de luz. Encendí una linterna eléctrica que lleve conmigo y me aventuré hacia el interior.
Una vez ahí, sentí un fuerte hedor a hierro fundido y pude sentir el calor que penetraba incluso las suelas de mis zapatos.
Avance apenas tres metros y la linterna se apagó repentinamente. Me detuve, sin certeza sobre qué hacer. Me percate entonces de un suave hormigueo, era una especie de corriente eléctrica que recorría mi brazo extendido hacia adelante.
No tenía sentido detenerme ahora. Solté mi inútil linterna y me adentré en la oscuridad.A unos metros, la corriente me había cubierto por completo. Fue entonces que una segunda sorpresa apareció ante mí.
Volví la cabeza orientarme con el reflejo de la luz de la entrada. Pero no había luz. La puerta, aunque no había avanzado aun mas de unos pocos metros, era invisible. Era desconcertante. Me sentí atrapado, confinado, como alguien perdido en la niebla.
Me volví hacia el exterior y avancé unos metros cuando de igual manera, súbitamente, me encontré en la boca de un túnel con luz del día brillando a la distancia. En ese momento, el hormigueo cesó.
El cambio me desconcertó, y entendí que la corriente, la fuerza, o lo que fuera, sin duda alguna actuaba como un no conductor de rayos de luz. El interior del cubo era de hecho un mundo confinado.
Ajuste el seguro de mi rifle, y nuevamente entré al túnel y atravesé a salvo la cortina de oscuridad. Encontré entonces un conducto ascendente y estrecho, un pasadizo de hierro con escaleras de caracol que lo rodeaban y ascendían. Entendí entonces que estaba subiendo lentamente hacia la cima del cubo.
Era casi como si luchara contra la corriente de un flujo de agua invisible, agua que parecía brotar, hervir y burbujear alrededor de mis rodillas, activadas por alguna misteriosa fuerza. La fuerza de la corriente aumentaba a medida que yo ascendía, lo sentía en mis piernas, en las caderas y en el pecho. La situación era indescriptiblemente terrible. Solo, en esa eterna noche vacía, luché contra esa cosa despreciable e invisible que intentaba obligarme a volver sobre mis pasos.
Entonces, cuando hube avanzado un poco mas, escuché un leve llamado, un grito que reverberaba sobre las paredes metálica, un grito que mutaba y sonaba como el lamento de un alma perdida siendo arrastrada al infierno. Recorrió corredores oscuros buscando una salida sin éxito, el sonido rebotó y regresó a mi triplicado. Ahí se bifurcó, se distorsionó y cambió rápidamente para convertirse en una risa espantosa.
-¡Dana!¡Dana!-decía la voz nuevamente, llamándome por mi nombre. Reconozco el atemorizado tono de voz del Dr. Frelinghusen. Tenía razón al creer que su fervor científico le había hecho meterse al túnel por su cuenta.
Luchando ferozmente contra las irreales ataduras que restringían mi camino, aceleré el paso, curva tras curva, arañando y desgarrando mi cuerpo contra los rústicos muros de hierro. Las fuerzas a mi alrededor me soltaron súbitamente y caí de bruces hacia adelante.
Había pasado la zona de corriente. Me incorporé, y descubrí, por el sentido del tacto que los muros y el suelo ya no eran de metal sino que eran de una especie de substancia dura y lisa, obviamente un material no conductor. Delante de mí escuché nuevamente una voz que me llamaba:
-¡Dana!¡Dana!
Su tono de voz era una mezcla de miedo con una pizca de impaciencia y asombro.Aceleré el paso y me estrellé súbitamente contra un muro, me tomé unos momentos para recuperarme y entendí entonces que el corredor había doblado a la derecha por primera vez desde que había entrado en él. Entonces, una vista de lo mas reconfortante, vi un haz de luz que delineaba la figura del doctor que presionaba su rostro contra un obstáculo invisible en dirección a una fuente luminosa. Parecía no haber sufrido daño alguno.
Al escuchar mis pasos, se volvió hacia mí.Deje de lado el alivio que sentí al verlo sano y salvo y me aventuré rápidamente a su lado. Estaba contemplando el mas increíble espectáculo. La luz venia de una cámara inmensa del otro lado del cristal. Era un compartimiento de unos treinta metros cuadrados y ocupaba el corazón del cubo. El cuarto era tan alto que el techo estaba oculto en las sombras y las lamparas que iluminaban el suelo pendían muy alto sobre él.
Sin salir de su asombro por lo que había allí dentro, el doctor estiró su mano hacia atrás y me arrastró para que viera.
-¿Puedes verla?-demandó.
-¿A quién?- pregunté, mientras mis ojos se acostumbraban lentamente a la luz y me quede mirando en silencio y sin aliento.
Boca abajo sobre el suelo de mármol, a unos tres metros del cristal sobre el cual nos recostamos, estaba el cuerpo de una mujer.
Aunque la observe durante un eterno minuto no pude ver señales de que se moviera.
-¿Está muerta?
El doctor negó con la cabeza.
-Solo está desmayada, eso creo. Se desmayó de felicidad y sorpresa cuando me vio. No pude esperarte, había algo que silenciosamente me llamaba desde el interior.
Pude sentir como me atraía, me jalaba en contra de mi deseo de mantener mi promesa y esperarte. Finalmente, cedí y me aventuré por el túnel. Cuando llegué a este muro, ella estaba sentada junto a la mesa. Golpeé suavemente el cristal y se volteó a verme. Sin sonido que yo pudiese oír a través de este condenado muro, estiró los brazos y cayó rendida. Un shock, imagínate.
-Le grite y le grite pero no se movió. Entonces escuché los pasos detrás de mí y henos aquí. ¿Qué crees que deberíamos hacer?
-No lo sé-, respondí-.Quizás se recupere y nos deje entrar.¿Intentó encontrar alguna puerta?
Negó con la cabeza-. No, estaba demasiado emocionado. Busquemos.
La encontramos fácilmente, pero fue en vano buscar la cerradura. El bloque transparente estaba asegurado por dos bisagras inmensas y del otro lado tenía un pesado pasador del mismo material símil cristal, pero no había señales de una manija de nuestro lado. Evidentemente la puerta no estaba hecha para ser abierta de nuestro lado de la cámara.
-Retrocede-ordené tomando mi rifle-, voy a volar el pestillo.
-Yo no haría eso si fuera tú, Dana- advirtió el doctor-.Veras, la puerta está cerrada herméticamente. El aire aquí es bastante puro, pero debe haberse filtrado aquí desde nuestra propia atmósfera terrestre.El aire ahí dentro, Dana, quizás no sea aire en absoluto. Suponte que nuestra visitante no respira oxigeno. Podrías matarla.En ese momento, la figura en el suelo se movió ligeramente y se puso de lado. Pude ver su rostro.
Era morena, alta para ser mujer y delgada producto de la privación y la hambruna. Su rostro lucía demacrado y exhausto pero de una belleza fuera de este mundo con la que los hombres solo pueden soñar. Sus pestañas era pesadas, negras y tan largas que su cabello corto parecía apenas mas largo. Sus manos y pies eran pequeños pero perfectamente estilizados, mientras que sus dedos, flexibles, incluso en posición de descanso, irradiaban habilidad artística y elegancia. Sus labios estaban ligeramente separados y mientras la observábamos sin aliento, se comprimían de dolor y sufrimiento. No podía seguir esperando.
-Doctor- repetí-,tengo que intentarlo. Mientras nos quedamos aquí, impotentes, ella está sufriendo, posiblemente muriendo. Retroceda.
Sin esperar respuesta, adelante el rifle, apunté con cuidado al pestillo transparente y disparé. El estallido en ese pequeño espacio cerrado fue ensordecedor. Sin esperar a ver lo que había sucedido, volví a disparar y una vez mas. Entonces, con la culata del rifle golpeé salvajemente el cristal. Cedió. Lentamente al principio, y luego mas rápido, la puerta se movió en su eje y una atmósfera perfumada nos abrazó. Respiré agradecido. El compartimiento contenía aire.
Titubeando apenas por un segundo para ver si había alguien mas en ese cuarto, me incline junto a la chica y la gire suavemente para dejarla de espalda.En ese momento, sus pestañas se levantaron y la miré por primera vez a los ojos.Eran grises, profundos, insondables como el cielo de otoño y orgullosos. Al observarla, pude ver en las profundidades de sus ojos una alegría y sorpresa que iba en aumento. Dio un suave suspiro y volvió a caer en la inconsciencia. Sentí su pulso. Era débil pero regular.
El Dr.Frelinghusen se inclinó y la examinó con sus hábiles manos.
- Estará bien en unos minutos- concluyó finalmente-. Solo necesita un poco de sol y aire fresco.
-Eso puede arreglarse- dije yo-siempre y cuando podamos salir de este lugar.
-Dame un minuto, por favor-dijo el doctor-. Debemos dar un vistazo. Quizás haya mas personas en este cubo.No creo que haya venido aquí sola.
Levanté a la chica y la coloque sobre uno de los dos sofas que había en la cámara. La sentí frágil y ligera en mis brazos, delicado como una espada rapier que era ligera pero increíblemente resistente.
-Dana-dijo el doctor-, ven un momento, por favor.
Vi que estaba inclinado sobre el otro sofá y corrí a su lado. Cubierto por una sabana, yacía el cuerpo de un viejo, extendido frente a nuestros ojos, con las manos dobladas sobre su pecho. Me basto un vistazo para saber que estaba muerto.
El Dr. Frelinghusen se inclinó sobre el cuerpo y se incorporó-. Ha estado muerto durante años, Dana-,dijo-. Mira, el cuerpo ha sido cuidadosamente embalsamado.
Retiró la sabana para mostrarme y ambos nos sobresaltamos sorprendidos. Tenía una herida profunda en el pecho, evidentemente realizada con un arma filosa y punzante, probablemente un cuchillo.Observé los apacibles y nobles rasgos del rostro muerto y me volteé a ver la chica inconsciente. Había un evidente y fácilmente reconocible parecido. Ambos tenían el mismo rostro largo y ovalado, la mismas fosas nasales, delicadas y sensibles y la misma frente grande.Era fácil adivinar que eran padre e hija.
-Ven- dijo el doctor-, no hay nada que podamos hacer aquí.
Examinamos brevemente el compartimiento. Tal como había establecido antes, tenía forma de cuadrado y media aproximadamente treinta metros en cada dirección y era tan alto que no se veía el cielorraso. En un extremo había una serie de perillas y controles, junto a un enorme mecanismo que cubría casi la totalidad de los treinta metros de ese muro. El aparato no lucia a nada que hubiera visto, excepto quizás a los controles de un submarino, aunque la forma y el diseño de los diales, palancas y controles eran inusuales. Debían ser los mecanismos utilizados para suavizar la caída del cubo y quizás para abrir la puerta.
Junto al panel de control había un escritorio y en él un libro abierto. El doctor le dio un vistazo rápido y se lo calzó bajo el brazo. Filas de libros similares llenaban varios estantes en las inmediaciones.
Un pequeño cuarto adjunto al principal había servido evidentemente para almacenar provisiones. El suelo estaba cubierto con envases de carton metalizado vacíos mientras otros sin abrir estaban apilados en las paredes. Tomé uno de ellos y lo abrí, estaba lleno de pequeños cubos parecidos a un caldo de sopa condensada.
Un gemido en el cuarto principal nos llamó la atención. La chica había salido del desmayo y había caído ahora en un sueño profundo y agitado. Su ceño gesticulaba ferozmente y ella se retorcía como si quisiera sacudirse un pesado y deprimente peso de encima. Observándola pude ver la aterradora marca de los días y años que ella había pasado prisionera en esa tumba viviente junto al cadaver de su padre. Me maravillé al pensar lo imposible que hubiera sido para cualquier ser humano sobrevivir y salir cuerdo de semejante martirio.
-Ven- dijo el doctor-. Hemos esperado demasiado tiempo.
Tomé a la chica en mis brazos y nos preparamos a dejar el cubo.
-¿Qué hay de él?-pregunté, señalando al cuerpo del viejo con la cabeza.
-Debemos dejarlo- dijo el doctor-.El cubo será su lugar de descanso final. No puedo pensar en un lugar mas apto.
Sin mediar mas palabras, abandonamos la cámara. Mientras atravesábamos la puerta y encarábamos el corredor le di un ultimo vistazo al compartimiento, en toda su inmensidad y tristeza.Una leve corriente de aire venida de quien sabe donde desacomodó el manto blanco que cubría el cuerpo del viejo, una atmósfera de quietud y majestuosa tristeza envolvía ese lugar. Las luces ocultas que iluminaban el cuarto se desvanecían lentamente.
El doctor cerró la puerta de cristal detrás nuestro y lo dejamos atrás.
-Tengo una teoría sobre esa brisa- señaló el doctor, mientras pasábamos por la sección de la no substancia y la sentíamos a nuestro alrededor, la marea, el flujo de una fuerza invisible.
-Se me acaba de ocurrir en este instante. Creo que es parte de la fuerza utilizada para amortiguar la caída del cubo. Una variedad de fuerza electromagnética repelente de la cual sabemos muy poco aquí en la Tierra. En teoría, este cubo, al ser de hierro está altamente magnetizado y cuando entró a la atmósfera terrestre desde las profundidades del espacio utilizó ese magnetismo como fuerza de repulsión para aligerar la caída.
-Al pasar el tiempo, mucha de esa fuerza claramente se ha disipado, pero un poco permanece aferrado al metal con fuerza, suficiente para sentirlo.También creo-, agregó-que el compartimiento se encontraba originalmente mucho mas alto en el cubo. Utilizando algún método para amortiguar el shock interno, ya que sin importar lo suave que fuera el aterrizaje, el impacto en los tripulantes hubiera sido terrible. El interior del cubo hueco debió actuar alguna vez como un gigantesco colchón de aire.
-Quizás algún día tenga la oportunidad de probar sus teorías-, le sugerí.
-Quizás-, respondió-, aunque dudo que tengamos la posibilidad. ¿Has olvidado algo?
Mientras me hacía esa pregunta atravesamos la linea de la oscuridad y la corriente invisible desaparecía. En la entrada, donde debía recibirnos una potente luz del día, había en su lugar un suave y tenue atardecer. Moví el cuerpo de la chica suavemente en mis brazos y seguí adelante. En la boca del túnel, nos detuvimos sorprendidos. Evidentemente habíamos pasado muchas horas en las profundidades del cubo. Cuando entramos era apenas pasado el mediodía, pero ahora era casi de noche. Delante nuestro, a menos de doscientos metros brillaba la olvidada lampara de gas de la cabaña.
El doctor reformuló su pregunta.
-¿Has olvidado, Dana, por qué hoy, o mejor dicho esta noche, es tan importante?
Lo miré con cara de estúpido.
-¿A qué se refiere?
-Hoy-dijo él- es 25 de julio de 1925. Hace cuatro años exactos, el cubo donde encontramos a esta chica- dijo mientras gesticulaba en dirección a la joven en mis brazos- alcanzó los limites atmosféricos de la Tierra. Y está noche-,pausó para enfatizar lo que iba a decir-, esta noche otro cubo va a aterrizar y es muy probable que no sobrevivamos al impacto.
-Quieres decir- empecé a preguntar mientras baje la vista hacia la joven-, ¿que la hemos salvado solo para que muera en el impacto?
El doctor corrió delante de mí hacia la oscuridad de la noche-. Eso parece- respondió fríamente.
Y para adornar aun mas mi pregunta, la chica se sacudió en mis brazos. Bajé la mirada hacia ella y el pensamiento de nuestra destrucción inminente parecía increíble, imposible. La vida era repentinamente hermosa y llena de posibilidades. Ahora, por primera es mi vida, tenía algo por que luchar y algo que atesorar. No podía creer que el destino me hubiera permitido encontrarla solo para volver a perderla. Sería tan injusto.
El doctor miró su reloj-. Son las 7 en punto- declaró-. Según mis cálculos, tenemos tres horas y media antes del impacto. Tenía planeado que nos retiráramos al extremo de la meseta antes de eso, y aun ahí habríamos corrido gran peligro. Sin embargo, no podemos arriesgarnos a moverla a una distancia así. En su condición, la mataría sin lugar a dudas.
-Deberías ir tu solo- sugerí. Habíamos llegado a la cabaña por lo que crucé rápidamente el umbral y coloqué a la joven en el catre antes de responder.
-Sabes que jamas podría hacer eso, Dana- dijo él.
Lo sabía, en efecto. El anciano doctor me tenía en demasiada estima y le quedaba mucho valor en su cuerpo como para abandonar a un amigo. Sería el fin de los dos, juntos hasta el final. No, no los dos, los tres. Bajé la mirada hacia la cama y encontré los ojos grises de la joven bien abiertos y mirándome sorprendida.
Fue entonces, cuando ella habló y escuché por primera vez su melódico y embriagadora voz, sonido que habría de atormentarme por el resto de mis días. Las silabas que pronunció, las he olvidado ya, pero en ese momento, el hecho de que hablara era suficiente. Sí recuerdo que sostuve sus manos y le murmuré suave al odio, mientras el doctor se ocupaba de prepara una taza de té o un poco de sopa. Ella aceptó agradecida lo que le ofrecimos y nos concedió suaves palabras de agradecimiento, que aunque nos resultaron inentendibles, parecían perfectas para la situación.
Cuando terminó de hablar, se pasó la mano frente a sus ojos para demostrar que estaba cansada. La tapamos con una manta y la dejamos descansar mientras preparábamos la cena.
Mientras comíamos, discutimos en voz baja los sucesos que iban a acontecer esa noche y qué podíamos hacer al respecto, si es que había algo qué hacer, para garantizar nuestra seguridad. Finalmente, decidimos que no había nada que hacer, y que nuestras vidas dependían de la distancia que había que poner entre nosotros y el impacto.
-Si tenemos suerte- enfatizó el doctor-.Y el cubo aterriza, y creo que lo hará, la temperatura probablemente nos mate si por casualidad sobrevivimos al impacto.
-¿Y no hay nada que podamos hacer al respecto?
-Nada, salvo esperar, y orar si crees en las oraciones.
La voz suave volvió a sonar nuevamente en nuestros oídos y al volvernos, vimos a la chica sentada en el catre. Su peculiar inteligencia le indicó que era inútil insistir en el uso de su lenguaje en la presente situación por lo que optó por símbolos y señas de una era olvidada. Señalando al cielo, en silencio nos hizo una pregunta.
-¿Qué es lo que quiere decirnos?-preguntó el doctor.
Al ver que no comprendíamos, se levantó y camino lentamente hasta la solitaria ventana de la cabaña. Corrimos a asistirla por las dudas que sus fuerzas la dejaran caer. La luna iluminaba desde detrás de una tenue nube de vapor pero la luz era suficiente para distinguir objetos en la meseta. Con ansias, la chica contó los gigantescos cubos de metal en el pequeño valle y nosotros entendimos la expresión en su rostro al ver que los bloques eran solo siete.
Se volvió hacia nosotros y volvió a repetir los gestos que había hecho antes.
-Dana-murmuró el Dr. Frelinghusen-, creo que pregunta cuando llegará el próximo visitante.
Apuntó entonces al cielo y dibujó una linea recta hasta señalar el espacio vacío en el circulo de gigantes metálicos. Entonces, imitó lo mejor que pudo los gestos y expresiones de la joven al preguntar. Para nuestra sorpresa y alivio, ella pareció entender lo que le decíamos y asintió.
El doctor sacó su reloj. Eran las 10 en punto. Rápidamente, señaló la distancia entre la hora y las 10:45. Repitió el gesto y señalo al cielo.
La chica observó por un instante como se movían las manecillas del reloj y rápidamente entendió lo que significaba. Su rostro cambió radicalmente del interés a la emoción, al mas puro terror. Intentamos contenerla pero nos hizo a un lado y salió corriendo por la puerta de la cabaña. La seguimos, ella observaba ansiosa el cielo, temerosa de lo que pudiera divisar. Se volvió hacia nosotros y parecía haberse repuesto.Sus labios suaves, apretados, formaban una linea recta mientras que sus ojos grises brillaban en la oscuridad.
El miedo se desvaneció y dio lugar al enojo, un ira temible que nos aterro, temimos que fuera una furia vindicadora. Por un instante, ignorando nuestra presencia,la joven se volvió hacia el cielo y profirió, desde esos tiernos labios, una serie de improperios, llenos de ira, excitación y valor. El tono de su voz era amenazante y rudimentario al igual que antes había sido melódico.
-Dana- susurró el doctor-.Creo que está jurando venganza a quienes vienen en camino.¿Alguna vez experimentaste un odio así?
-Es posible-advertí- que aquellos que vienen en camino sean responsables de la muerte de su padre y que la hayan obligado a aventurarse en el espacio sola.
Aun cuando dije esas palabras en un tono muy bajo, gracias a algún instinto desconocido, ella me escuchó y comprendió mis palabras, se volvió hacia mi y asintió con tristeza.Su ira había desaparecido, ahora era solo una mujer triste y desesperada. Era evidente que ya había hecho la catarsis que necesitaba y ahora estaba lista para un poco de empatía y compañía humana. Abrimos nuestros brazos para contenerla. Ella comprendió y estiró sus brazos para devolvernos el gesto. El doctor la tomó en sus brazos y ella sollozó apoyando su cabeza en su hombro,de pronto se había convertido en una extraña, triste pero accesible personita que nos necesitaba.
El doctor la consoló y apaciguó mientras yo regresaba a la cabaña a buscar la manta para abrigarla. Cuando regresé, nos sentamos en la oscuridad, a la sombra del cubo mas cercano, tres aventureros, esperando lo que fuera que el destino nos trajera. La chica se acurruco junto a mí con aparente felicidad, le ofrecí mi abrigo como almohada y ella me agradeció con su apacible y suave voz.
Ninguno de los tres quería quedarse encerrado esperando lo que iba a venir.Cuando pienso ahora en esa descabellada serie de eventos esa noche a la luz de la luna en los Andes,suena a que nos anticipamos a nuestra aventura con valor, entusiasmo y una actitud temeraria. En todo caso, nos resignamos a mantener la calma y presenciar algo que no había sido presenciado por ningún ser humano en la historia, y lo hicimos con un nivel de indiferencia similar al que si hubiéramos ido a la opera.
No había que esperar demasiado. Durante los últimos minutos, la niebla que nos cubría se elevó, hasta que la luna, mensajera de la felicidad y esperanza, dejo de luchar y quedo completamente cubierta detrás de un manto nebuloso.
Miré mi reloj. Eran las 10:40.
-No creo que veamos mucho hasta que el cubo esté bastante cerca-dijo el doctor-.Quizás no lo veamos en absoluto. Si no llega, bueno, suerte para nosotros, Dana.
Estiró su mano en alto y yo se la estreche, inconsciente de que nuestro comportamiento era digno de una opera bufé. La chica, se contagio del espíritu de la ocasión y también estiró su mano y la estrechó con la nuestra. El doctor la estrechó calidamente pero yo me contuve, consciente, incluso en ese momento jocoso de una corriente que vibraba misteriosamente entre nosotros, una corriente magnética, muestra sutil de alegría y una promesa de lo que estaba a punto de llegar.
-Dana-gritó el doctor-, ahí viene.¡Mira!
El cielo se iluminó súbitamente, cambiando lentamente su habitual oscuridad y adoptando un vibrante tono verdoso. El color no tenía comparación, excepto quizás al color del cobre fundido en una ardiente llama blanca. Reflejada en las nubes, los rayos finalmente llegaron a nosotros, tocaron tierra y nuestros rostros dándole a la locación un tinte verdoso fuera de este mundo. Seguimos observando y el verde fue cediendo, mire mi reloj.
Eran las 10:44.
-Algo anda mal- murmuró el doctor-.Si el cubo hubiera entrado a la atmósfera ya debería estar aquí, a menos que hayan desacelerado incluso mas de lo que...
Mientras hablaba, la luz regresó, pero esta vez era rojiza. Se intensificó rápidamente, iluminó el cielo entero, cambió a rosado, blanco, un blanco increíblemente cegador, se hizo cada vez mas potente, incandescente...ardiente.
-¡Está aquí, Dana! ¡Está aquí!-gritó el doctor-Dame tu mano, quédense juntos, no se separen.
Rápidamente, tomé a la mujer de la mano y me aferré a la del doctor.
En ese mismo instante, aterrizó.
Un tormento como ningún otro cayó sobre nuestro mundo y era sobrecogedor. Recuerdo haber visto una vaga figura, el recuerdo es difuso,como si fuera una visión, era como el ardor de mil hornos flotando sobre nuestras cabezas. Entonces, la luz se intensificó y me encegueció. El impacto tardo lo que parecieron años. Recuerdo sentir que una corriente de aire nos levantó y nos hizo girar con una fuerza aterradora, como un remolino de aire envuelve a un mosquito y lo arroja al fuego. Después, llegó el estallido, un estruendo como si mil ferrocarriles se estrellaran entre sí de frente, un choque ensordecedor y estridente que se tragó nuestras vidas, las diseccionó y terminó con nosotros.
continuará...